Cinco años. Sesenta meses durante las cuales no ha habido un solo día sin memoria o sin aprovechamiento para quien de ello ha querido medrar en los pantanos de la política o en los basureros de la intriga.
La única verdad hasta ahora visible, y tristemente visible, es la muerte de los 43 estudiantes secuestrados y asesinados en el juego cruzado de los intereses criminales del narcotráfico en el estado de Guerrero, donde, alternadamente, cada quien con sus plazas y cada uno con su territorio, Los Rojos y los Guerreros Unidos, se combatieron —y combaten—, por el trasiego de la heroína. Ellos y sus aliados en el gobierno (PRD local y estatal).
Muy triste, pero los estudiantes manipulados y adoctrinados en un laberinto confuso de ideas y pantallas, en un cuarto de espejos, fueron usados como carne de cañón por quienes los llevaron a secuestrar autobuses, alguno de los cuales era próvido en drogas a punto del embarque para su venta al extranjero.
Y de ahí, todo lo demás, incluyendo la putrefacción de los procesos judiciales y las investigaciones sobre las indagatorias, de cuyos residuos se hará otra pesquisa y así hasta el infinito.
Hoy se ha creado una comisión de la verdad cuyo arranque no puede llevar a la verdad si se desconocen los hechos obvios: la muerte de esos jóvenes, su exterminio, en Cocula u otros lugares, además.
Estimular la esperanza sin posibilidades concretas de hallar con vida a algunos de ellos, es alejarse de la verdad y perseguir un fantasma de humo. Quizá para alguien un favorable fantasma de humo.
Cuando Alejandro Solalinde, reveló —en términos generales—, mucho antes de la “verdad histórica”, la misma información sobre la hornaza, confirmada por la Procuraduría General de la República, nadie lo acusó de nada. Cuando más de no revelar nombres, acogido quizá al conveniente secreto de confesión propio de su ministerio, el cual no fue obstáculo para recibir del Presidente de la República la invitación para ocupar la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en cuyo caso vendría a ser la Comisión Clerical de los Derechos Humanos. Pero él lo declinó.
Hasta el papa Francisco habló de un país donde se mata estudiantes. Se mata, no se desaparece. Y nadie le dijo algo.
Pero cuando el Gobierno externó (con pruebas y seriedad pericial), esa misma versión, entonces fue acusado de todos los horrores imaginables, hasta el punto de considerarlo culpable por encima de los verdaderos culpables. El Gobierno anterior se lo buscó por su tardanza y sus lentos reflejos. No lo consideró importante.
A nadie le conviene, aunque los hechos lo contradigan, vincular (así haya sido por accidente), el tráfico de heroína con la escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, en cuyos patios aún camina la sombra de Lucio Cabañas en diálogo de historia con Genaro Vásquez.
Hace algunos meses esta columna habló con Alejandro Encinas:
—¿No sería conveniente para la futura Comisión de la Verdad, reconocer como verdad la muerte de los muchachos?
—No podemos aceptarlo. No hay pruebas de su muerte…
—Pero tampoco hay pruebas de su vida… tantos años después.
—Por eso se habla de desaparición forzada. Ésa es su condición jurídica.
—Pero la vida es la vida; la muerte es la muerte, más allá de la definición jurídica”.
Cuando iba yo a agregar …y política…, Encinas me dijo:
—Adiós…
—Adiós.
Por eso, estas palabras no suenan extrañas en la voz de la persona mejor informada de México, el Señor Presidente, ataviado con una camiseta modelo PIT-II:
Y ahora vamos a informar sobre el estado que guarda la investigación.
“Ofrecí en la última entrevista que sostuvimos con los padres que me iba yo a poner el día de hoy, y lo mismo Alejandro, esta playera, y estoy cumpliendo con eso.
“Ellos me entregaron esta playera y me pidieron que me la pusiera y estoy por eso así.
“Es un asunto fundamental para el gobierno de la República el que podamos esclarecer los hechos, encontrar a los jóvenes desaparecidos y hacer justicia...
“…Y yo espero que se tengan pronto resultados, porque se están atendiendo las cosas bien, se está trabajando de manera profesional, y ahora Alejandro va a informarnos…”
¿Y que informó Alejandro?
Dos mil quinientas palabras y un anuncio de una entrevista alusiva en los canales públicos. O sea; todo y nada.
Hoy, la verdad está tan lejos como ayer… como dentro de un lustro.