Indudablemente vivimos tiempos desequilibrados. Si en el desaparecido mundo bipolar permanecíamos en el precario “equilibrio” del terror, ahora la única forma de compensar el poder absoluto es con el fanatismo minoritario, la radicalización y el ejercicio del poder relativo contra quienes tiene el poder total.
El Estado, en términos generales, o la institucionalización sistémica, dicho de otra manera, sucumbe siempre ante la embestida de grupos pequeños, ya sea dentro o fuera del propio sistema.
Por ejemplo el Estado Islámico, pequeño, indefinido, casi nómada, pone en jaque a Estados antiguos y poderosos. El terrorismo es la voz de las minorías radicales.
Obviamente tratadistas calificados se han aplicado a elucidar estos asuntos con mayor talento del aquí posible, pero desde la modestia de una columna periodística valga este intento de tesis: el poder (formal) recae cada vez más en quienes no tienen (formalmente) el poder.
Explico con este ejemplo.
El gobierno mexicano tiene el poder. Su legalidad y legitimidad derivan de un proceso electoral satisfactorio en términos constitucionales. Investido de esa capacidad genuina propone y constituye, mediante mecanismos legislativos legales y legítimos, una reforma educativa. Y fracasa en parte de ella.
—¿No es la Reforma producto de un acuerdo legislativo en el cual participaron todas las corrientes políticas formalmente actuantes en el país? ¿No es parte del cuerpo legal derivado del artículo 3° de la Constitución? ¿Por qué entonces un grupo opositor convierte su rechazo a la ley en una insurrección social?
Porque las minorías sin poder formal pueden embestir al poder legal sin ninguna consecuencia.
En México hay más de un millón de maestros. La mayoría ha aceptado la Reforma cuya finalidad es mejorar el magisterio para después darle más calidad a la educación en general. Pero 80 mil maestros de Oaxaca y otros tantos en Chiapas, Guerrero y Michoacán, afiliados a un grupo disidente desde hace muchos años (antes de la reforma misma, y por lo visto después también) pueden frenar, al menos en esos estados, el espíritu de los cambios y desafiar con su rebeldía, impunemente, al gobierno.
En este análisis de la fuerza de los menos, podríamos incluir también a la delincuencia organizada.
Hace algunos años, en el auge de las batallas calderonianas, alguien dijo con base en proyecciones, análisis y conteos de inteligencia: en México hay 500 mil personas, más o menos, relacionadas de manera directa con la organización de la delincuencia.
Si eso fuera así (o lo fuera en una cifra cercana), medio millón de personas tienen en un permanente estado de angustia a los otros 110 millones de habitantes de este país. Y no es posible acabar con ellos, ni siquiera cuando se les prende y encarcela. Mediante la compra de voluntades en los penales siguen controlando los negocios y las ejecuciones de sus opositores.
Lo mismo ocurre con los medios de comunicación. La dictadura mediática, expresada con hormigueante furia por la marabunta de las redes sociales, destruye todo.
Las empresas tradicionales en radio y TV, principalmente pero de lo cual no están exentos los medios impresos, cuyo trabajo requiere de concesiones, inversión, instalaciones industriales, insumos costosos y demás, pierden la penetración frente a las casi gratuitas redes sociales o los sitios del “terrorismo” informativo.
Los trolls, hackers y demás, son capaces de vulnerar instalaciones cibernéticas y sabotear instituciones, mediante el “hackeo” de páginas completas de manera impune. El héroe de todo esto ha sido Julian Assange, representante obviamente, de una minoría.
Pero lo minoritario no quita lo bien organizado. “Podemos” no ha podido nada en España —otro ejemplo—, excepto impedir o participar en el impedimento, de formar un gobierno.
Y en esa condición uno se pregunta si el sistema electoral funciona. ¿Tiene caso seguir con la aritmética democrática de los partidos políticos? O como decía Jorge Luis Borges, descreo de la democracia pues me parece una extraña aplicación de la estadística.
—¿Sirve de algo en estos tiempos la democracia representativa sustentada en la mayoría de los votos, si la minoría puede demolerlos?
Al parecer este sistema hace crisis en los sistemas parlamentarios, pero en el presidencialismo evidentemente ha naufragado. El sueño (o para algunos la pesadilla) de un Ejecutivo fuerte se ha hundido en la marejada de los Derechos Humanos (mal entendidos) , la Transparencia (mal aplicada) y la inquisición de las redes sociales (no como expresiones aisladas sino como instrumentos de terrorismo informativo).
El Presidente (en cualquier parte) se ha convertido en una minoría solitaria. Uno.
XOCHIMILCO
El reportaje publicado ayer por Crónica en cuanto al desastre del programa redentor de Xochimilco, no viene, como dijeron Luis Zambrano y Enrique Norten, del 2008. Es cosa antigua este naufragio.
Ya en tiempos de Manuel Camacho, con Carlos Salinas de Gortari en la presidencia, se hizo el Plan Xochimilco, cuyos fines eran idénticos a los siempre invocados: recuperar la zona lacustre y palustre de la “Venecia mexicana” cuya desecación es un hecho irreversible. Puro cuento.
En aquella ocasión el programa corrió a cargo de Juan Gil Elizondo. Todo se fue al caño.