Ya parece el número 50 —con sus aproximaciones, es verdad— el verdadero guarismo del demonio. Olvidado el 666 en la nuca (como un tatuaje de amor eterno entre la maldad y el engaño), ahora aparece en las desgracias y los asesinatos en masa la cifra del medio centenar como resumen de las cosas horribles.
Los cincuenta niños quemados en la guardería de Hermosillo (algunos insisten en los 49); los cincuenta en la hornaza del Casino Royal de Monterrey.
Las cinco decenas en Iguala entre desaparecidos y muertos en el camión de los deportistas. No siempre hay exactitud, pero siempre aproximación. Cincuenta ahora en Florida y “sin cuenta” en el interminable conteo de las desgracias de cada día.
Pero si la irrupción de un tirador enloquecido en el bar de los homosexuales y los diferentes en Orlando es una verdadera muestra de homofobia (no el grito simplón del estadio por el cual la FIFA se horroriza), la dimensión del hecho y las armas utilizadas en el múltiple asesinato bien podría ser ocasión para revisar por enésima ocasión el armamentismo doméstico, genético en el espíritu de los Estados Unidos y su célebre segunda enmienda por la cual se afianzan los antivalores (valores para ellos) de la posesión de armas en volúmenes y calibres irracionales con todo y fácil mercado de herramientas de muerte.
Parece mentira insistir en esto, pero es necesario: las armas son para matar. Quien compre un arma da el primer paso para un homicidio. No son para asustar, ni para prevenir asaltos ni para disuadir. Son para aniquilar. Para eso fueron inventadas y para eso se usan.
Claro, alguien puede no llegar al último paso y logra amedrentar a un adversario. También puede hundir con la cacha un clavo en la pared y colgar un cuadro del Sagrado Corazón, pero no son para eso. Para hacer tal cosa se compra un martillo.
En ese sentido, en la reflexión sobre el armamentismo, se ha pronunciado una vez más Barack Obama, entristecido por el terrible crimen masivo de ayer.
Pero la selección del blanco por parte del criminal nos debe llevar a otro análisis. Escoger deliberadamente un sitio de reunión auspiciado y frecuentado por la comunidad LGT denota una intención clara: acabar con ellos como si fueran una plaga, una peste o un mal social. Un castigo divino. Y eso es inadmisible.
Tanto como el aprovechamiento postelectoral de una iniciativa del presidente Enrique Peña (sobre cuya legalidad, vigencia y aun existencia se deberá pronunciar el Congreso, no él), según el cual los malos resultados del PRI en las recientes elecciones fueron un castigo por querer empatar los derechos de todos los mexicanos más allá de sus preferencias sexuales.
Los enviados del fundamentalismo sexual castigan a los homosexuales matándolos, mientras los analistas mexicanos interpretan el castigo al partido del Presidente por pensar en los derechos de las minorías. Ése es el mensaje.
En otro sentido, llaman la atención estos datos:
“En México, las agresiones y castigos contra la población del colectivo lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersexual (LGBTTTI) ocurren durante las 24 horas de los siete días de la semana, pero sin que existan datos oficiales para visibilizar y hacer algo por las víctimas, según la Oficina en México de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos.
“Esta falta de datos provoca que aunque la estigmatización de la comunidad LGBTTTI sea permanente y cotidiana, no haya un debate en el país para evitar castigos vinculados a la identidad sexual o para garantizar respeto a sus derechos humanos, dijo en entrevista Javier Hernández Valencia, representante en México de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos”.
Sin embargo, otras fuentes, confiables sin necesariamente ser oficiales (a veces por eso mismo desconfiables), indican una incidencia sobre la cual no hay acciones públicas conocidas más allá de las ya dichas y satanizadas (por la Iglesia) iniciativas de Peña.
“…Las agresiones, según Hernández Valencia, ocurren no sólo en espacios segmentados como la atención de salud, sino en todos los escenarios. ‘Esto lleva a violencia creciente con un costo de vida para todos, porque el tema no se convierte en debate nacional porque no tenemos las estadísticas que revelen la existencia del problema mismo’.
“Hernández Valencia asegura que las agresiones por identidad sexual en México sólo se visibilizan cuando las víctimas son activistas o promotores de derechos mientras que las que ocurren en la cotidianeidad parecieran ‘invisibles’.
“—Cada año, en México, se cometen 46 crímenes por homofobia a un ritmo mensual de tres asesinatos que suman, en 19 años, 887 fallecimientos, principalmente por arma blanca (punzocortantes), golpes y asfixia, de acuerdo con revelaciones de un reciente informe.
“A la cabeza de la lista, se encuentra la Ciudad de México con 168 casos, seguido por el Estado de México, con 92; Nuevo León y Michoacán, 58; Jalisco, 56, y Yucatán, 52.
“De acuerdo con el conteo realizado por activistas de la organización civil Letra S, el rango de edad más frecuente de las víctimas es de entre los 18 y 39 años.
“En su mayoría, son hombres (700) y transgéneros (181) ultimados en su domicilio o en la vía pública”.