Lejos estoy de Gilles Lipovetsky o de Umberto Eco. Más remoto aún de la corriente facilona del análisis crítico o sociológico de las características de la postmodernidad, pero sí creo en la degradación intelectual del hombre contemporáneo, cuyos méritos mayores se disuelven en la absorta contemplación cotidiana y permanente de la pantalla de un teléfono superior a su dueño en inteligencia.
Es cosa asombrosa: los idiotas en masa, se sirven de la inteligencia artificial, cuyo comercio es la nueva pandemia universal.
Y no me refiero al instrumento tecnológico en sí, el cual es un prodigio impensable hace algunos años. La tecnología contenida en una computadora de bolsillo, delgada, hermosamente diseñada, con un sinfín de usos, es prueba indudable del talento humano.
Lo penoso es el contenido de los mensajes, cuya utilidad va del simple “meme” intrascendente a la flecha instantánea con la cual se busca el talón de Aquiles del enemigo.
Las redes sociales (Twitter, Facebook y todo ese enorme etc.) han sido bendecidas por el Presidente de la República en muchas ocasiones, excepto cuando ese mismo entramado digital se usa —cosa frecuente—, para distribuir fotografías o comentarios sobre su hijo Jesús Ernesto, el menor de toda la familia, ya sea por los apodos burlones de un “youtuber radiofónico”, una imagen en el hospital donde fue atendido o una inocente presencia en un hotel de Acapulco, cuya fama de lujoso esplendor es tan cadavérica como el difunto Howard Hughes, quien por mala atención médica murió en un piso esterilizado del remedo de pirámide junto al mar.
Lo notable es cómo un intrascendente mensaje de visible mala intención, puede mover el aparato de comunicación del gobierno republicano hasta el extremo de convertirlo en tema de la conferencia matutina del Jefe del Estado.
Si bien todos estamos de acuerdo en dejar a los menores de edad fuera del debate político ( y sobre todo no utilizarlos para la “guerra sucia”) , la mejor manera de introducir a los niños en esa dinámica de dimes y diretes es con las desproporcionadas respuestas en las cuales se culpa a la herramienta y no a quien creó un mensaje perverso y malintencionado, como razón para establecer ansiosos mecanismos de censura.
En los Estados Unidos, donde todo esto se gestó, también hay crítica a las redes, casualmente cuando éstas bloquean mensajes de contenido polémico:
“ (28 de mayo) “Estoy firmando una orden ejecutiva para proteger y defender los derechos de libertad de expresión del pueblo estadunidense”, dijo Trump.
“Actualmente, los gigantes de las redes sociales como Twitter reciben un escudo de responsabilidad civil sin precedentes basado en la teoría de que son una plataforma neutral, que no lo son…
“La orden ejecutiva abre la puerta para que los reguladores federales castiguen a Facebook, Google y Twitter por la forma en que vigilan el contenido en línea… ”
En México también ha habido un intento de “purificación” de las redes sociales.
“…A ver si un día (23 de junio) Twitter nos da un informe, lo vamos a invitar aquí, al director de Twitter, que nos diga qué pueden hacer para controlar lo de los robots y las noticias falsas, una invitación amable, respetuosa.
“Cuáles son sus limitaciones, porque no pueden dejar de comercializar o de permitir que haya este mecanismo de robots para degradar la vida pública, para insultar, faltar el respeto a las personas, porque no se purifica el manejo de redes sociales… ”
La esposa del Señor Presidente, la doctora Gutiérrez, escribió recientemente en su propia cuenta (de la cual ya se había retirado):
“Ay @TwitterMexico@twitterseguro @TwitterLatAm, tú y tu permisividad con mensajes que denigran a los menores de edad. ¿Todo eso por dinero? Qué mal. Necesitamos redes sociales con ética y transparencia. ¿Cuándo nos informas cuánto te pagan por esa sucia tarea?”
En lo relativo a la imagen del hijo del Señor Presidente en Acapulco se advierte de manera evidente la intención de criticar sin motivo. Hace muchos años la materia de ataque eran los zapatos deportivos de uno de sus hijos y su foto en un yate. La mejor manera de nulificar esos dardos ponzoñosos es ignorándolos. La respuesta nada más consigue aumentar la potencia de un mensaje de suyo inocuo.
Cuando Trump dice alguna de sus ofensivas barbaridades contra México, el Presidente responde, “no me voy a enganchar”.
¿Por qué en esto la familia sí se engancha, si no tiene la menor importancia?
Pues quién sabe. Así son.
Twitter: @CardonaRafael