En el lejano año de 1825, Joaquín Fernández de Lizardi, conocido por el nombre pomposo de El pensador mexicano (como si en esta desventurada patria hubiera habido nada más un hombre de pensamiento en ese siglo calamitoso), imaginó una constitución entre lo absurdo y lo jocoso, en la cual aparece el concepto, “milicia cívica”.
Dice el ya dicho pensador nacional:
“…un gobierno sabio que supiera reglamentar la milicia cívica, el día de la necesidad podrá contar con un millón de combatientes, en vez de que un gobierno descuidado en esta parte, sólo podrá contar con la escasa fuerza veterana que haya podido mantener. La experiencia prueba que la gente forzada que producen las levas, es la que deserta más y sirve menos…”
Esto no lleva a considerar la necesidad de una Guardia Nacional militarizada (la cual ya cuenta con uniformes sin uniformados) como lo ha propuesto el inminente presidente de la República, sino la vejez de este empeño sin logro, pues si desde los irónicos tiempos del Periquillo, el payo y el sacristán discuten sobre estos proyectos inscritos en una constitución imaginaria, bien podemos comprender la gravedad causada por el aplazamiento eterno de soluciones urgentes.
Cuando uno escucha, por ejemplo a don Alfonso Durazo, futuro secretario de Seguridad Pública -—cuyas funciones han quedado subsumidas al mando castrense, responsable de operar la dicha Guardia Nacional en ciernes—, proyectar una condición educativa, formativa y de preparación absoluta para los futuros elementos de la policía militar devenida en civil, no queda sino recordar cómo desde los tiempos decimonónicos ya preocupaba la ignorancia de los guardianes del orden.
“…En todos los cuarteles se introducirá, a la posible brevedad, el sistema Lancasteriano, mediante el cual todos los soldados aprenderán a leer, escribir y contar…”
Hoy el aprendizaje de la lectura y la escritura se debería a aplicar no sólo a los hombres del cuartel sino a los integrantes de los puestos superiores y aun de las cámaras legislativas, porque de pronto el analfabetismo funcional hace de las suyas en las altas tribunas patrias, para exhibición penosa de la infame ignorancia generalizada.
Pero esos asuntos, cuya solución ha demorado tanto como para ahora parecernos imposible, han hallado en nuestro país una respuesta favorable. Cuando no podemos con una situación, la cambiamos en el orden jurídico, como si la ley modificara todo.
El ejemplo de la mariguana es uno muy claro. Y por ese camino va la amapola (ambos cultivos, base de la sobrevivencia de miles de personas en la precariedad del delito en el estado de Guerrero).
Si la base real de la prohibición de tales, era su efecto nocivo sobre la salud de los consumidores, baste con asumir lo contrario. Las drogas no causan los efectos de antes porque ahora vemos las cosas con la óptica de la permisividad, no de la prohibición.
Si legalizamos las opioides y los destinamos a producir morfina para los enfermos, entonces cavamos con los heroinómanos viciosos.
Si legalizamos la mariguana, en todas sus aplicaciones, entonces abaratamos el producto y dejamos a los traficantes —a quienes la arriesgada prohibición y su transgresión hace ricos—, sin dinero, y sin dinero ya no van a comprar armas ni van a matar a nadie ni se van a pelear entre ellos por el control de los territorios del comercio y todos vamos a ser felices por los siglos de los siglos, en medio del humo similar al del petate tatemado.
Y si hablamos de los hechos graves del paupérrimo estado guerrerense, no es posible pasar por alto una pregunta: ¿cuál es la utilidad política de Félix Salgado Macedonio?
Cuando se le escuchan las habladas en el Senado y se recuerda su orgiástica manera de disfrutar el poder municipal en Acapulco, en los años de auge del narco porteño, con el cierre frecuente del Baby´0, para sus parrandas interminables (los invitados eran quiénes eran) o sus briagas de motocicleta y demás, no sabe uno a quien le sirve desde el Senado.
Seguramente a cualquiera, menos a la democracia rubia o morena. Pero quien le reconoció méritos lo colocó en esa posición. Él se deja llevar.
ÁGUILA AZTECA
Uno de los últimos actos de política exterior de este gobierno, será condecorar con la orden del “Águila Azteca”, al asesor presidencial de Donald Trump, Jared Kushner, quien ha sido una pieza significativa en todos los arreglos (y desarreglos) de los gobiernos de México y Estados Unidos en los tiempos recientes.
Obviamente este honor, cuyo anuncio formal causará una tempestad en los medios y las redes sociales, se debe a la influencia interminable de Luis Videgaray, quien ha anunciado el fin de su carrera política al fin de esta administración.