Hoy los Estados Unidos tienen una enorme oportunidad “to make America great again”.
Sí; dándole una patada en culo a Donald Trump, hasta verlo volar por encima de su muro de odio.
De acuerdo con las predicciones de un chamán (entrevistado al salir del Zócalo después de poner una ofrenda de muertos en el Palacio Nacional), Trump pierde las elecciones, se amotina e intenta un golpe de Estado.
Los militares –encabezados por Douglas Mac Arthur--, lo rechazan y huye. Sale de Washington en la cajuela de un automóvil enviado por el bufete de abogados de Genaro García Luna. A pesar de su estatura y de compartir espacio con paquetes de coca etiquetados por la DEA, llega a un escondite.
Desde su casa en Florida pide asilo a nuestro consulado en Turquía, donde le contesta Isabel Arvide, pero primero le llama al presidente de México, quien no le devuelve la llamada de inmediato. Está muy ocupado en el Patio Central, porque María Sabina le prometió una limpia con ramitas de romero y palo de yerba santa. Marcelo manda un avión a Maralago.
El piloto del avión (quien, luego se sabe, es Evo Morales), aprovecha la ocasión para tirar fotos viejas de Fidel Castro sobre Miami.
Cuando Trump llega a México lo alojan en el Campo Militar, como si fuera boliviano, y luego le hacen un homenaje en “El taquito”, donde sufre la revancha de Moctezuma.
El gobierno mexicano le exige a Biden un recuento de voto por voto y casilla por casilla.
Trump asume como presidente legítimo en Garibaldi donde Sanjuana Martínez y Jesusa Rodríguez le regalan un ramo de cempasúchil y le toman juramento sobre una biblia de papel picado, con prólogo de Javier Sicilia.
TANATOS. Quizá éste sea, como ninguno otro en los tiempos recientes, un gobierno afanoso en su culto a la muerte.
Podríamos llamarlo de la Cuarta Tanatología (la 4T). Y no por los “Covidifuntos”.
No me refiero a la feúcha ofrenda mayor dispuesta en el patio central del Palacio Nacional. Si aún viviera Dolores Olmedo les habría dicho a los escenógrafos, cómo poner un altar de muertos.
No; me refiero a la extinción de tantas cosas como ha otorgado esta administración al catálogo del desperdicio nacional.
Obviamente y en primer lugar, el aborto aeroportuario de Texcoco, santuario de nuestra señora del dispendio y el desperdicio.
Después, obviamente al Estado Mayor Presidencial, cuyas funciones le fueron conferidas a otro grupo de militares (y civiles).
Una linda forma de revolcar a la gata.
El otro felino disfrazado ha sido el Seguro Popular.
Misma intención, distinto ropaje, peores resultados como lo prueban los faltantes crónicos de medicinas de dos años para esta fecha, los cuales no existen porque cuando los había eran producto de la corrupción. Ahora nomás se los roban.
No tiene ya caso ahora comentar el desperdicio de las instalaciones de la exresidencia presidencial ni la muerte anunciada de Chapultepec en manos de pícaros de la “biocultura” como Gabriel Orozco y Roberto Lindig, su “biólogo de cabecera”.
Y también se han extinguido guarderías, casas de acogida para mujeres violentadas; programas para distribución de fertilizantes, becas y fideicomisos de todo tipo; fondos para catástrofes naturales y económicas; pólizas de gastos médicos con cargo al erario; pago de celulares y compra de vehículos oficiales y computadoras innecesarias (bravo).
Pero entre todas esas cosas y algunas más es notable la extinción de la agencia informativa Notimex.
Notimex cubría una importante función informativa: ofrecía el punto de vista oficial. Y no es lo mismo, conste, lo oficial a lo oficialista.
Hoy no ofrece nada. No se parece a la promisoria agencia de otros tiempos.
Está inmersa en una huelga interminable y en el pozo de una quiebra financiera; hundida en la entraña de la paradoja: un gobierno “de izquierda” (patrón), con los trabajadores abandonados. No es igual escribir panfletos. Dirigir una agencia estatal es cosa de otro calibre.
El pretexto para desfondar Notimex fue la supuesta corrupción de Conrado García Velasco, un líder de muchos años, quizá. Pero en lugar de proceder judicialmente, la moralizante directora embistió a la institución. Es la marca de la casa, por lo visto.
Es como si se quisiera combatir la corrupción del sindicato petrolero metiendo a Pemex una huelga interminable. Así de ridículo, como quien combate el huachicol cerrando los ductos de todo el sistema de distribución o la corruptela de algunos laboratorios, prohibiendo las medicinas.