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Los ritos, la magia, el pasado



Las voces del entusiasmo prefabricado son atronadoras, escandalosas y en el fondo vacías.

Grito y arena sin contenido…

La eficacia del PRI se mide por los decibeles y por todo el rumbo de los Héroes Ferrocarrileros o la Avenida Colosio, se escucha como pierden la garganta en interminables anuncios y promesas, Claudia López y Silvana Galván, maestras de una ceremonia infinita —si se le mira en sus interminables repeticiones en el espejo de un pasado sin olvido—.

Ellas anuncian y ofrecen, una y cien veces,  la proximidad, del hombre cuyos méritos, virtudes, capacidades, entrega, devoción y sacrificio por la patria eran, hasta hace un mes, elementos  del espacio negro de la antimateria: José Antonio Meade, cuya precandidatura se registra oficialmente bajo el blanco toldo de una carpa enorme sobre los patios del edificio de Buenavista.

—Esa es la magia, me dice un viejo priista cuyo currículo llenaría toda esta página, sólo con sus cargos en el Comité Ejecutivo Nacional:

—SI mañana José Antonio Meade fuera sustituido por la voluntad o la casualidad, todo este aparato se movería exactamente igual y los mismos de hoy —ex presidentes del partido (Dulce María Sauri, José Antonio González Fernández, Jorge de la Vega); hombres de leyenda (Manlio Fabio Beltrones), mujeres de larga trayectoria (Beatriz Paredes, María de los Ángeles Moreno) y eternos dirigentes (César Augusto Santiago)—; gobernadores, secretarios de Estado. (Miguel Ángel Osorio llega al volante de su vehículo, sonriente, tranquilo, si no hay herida no hay “Operación cicatriz”); todos, repetirían como en una copia de carbón los mismos pasos y los mismos ritos; idénticos fervores, iguales maravillas.

Fórmula de consagración, método cuya racionalidad se basa en la fuerza acumulada de un partido de masas cuya mayor habilidad (¿fortaleza, abyección, acomodo?; averígüelo Vargas) es la endogamia disciplinada. Nadie alza una ceja en público todos marchan con la misma idea: si así son las cosas, hagamos funcionar las cosas. Algo me tocará.

La meta ahora es llegar al  templete, buena pieza de la escenografía mil veces repetida, colorido y lleno de alusiones tricolores; iluminado y con una pantalla como si fuera concierto de rock, y en cuyos millones de leds se reproducen los movimientos del elegido, acompañado siempre por una grúa en cuya punta hay una omnipresente cámara de tv. El escenario se adivina lejanísimo en la peregrinación dominada por las pausas de los teléfonos inteligentes.

Paso a paso en la penosa marcha rumbo a la escalinata en cuya cima se halla el principio del camino al poder, el elegido se encuentra con la nueva forma de medir el entusiasmo: ya no son las toneladas de papel picado, ni los miles de brazos cuya extensión pretende acercar a sus dueños con el hombre de la promesa; o las porras o los gritos; no, hoy se trata de propiciar y guardar el instante.

—¿Cuántas fotografías por minuto, cuántas imágenes por metro recorrido, cuántos pasos antes de disparar el teléfono prestado, recibir la nueva petición, la sonrisa congelada en el rito de la imagen ocasional, el nuevo lenguaje del anhelo por la perpetuidad, una foto, una foto.

El mundo es una sucesión de snap shots, la vida es una cuando de ella queda registro en la selfie.

—Si no estás en las redes; no estás en la vida, han dicho los teóricos de bolsillo.

Pero esta ceremonia tiene también importancia en  la “astronomía política”.

Un sol se apaga y otro sol surge.

Quizá por eso el templete mira al poniente, y sobre este irremediable ocaso, Meade habla de Enrique Peña, con generosidad, quizá fugaz, pero ahora importante.

—Reconozcamos —dice el precandidato— al gran arquitecto del cambio…”

Y así, en la admisión de su precandidatura—, inicia una parrafada de reconocimiento al trabajo del Presidente. Y eso es parte de la liturgia. Si alguna vez se presenta el diferendo, no será ahora cuando haya rupturas, ni traslado de culpas o señalamiento de errores. Hoy se vive la luna de miel con el presente, el Presidente y el partido (el PPP de PP).

Día internacional para el reconocimiento de los derechos y necesidades de las personas discapacitadas. Por eso las primeras filas del sendero de roja alfombra, cuyas orillas se pueblan de anhelantes fotografiables, están ocupadas por personas en sillas de ruedas.

Pero una de ellas no logra tan significativa distinción, o al menos no la logra con facilidad.

Guillermo Cosío Vidaurri, exgobernador de Jalisco (por ahí se mueve en previos pasos hacia ese destino, Arturo Zamora), no logra acceso por esta puerta y le piden su paciencia y le dicen, mejor vaya a la otra y como si su silla rodante fuera un auto deportivo, lo enfilan y lo desvían y el trata de sonreír de pronto ya no se sabe más de su suerte.

—Se me perdió Cosío; dice un amigo quien lo busca por pasillos y laberintos.

Pero ya nada de eso importa. La pelotera de la entrada es parte del menú. Todo es igual en esta campaña “potente”. Potente por la promesa ya reiterada de Meade, la cual puede ser el eje de su discurso: hacer de este país una potencia:

Y así lo dice:

“…alcemos fuerte la voz para que México se sume, para que llevemos a México a ser potencia mundial… aspiro a servir desde la más alta responsabilidad; vengo a pedir su apoyo para trabajar para que cada familia viva con felicidad y justicia. Me siento emocionado, honrado, agradecido y entusiasmado de ser su precandidato a la presidencia de la República”.

Y poco a poco el gran terreno se fue quedando vacío.

—Oye, ¿no viste dónde quedó por fin Cosío?

Y un chistoso dice: en el pasado.

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