Uno de los componentes de cualquier sociedad más o menos democrática, o con aspiraciones de serlo, es la libre información.
¿Libre hasta dónde?, eso se le debería preguntar a quienes teorizan sobre los medios y los derechos o a quienes quieren reducirlos, pero en un país donde hay más de cien casos de informadores (de distintos grados) asesinados, sin posibilidad alguna de justicia sobre quienes cometieron esos crímenes, resulta un poco complicado meterse en asuntos de conductas profesionales.
Más valdría resolver esos expedientes, antes de meterse en honduras de revelación de “fuentes”.
Las recientes irrupciones (o invitaciones) de algunos periodistas célebres, como Nino Canún o Isabel Arvide en las conferencias del Presidente, convertidas en plataforma de locutores o columnistas cuyas famas no es necesario dar a conocer, en ninguno de los casos; porque todo mundo las sabe, nos llevan al tema una y otra vez por mucho que uno se quisiera salir del asunto.
Casualmente el mismo día cuando Julian Assange, el fundador de Wikilieaks, resulta atrapado tras sus años de asilo ecuatoriano en Londres, el jefe del Ejecutivo insiste en la conveniencia de la revelación de las identidades informativas y pretende, públicamente, un periodismo al descubierto, en cuyo ejercicio no exista, como en algunas otras actividades, el secreto profesional.
Revelar las fuentes informativas es un riesgo. Conservar su secreto, también.
El primero es un rumbo de extinción de las investigaciones profesionales. También de las complicidades.
El segundo es la posibilidad de inventar datos falsos, tendenciosos. Pero es una circunstancia inevitable.
Hoy los medios vuelven a ser noticia, no por sus actos, sino por las reacciones políticas de sus actos, por la irritación del poder frente a algo tan inocuo —a fin de cuentas—, la anticipación de una carta del gobierno de México al rey de España, cuyo contenido, de todos modos, se habría hecho público.
Para eso la escribieron.
Eso quiere decir algo muy simple: al poder le preocupa enormemente la vulneración de su correspondencia, la desleal infidencia interna; las ligas inconfesables con una prensa adversa, y muy poco lo publicado en sí.
Saber quién filtró la carta es un asunto de control interno, de seguridad en el aparato, de desconfianza en la nueva “Nomenklatura”.
—¿Quién fue, Marcelo Ebrard (como lo acusaron de hacerlo con la Casa Blanca)?, ¿Jesús Ramírez?, ¿César Yáñez?, ¿Julio Scherer?
El interés por retirarle al periodismo su derecho de preservación de la identidad de las fuentes (en algunos casos, casi siempre invocando como en EU, la seguridad nacional) no tiene como fundamento ni la censura ni el control de los medios. Es una pretensión de control interno.
La mayor deslealtad para un gobierno con las características del actual, es alimentar, con fines de politiquería interna, a la prensa fifí. Así lo deja ver el Presidente con estas expresiones sobre las cuales se ha puesto poco análisis:
“…Entonces, hay que hacer la investigación, pero ayudaría mucho que, en aras de la transparencia, que es una regla de oro de la democracia la transparencia, el Reforma ayudara y dijera quién le entregó el documento.
“Pero también si no quieren, no tienen obligación, es su derecho a mantener su fuente, pero ¿por qué no lo podemos decir?, cuando menos, porque sería muy interesante. ¿Por qué no fue La Jornada?, ¿por qué no fue El Universal?, ¿por qué fue el Reforma?”.
En estos párrafos hay una palabra clave, una expresión central: (que) el Reforma ayudara (en una investigación anunciada) y dijera quién le entregó la información”.
El interés obsesivo es la identidad del informador, a quien de seguro le espera un hato de leña verde, no la importancia de lo divulgado. Eso queda para después.
El Presidente, consciente de ello o no, quiere sustituir el derecho de proteger a sus fuentes en la insana obligación de traicionar la confianza de sus informadores. Ni Deepthroat se vio en ese aprieto. Sería un camino suicida.
Además, ayudar. ¿A quién?, ¿por qué?
¿Tiene un periódico obligación de ayudar al gobierno de esa manera?
Pero confirmar la existencia de “topos” en el equipo, eso es lo preocupante para un gobierno cuya vocación es concentrarlo todo en sus manos y para el cual la lealtad y la honestidad son los valores supremos.
Se pueden abrir los archivos del Cisen (nadie se baña con el agua ya pasada por el molino) pero no se admiten ligas en el equipo y la prensa fifí.
Twitter: @CardonaRafael
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