En términos formales, si uno recuerda la cautela con la cual solían hablar los jefes de Estado —de aquí o de allá—, la denuncia de un coro de sirenas cuya traidora melodía les sugiere a los generales dar un golpe y abatidor las instituciones, tomar el poder e instaurar un régimen militar, resulta inusual. Podría también sonar irresponsable. Escoja usted.
Hablar de un golpe de Estado sugiere varias cosas: la inminencia o el aborto.
También se podría decir, no hablareis del golpe militar en vano, como si fuera uno de los mandamientos del tacto político.
Y en ambos casos el asunto es serio. O debería serlo.
Si tal riesgo existió, ameritaría una cuidadosa relatoría. Debería ser tratado en medio de cuidadosas actitudes de cautela extrema, porque tras la denuncia se debería proceder a la denuncia y aprehensión de los conjurados o al menos la decapitación de las sirenas.
— ¿Quiénes han sido las sirenas?, señor presidente
Por eso cuando por segunda vez el Señor Presidente menciona el golpe de Estado en sus laudatorios discursos para el Ejército, no sabemos si está jugando con los resentimientos de algunos uniformados; nos está anunciado algo posible o se está regodeando en algo imposible.
De cualquier forma resulta un riesgo, al menos para la investidura presidencial, cuyo decoro tanto le preocupa a nuestro Ejecutivo cuando se trata de no recibir activistas quejicosos.
O cantan las sirenas o chillan los marranos, diría nuestro refranero de cabecera, el señor subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta.
La primera mención al golpe de Estado fue en el pasado mes de noviembre:
“En una publicación subida este sábado, el mandatario mexicano recuerda los acontecimientos de la Decena Trágica de 1913 —que culminó con el derrocamiento de la presidencia y el asesinato de Francisco I. Madero—, y asegura que en las condiciones actuales es imposible que vuelva a pasar algo similar.
“…explicó que la muerte de Madero pudo ocurrir porque el antiguo líder mexicano, al que calificó como ‘hombre bueno’ y ‘Apóstol de la Democracia’, no supo, o las circunstancias no se lo permitieron, apoyarse en una base social que lo protegiera y lo respaldara”. Sin embargo, opina el mandatario, “ahora es diferente”.
Tras esa desventajosa comparación con don Apóstol, muchos atribuyeron la introducción del tema a una de muchas artimañas verbales del Ejecutivo, experto en disolver en agua de borrajas los temas nacionales cuya solución se le complica en el idílico trazo cotidiano de la Cuarta Transformación:
Cuando las cosas no resultan del todo aceptables o exitosas, entonces se pone en marcha la operación chistera y se suelta un conejo —o un borrego— a correr por las praderas de la red. En aquella ocasión el rumor hablaba de una inconformidad golpista inventada por quién sabe quién.
Ahora el clima se ha nublado con la “Revolución Femenina” y las frecuentes manifestaciones de descontento por los feminicidios mal comprendidos y peor atendidos.
Y sin meditar motivo, en medio de una artificiosa celebración con el pretexto de un aniversario castrense, y ante el Zócalo pintado de verde olivo, el Presidente insiste en la sordera de los generales al canto de las sirenas. Y digo de los generales porque no se conoce golpismo de sargentos, cabos o rasos.
La maniobra de diversión, dándole a este término su acepción de mover el foco de la atención; no de buscar entretenimiento, fue expresada en estos términos:
“…Doy gracias a los soldados y marinos por no escuchar el canto de las sirenas y dar la espalda a la traición y al golpismo.
“Con el fin de enfatizar el tono de su discurso, el jefe del Ejecutivo federal acotó que desde el corazón político y económico del país, daba también gracias, en nombre del gobierno que representa, a las Fuerzas Armadas por estar en favor de la Cuarta Transformación que significa, en esencia, lograr entre todos los mexicanos, desde abajo, una sociedad mejor”.
La única novedad es la confesión ajena. En el nombre de todos los ahí reunidos, y los ausentes, los destacados en sus cuarteles o misiones, el Ejecutivo nos dijo cómo todos los uniformados están a favor de la IV-T.
Entonces no estamos ante un caso de sordera como los nautas de Ulises. Los militares han escuchado otro canto y a otras sirenas. Los mariachis de la IV-T les llevaron serenata y terminaron con una de sus características: el apoliticismo de las Fuerza Armadas.
La cera de sus taponados oídos, se diluyó.
Twitter: @CardonaRafael