Suele ser sutil la línea entre la advertencia y la amenaza. Como la lluvia y la llovizna.
Si alguien me advierte de la proximidad de un camión cuando cruzo la calle, me hace un servicio, me auxilia y me evita un accidente. Si alguien me anuncia con el camión cuando cruce la siguiente calle, me amenaza.
La advertencia es una palabra previsora. La amenaza, en ciertos casos, puede ser hasta un delito.
Por eso ignoro si Yeidckol Polevnsky (o como se llame), la presidenta del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, ha advertido o nos ha amenazado con la presencia de Belcebú, Satanás o cualquiera otro de los nombres con los cuales se conoce al maligno, quien no contento con andar suelto y en grupo por el país desde los tiempos de Mario Ruiz Massieu y otros crímenes políticos (los de su hermano y Colosio incluidos), nos regalaría su mefítica y sulfurosa aparición en caso de un fraude electoral.
Si le seguimos la corriente a la señora Yeidckol, el “patas de cabra” se aparecería, seguramente, al galope sobre los lomos de un tigre, pues ya el patrón de la señora nos advirtió o amenazó (durante la convención de los banqueros) de la jaula abierta con el tigre en la calle sin nadie para domar su furia y su frustración si se repetía (dijo él) un fraude electoral como el de 2006.
Sin embargo, las advertencias o amenazas deben tener al menos una base cierta. Si regresamos al ejemplo del camión y el peatón, debe haber por lo menos un viandante y un autobús. Pero en estos momentos, con los observadores de los partidos en cada casilla, con los metiches de la OEA respirando en la nuca de la autoridad electoral, con los cientos y cientos de candados y con los millones de ojos sobre el proceso entero, a pesar de los dislates del Tribunal y las mamilas de los independientes y las cursilerías de los votos en el extranjero y cuanto se mande y quiera, hacer un truco mayúsculo (o minúsculo), es prácticamente imposible.
Pero aun si hubiera otras condiciones técnicas y operativas de seguridad, un desfalco electoral resultaría tan peligroso como un magnicidio.
No habría forma de controlarlo.
Pero si el arcángel Gabriel nos regaló el misterio de la Anunciación arcangélica —con alas negras de Luzbel—, doña Yeidckol, nos anuncia la llegada de Belial, Lucifer o Moloch. Por eso y para el oportuno registro de las cosas y el babalao, pues vale poner la atención en ellas antes de su ocurrencia, no después. Por eso valen la pena estas dos citas contemporáneas.
Algún día le serán útiles a considerados historiadores o al menos cronistas de nuestra evolución democrática: Satanás y “El tigre”.
“(El financiero).- Yeidckol Polevnsky, presidenta de Morena, manifestó que aquellos partidos que intenten algún fraude electoral el próximo 1 de julio se encontrarán con el diablo.
En conferencia de prensa en el Senado de la República, la presidenta de Morena indicó que si bien Andrés Manuel López Obrador ha dicho que no se va meter, ella no permitirá un fraude a ningún precio.
“Andrés Manuel López Obrador ha dicho: yo no me voy a meter, pero yo soy presidenta de Morena y yo sí me voy a meter y voy ir al fondo. Que no se atrevan a querer hacer un fraude porque sí se van a encontrar con el diablo, porque no les vamos a permitir un fraude, a ningún precio, no lo vamos a aceptar”, sentenció”.
Más allá de presumir una independencia de la cual carece y echar aquello de yo soy la presidenta y si el dueño no se mete me meto yo, Yeidckol ha transmitido fielmente el mensaje.
—Diles, diles tú; yo ya dije lo del tigre.
Y meses atrás rechinó la reja de la jaula. Con la lengua en los bigotes y la elástica espina desplegada en un arco magnífico, el hermoso tigre nos miró con sus ojos nictálopes.
—Quieto, la hora no ha llegado.
“(La jornada).- Después del 1º de julio yo me voy a Palacio Nacional o a Palenque, Chiapas.
“Si se atreven a un fraude me voy también a Palenque y a ver quién va a amarrar el tigre. Quien suelte el tigre que lo amarre.
“Yo no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral. Así de claro, aseguró.
“Por eso deseo con toda mi alma que las elecciones sean libres y limpias y que el pueblo decida.
“Estoy bien y de buenas, tengo mucho tiempo en primer lugar, con 15 puntos arriba en las encuestas. Falta poco y me va a dar mucho gusto trabajar con los bancos, dijo.
“Fue la segunda ocasión que se presenta como candidato presidencial en una convención bancaria, como hace seis años”.
AMALIA
No conoce el diccionario palabra superlativa del cinismo. Tampoco de oportunismo. ¿Abyección?; quizá.
Es el caso de Amalia García, quien tras su cochinero en Zacatecas y su último y mediocre desempeño en el gobierno de Mancera, se dio cuenta, apenas, de la alianza del PRD con Ricardo Anaya.
Y entonces renunció al partido con cuyas siglas ganó dinero a raudales y se formó en la lista de los suplicantes de las migajas de Morena.