Por más tiempo del conveniente los mexicanos, fieles a nuestra tradición de darle vueltas a las cosas y perder el tiempo en discusiones interminables, bizantinas, hemos divagado en torno de las consultas, cuya naturaleza nunca es democrática sino política.
La llamada “democracia participativa”, entendida nada más como la opinión de algunos asuntos públicos, no puede sustituir a las obligaciones del Estado ni abarcar todos los aspectos de la vida. No todo es materia plebiscitaria.
Estos empeños tienden más hacia la demagogia y menos al fondo de las decisiones. Nunca podrá una administración hacer un referéndum sobre cuestiones fiscales, por ejemplo. Y cuando se han hecho consultas ciudadanas para cualquier cosa, la intervención de la plebe (de ahí viene la palabra plebiscito), casi siempre da al traste con cualquier proyecto importante, excepto cuando la consulta es dirigida o inducida o falsificada, a la manera del fracasado aeropuerto, o —en sentido inverso— la termoeléctrica de Morelos.
Pero en el mundo de la apariencia democrática no hay manzana más dorada: la revocación del mandato presidencial. Suena lindo cuando un Ejecutivo se abre la camisa y ofrece su pecho a la metralla de las opiniones libres. Es como cuando el matador se abre la casaca y en audaz desplante arroja la muleta y le ofrece las costillas al toro.
El recurso de confirmación se busca con la muleta de la revocación. Y eso es, una muleta.
Por eso ahora, cuando los senadores discutan el dócil dictamen elaborado al gusto presidencial por los obsecuentes diputados quienes no matizan su fidelidad, van a pasar por alto el verdadero motivo de estos experimentos de consulta coincidentes con un proceso electoral normal en la renovación de poderes y congresos: el ensayo de perpetuación o por lo menos de continuidad.
El verdadero motivo es pulsar el ánimo a la mitad del camino, para cuando venga el proceso de renovación federal del poder. Lo demás es secundario.
Y mientras la discusión se extendía hasta el temido fantasma de la reelección, último mito revolucionario vigente, el Presidente sacrificó lo menos por lo más y firmó una carta de compromiso para no perseguir tan porfirista (o juarista) método de seguir en la silla embrujada (dijo Zapata), y de hecho dio por muerta la consulta misma, porque cuando les exhibe a los conservadores su intención de entregar el mando nacional el día marcado por la ley suprema, antes de irse a “La Chingada”, anuló lo imposible: una revocación del cargo por mandato popular.
Al cancelar la intención de reelegirse (nadie había confirmado lo contrario) y abandonar el cargo y la ciudad cuando termine, LO inutilizó uno de los dos resultados.
¿Entonces, si los votantes, así sea los poquitos de una consulta insignificante numéricamente, le dijeran “vete”, no podría hacerlo porque ya ha firmado el cumplimiento del término constitucional y hasta ahora no hay una vinculación entre estos ejercicios de opinión —ensayos, mediciones electorales, insisto— convertidos en mandatos jurídicos obligatorios.
KUSHNER
Hace unos días, una organización de membrete adquirió fugaz notoriedad; el Centro Contra la Discriminación, presidido por un señor de nombre Carlos Odriozola Mariscal, pugnó por una amparo (admitido para trámite en un juzgado federal, por cierto), para retirarle a Jared Kushner, consejero principal de la Casa Blanca y virtual enlace de Donald Trump para asuntos bilaterales con México, la orden del Águila Azteca.
Kushner era un señor mal visto si se reunía con Enrique Peña o Luis Videgaray, quienes eran peor vistos (al menos por la prensa redentora y las redes ponzoñosas) si se reunían con él. Entreguistas, “lacayos del imperio” y demás lindezas.
Pero el mismo personaje ha sido tratado con toda la finura de quienes manipulan las redes y el mensaje presidencial, tras su cena “fifí” con Andrés Manuel, quien ha puesto sobre la mesa una imposible política de fomento económico regional cuya ilusión se parece mucho a la extinta Alianza para el Progreso de los años sesenta, prácticamente el mismo día del beneplácito al embajador Christopher Landau. De la cena se derivará la primera reunión entre ambos presidentes en un lugar no especificado todavía.
FELICIDAD.
Y si hablamos de membretes, hay uno de tipo internacional llamado The World Happiness Report cuya función es medir la satisfacción y la inexistencia de este valle de lágrimas.
Según estos ociosos de la estadística (tautología), hay una relación directa entre las políticas públicas y la sensación de bienestar. Y los mexicanos somos más felices —dicen—, desde la llegada al poder de AMLO.
Alabado sea.
Twitter: @CardonaRafael
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