NUEVA NEGOCIACIÓN
El primero de enero de 1994, justo el día que los zapatistas eligieron para estallar su movimiento, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Hoy, casi un cuarto de siglo después, el TLC está por entrar a una nueva negociación de la que puede emerger renovado, fortalecido, pero también hay un riesgo concreto de que colapse, sobre todo si el gobierno de Donald Trump hace realidad su obsesión proteccionista.
Se dice poco, pero el antecedente inmediato del TLC fue un tratado de libre comercio sólo entre Estados Unidos y Canadá, que dieron un ejemplo global de liberación comercial. Su tratado estaba vigente desde mediados de la década de los 80. Las negociaciones para sumar a México arrancaron en 1991, en el segundo año de gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Un año después los presidentes Salinas, Bush y el canadiense Brian Mulroney lo firmaron y el primer día del 94, como quedó dicho, entró en vigor.
DE LA MADRID CAMBIÓ DE PARADIGMA
El tratado culminó una estrategia de apertura comercial al mundo puesta en marcha desde el sexenio de Miguel de la Madrid y que supuso un punto de quiebre con las políticas comerciales de los regímenes emanados de la Revolución Mexicana. La política de apertura comercial tuvo que estar acompañada de una apertura del quehacer político, por lo que se registraron acciones tendientes a modernizar la lucha política todavía en tiempo del partido hegemónico. Se tuvo entonces, en los 80, la concepción del comercio como herramienta para fortalecer la economía mexicana a partir de las ventajas comparativas. Durante décadas México tuvo un solo producto importante de exportación, el petróleo.
De modo que la apertura comercial y la reducción o eliminación arancelaria incentivó a otros sectores de la economía hasta entonces poco dados a vender en el extranjero. Algunos inversionistas foráneos vieron ventanas de oportunidad, pues podrían establecerse en México y producir aquí para después colocar sus productos en el mercado de los Estados Unidos. Puede afirmarse que hasta antes de la firma del Tratado, México fue un país proteccionista con una economía cerrada, ensimismada, viendo hacia adentro. La idea de la cerrazón era proteger el mercado mexicano, pero eso generó que muchas áreas no se desarrollaran como podían, pues no tenían que medirse con las economías mundiales. La apertura obligó al gobierno a emprender cambios de fondo, como darle un impulso sin precedentes a la infraestructura, pues los eventuales socios exigieron mejoras sustanciales en puertos, carreteras y terminales aéreas, que hicieran eficaz y ágil el intercambio de mercancías.
SALINAS-BUSH
El TLC pudo firmarse, entre otros factores, por la buena comunicación que existía entre los presidentes. El presidente Bush padre y Carlos Salinas de Gortari hablaban con frecuencia, con respeto que llegó a ser camaradería, nada comparado con Trump que invariablemente intenta hacer ver mal al presidente Peña. Hay un dato curioso: en el TLC original no hay espacio para los energéticos, porque hace más de dos décadas era una suerte de sacrilegio incluso abordar el tema de la intervención de extranjeros en las actividades petroleras. Bush aceptó dejar fuera del tratado al petróleo. Hoy día, en el proceso de negociación, abrir un capítulo energético es obligado y será una de las grandes novedades, porque las cosas en el país cambiaron de manera cualitativa con la reforma energética.
Desde el principio los grandes sindicatos de la Unión Americana se mostraron recelosos con el Tratado pues argumentaban que se perderían empleos allá porque acá se pagan menores salarios. Parte de la exigencia de Trump al renegociar el acuerdo es precisamente eso, que los trabajadores gringos suponen que el TLC les ha quitado oportunidades. A pesar de lo cual, en este cuarto de siglo, en Estados Unidos se crearon siete millones de empleos vinculados al Acuerdo, por tres millones en México; estados como California, Texas, Florida, tienen cientos de miles de empleos gracias al NAFTA, como le dicen por allá.
JAIME SERRA
Uno de nuestros principales negociadores, Jaime Serra Puche, entonces secretario de Comercio y Fomento Indiustrial, recuerda que la negociación se hizo en una mesa literalmente triangular, pidiendo a los tres países comprender que se tiene que ver a América del Norte como una región. Ya no estamos en lados opuestos de la mesa, sino todos del mismo lado de la mesa, dice Serra, quien fue brillante negociador del acuerdo y en el siguiente sexenio, fugaz secretario de Hacienda. Para Serra, un nuevo TLC tenía que ser mucho más abierto, no más cerrado. De la compresión de América del Norte como una región económica dependerá en el futuro su competitividad. No lo ve así Trump, cuya clientela política le pide cerrar puertas y ventanas. En una entrevista reciente, Serra dijo que el gobierno norteamericano miente, sobre todo en el tema del déficit comercial de Estados Unidos con México, que es superior a los 8 puntos. No obstante el déficit con China es de 57 por ciento y con la Unión Europea de 17 por ciento y de eso se dice muy poco.
Expertos consideran que Trump se ensaña con México porque puede, esto es, prefiere un pleito con México que uno con China o con la Unión Europea. Pelear con ellos le arrojaría grandes posibilidades de perder, por eso eligió a México y sus ataques fueron muy bien recibidos por diversos sectores de la población americana, como los trabajadores de la industria automotriz asentados en Michigan, donde está Detroit. Trump dijo muchas veces en campaña que desde el día uno de su gobierno atacaría al TLC. La verdad es que ya estamos casi en Agosto y las negociaciones apenas comenzarán y así como hay ciertos sectores que se dicen afectados hay otros que se afectarían mucho más si el Tratado colapsa.
HECHOS ALTERNATIVOS
Trump es aficionado a las medias verdades o a las mentiras completas, las fuerzas del mercado terminarán imponiendo su lógica y las empresas estarán donde les convenga operar. Cada vez hay más voces en Estados Unidos que piden prudencia, que demandan el fin del discurso bravucón y que se busque una negociación en la que todos ganen. Se puede. Habrá que reconocer que el TLC no es una panacea, pero sí ha tenido más beneficios que perjuicios para los tres países firmantes. Irnos a una guerra comercial, tal y como plantea Trump, haría que países como Alemania o China se frotaran las manos, pues están listos a aprovechar el desconcierto. Lo que requiere la región es consolidarse no desintegrarse. Las negociaciones están por iniciar. La moneda está en el aire.