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La creación de los organismos electorales es uno de los logros más importantes de la vida pública en México de las últimas décadas. Es resultado del esfuerzo y compromiso de muchos mexicanos lúcidos, y en su consolidación se ha invertido mucho tiempo y dinero. Por eso, porque se trata de un logro colectivo fundamental para nuestro proceso democrático, es inadmisible que partidos políticos y candidatos traten de minar su credibilidad para justificar sus malos resultados en las urnas. Una pandilla de malos perdedores intentará poner en entredicho la eficiencia y honestidad de los organismos electorales, con lo que se golpea la todavía joven e incipiente democracia mexicana.

En el origen del proceso democratizador está la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) expedida al inicio del sexenio de López Portillo, con Jesús Reyes Heroles como secretario de Gobernación. Parte fundamental de esa ley fue la incorporación de fuerzas políticas que antes estaban condenadas a la exclusión o la clandestinidad como los partidos de izquierda. En ese entonces la cabeza de los organismos seguía siendo el gobierno a través de la Segob. El INE nace como Instituto Federal Electoral en 1990 a iniciativa del presidente Carlos Salinas de Gortari y se diseña como institución imparcial para dar certeza, transparencia y legalidad a las elecciones.

El paso definitivo ocurrió en 1996 cuando se reforzó su autonomía al desligar por completo al Poder Ejecutivo de su integración y se reservó el voto dentro de los órganos de dirección para los consejeros ciudadanos. La reforma constitucional en materia política electoral del 2014 transformó al IFE en INE, Instituto Nacional Electoral con el fin de homologar los estándares con los que se organizan los procesos electorales federales y locales para garantizar niveles similares en la organización de comicios. La enorme maquinaria del INE se puso en marcha para los comicios de hoy en cuatro entidades de la República, durante las cuales se instalarán más de 34 mil casillas, en las que casi 20 millones de ciudadanos incluidos en el listado podrán ejercer su derecho al voto; habrá que recordar que los responsables de las casillas y de contar los votos serán ciudadanos sorteados del padrón electoral, vigilados por los partidos políticos y la injerencia gubernamental se limitará a la vigilancia del orden y la seguridad. Se quiera o no será una elección de ciudadanos, por lo que no habrá pretextos.

Justicia encarcelada

En un reportaje de alto impacto, Daniel Blancas documentó la semana pasada en nuestro diario La Crónica de Hoy, una serie de irregularidades que ocurren en cárceles de la Ciudad de México. Quedó al descubierto que las cárceles siguen siendo un eslabón fallido en la cadena de la procuración e impartición de justicia en la metrópoli. El control real de las cárceles lo tienen los reos más peligrosos, que manejan a su antojo las prisiones como si las autoridades estuvieran pintadas. No lo están, pero sí están hasta el cuello en el drenaje profundo de la corrupción. Mientras reciban su tajada, lo que ocurra al interior de los reclusorios los tiene sin cuidado.

Hay dentro del organigrama estructuras burocráticas supuestamente encargadas de las cárceles que no ven, no quieren ver, todo lo que ocurre: desde el manejo libre de celulares, la prostitución, el sistema bancario alterno, hasta los custodios al servicio de los reos poderosos. La descomposición de los reclusorios es el reflejo de la descomposición del sistema judicial en el que todos los implicados ponen su parte, como policías preventivos judiciales, jueces y funcionarios del gobierno central. Las cárceles son un negocio sucio, no centros de reinversión a la sociedad.

No hablo de cárceles en pequeñas localidades, sino de las que operan en la Ciudad de México. Se dice poco, pero el 40 por ciento de los presos no tiene sentencia y en muchos casos el tiempo de detención es mayor que la pena señalada para el supuesto delito en el que incurrió el detenido. La justicia que no es expedita no es justicia, es casi otro delito. Los jueces, y especialmente los asignados a los reclusorios, y los integrantes de sus equipos, desde las secretarias, están bien entrenados para sacar dinero de las piedras. Los reos que no tienen dinero tienen que tener paciencia porque su caso va para largo, los abogados de oficio son pura escenografía. Es hora de volver a ver los reclusorios. Que los funcionarios encargados den la cara, que los jueces cumplan con honestidad y que el Nuevo Sistema Penal Acusatorio llegue con prontitud a estos centros de corrupción e impunidad. Habrá que atender a miles de no sentenciados por delitos menores que no cuentan con recursos para pagar un abogado; habrá que poner orden en el manejo interno y habrá que depurar el sistema procesal que es manipulado a favor de la corrupción. Es urgente.

Caos chilango

Las primeras lluvias fuertes de la temporada han colapsado diversas zonas de la ciudad. Las inundaciones muestran, sin espacio para la duda, la falta de un plan rector de crecimiento para la metrópoli. Cada gobierno hace lo que se le ocurre o lo que piensa que le dejará mayores dividendos financieros y políticos, en ese orden. La ciudad crece sin ton ni son. Hay calles en las que se están construyendo edificios para veinte o treinta familias, donde antes vivía una familia. La creciente necesidad de servicios básicos pierde la pelea. Agua, luz, movilidad, seguridad, iluminación, basura. La necesidad de servicios se multiplica y no hay eco en las autoridades delegaciones ni en el gobierno central. Graves problemas se quieren resolver con ocurrencias, como esa del rastrillo para los policías. Una vacilada cruel, pues se trata de manera superficial un problema de fondo.

El caos es particularmente notorio en el tema del uso de suelo que es la gran avenida de la corrupción. Se presta a toda clase de abusos e irregularidades que sólo se explican porque hay dinero circulando de manera irregular en grandes cantidades. ¿Alguien sabe qué pasará con la Ciudad de México en los próximos años? Nadie lo sabe. Los cambios legales y la alternancia política nos colocan en una zona de desconcierto. ¿Qué tipo de ciudad habrá en diez años? Muchas ciudades del mundo saben a qué le tiran. Nosotros en la Ciudad de México no sabemos ni cuándo terminará el incesante cambio de banquetas, que se realiza incluso en calles que no lo necesitaban, en decisiones que sólo se explican por, otra vez, la corrupción; obras mal planeadas; baches y desperfectos no atendidos; macetas en avenidas congestionadas y cientos de obras suntuarias. Claro los problemas son muchos, por ello, se requiere planificación y objetivos concretos.

Los planes de desarrollo son modificados cada vez que surge una nueva administración, así pasamos de la región más transparente a la ciudad de la esperanza, a la del Hoy No Circula, hasta llegar a la reforma política que engrosará el ámbito político y burocrático de la Ciudad. Urge un auténtico plan de desarrollo para la Ciudad y una administración profesional y honesta. ¿Será posible?

 

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