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Septiembre del 85, postales del Centro Médico



EXPERIENCIA IMBORRABLE
Hay ocasiones en las que el punto de vista del narrador hace la diferencia. La experiencia personal no tiene cabida en ciertos géneros periodísticos, pero en otros, como la crónica o la columna, es el alma del texto. Permítanme hablar en este tramo del Mapa Político de mi experiencia personal con relación a los sismos de septiembre del 85.


Por aquel tiempo yo era delegado del Instituto Mexicano del Seguro Social en la delegación No. 5 de la ciudad de México, que incluía, entre otras muchas, dos instalaciones que resultaron claves: el Centro Médico Nacional y el Parque “Delta” del Seguro Social, sede de los equipos capitalinos de béisbol, Diablos y Tigres, y que se transformara por unos días dolorosos en morgue. La mañana del 19 de septiembre llegué a las instalaciones del Centro Médico en Avenida Cuauhtémoc, casi… minutos después del sismo. Alarmado por lo que en mi trayecto observaba, y por las narraciones, algunas inexactas, que escuchaba en mi vehículo por radio, pensé que en ese momento de emergencia los cinco hospitales –Cardiología, Pediatría, Oncología, Traumatología y de Especialidades– que agrupaban el Centro Médico del Seguro Social, tendrían una gran actividad para auxiliar y participar en esta emergencia devastadora de la ciudad, como ya había pasado en otras anteriores como la explosión de San Juanico, nunca me imaginé que la fuerza de este temblor pudiera dañar las instalaciones hospitalarias orgullo de la institución. Lo que vi quedó para siempre en mi memoria.


Edificios cuarteados, escaleras derribadas, cristales rotos y algunas zonas, las menos, derrumbadas, Cientos de hombres y mujeres con uniformes blancos y azules en pequeños grupos trasladando pacientes con rapidez, pero en perfecto orden. Los trabajadores de los distintos hospitales del Centro Médico habían puesto en marcha de manera espontánea, sin protocolos preestablecidos, sin capacitación previa, con sentido común y solidaridad humana, un operativo de evacuación de pacientes que resultó tremendamente exitoso. Doctores, enfermeras, personal administrativo y de intendencia, sacaban a los pacientes de los quirófanos, zonas de terapia intensiva, salas de recuperación y cuartos de hospitalización a las áreas verdes del complejo, donde estarían más seguros.


Los jardines del Centro Médico estaban repletos de camillas, camas improvisadas. Cada médico vigilaba a los enfermos que tenía asignados, instrumental y equipo acompañaban a los enfermos, respiración manual para algunos de ellos. A esta labor y debido a la hora, se habían sumado los trabajadores de dos turnos, los que concluían su horario laboral y los que a esa hora apenas iniciaban. Nadie se retiró y así se sumaron para conformar una sola fuerza de tarea que sirvió el doble. De manera gradual arribaban las ambulancias que trasladarían a los pacientes de mayor gravedad a otros hospitales. Las comunicaciones estaban suspendidas, por lo que a través de los radios de las ambulancias se estableció un sistema de comunicación eficaz y de gran ayuda en ese momento. Gente ayudando a la gente, preocupados por sus semejantes, esforzándose al máximo por ser de utilidad. Me sumé de inmediato a las tareas. El director de Servicios Médicos había tomado la previsión de establecer un control de los traslados, acción que fue de suma importancia para informar a los parientes de los enfermos que a caudales llegaban con desesperación y angustia a buscar a sus familiares. La coordinación entre los directores de cada hospital y a su vez con sus jefes de servicios apoyados por las jefas de enfermeras, me recordó las movilizaciones disciplinadas de un ejército, todos con un objetivo: preservar la salud de los enfermos, hombres mujeres y niños.


Me interesa rescatar un dato duro: ningún paciente hospitalizado en esta fecha en el Centro Médico Nacional murió como consecuencia del sismo. Es una hazaña que debemos atribuir a la comunidad de trabajo de una institución como el Seguro Social, que ante la adversidad trabajó de manera incansable pero también efectiva. Hubo por desgracia víctimas fatales entre el personal médico. Recuerdo a tres chicos que estaban estudiando su especialidad y que fueron víctimas mortales cuando un techo en una zona, por cierto remodelada, se vino abajo y los sepultó.


Hay imágenes indelebles que el tiempo, en lugar de borrar, consolida. Visiones que se hacen de un lugar en la memoria para no alejarse jamás. Una de ellas, en mi experiencia personal, es la del Parque Deportivo del Seguro Social, convertido en morgue capitalina para resguardar los cadáveres de víctimas del sismo que todavía no eran identificados. Los cientos de cuerpos se colocaron en el jardín de acuerdo a la zona en la que habían sido levantados, por calle y colonia. Los deudos hacían largas filas para acercarse a los cadáveres para la identificación. No encuentro calificativos que describan las cientos de escenas de dolor que me tocó presenciar. Verdaderamente desgarradoras. Gritos, llantos, oraciones. El olor a muerte que penetra en el cuerpo, aunque se cubra la nariz con pañuelos o cubre bocas.


Lo que me interesa hoy, a tres décadas de los sucesos, es destacar la tarea y la entrega de los trabajadores del Seguro Social, todos por igual, médicos, enfermeras, ambulantes, personal de intendencia y de oficina, lograron la hazaña de trabajar todos por la salud de los mexicanos; otro grupo ajeno a la institución fueron los voluntarios, miles de jóvenes apenas salidos de la adolescencia nos dieron una gran lección de solidaridad humana, imposible de olvidar. La gente trabajando codo con codo al lado de los compatriotas desmoronados como los grandes edificios que cedieron ante la acometida de los sismos.


El trabajo desplegado por la comunidad del IMSS en esa prueba fue coordinado por su director general Ricardo García Sainz, quien llegó la mañana del sismo al Centro Médico en motocicleta, y asumió de inmediato un liderazgo clave para entregar, como se hizo, buenas cuentas. García Sainz fue un servidor público ejemplar… quedan ahí los recuerdos y las enseñanzas de una sociedad unida por el dolor, con fuerza ante la adversidad y solidaridad tan deseada en estos tiempos.

19 DE SEPTIEMBRE, CUMPLEAÑOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Todos los habitantes de la ciudad de México tienen una historia que contar sobre los sismos del 85. Se trató de un punto de quiebre. Un antes y un después. Para el Distrito Federal, tuvo consecuencias de todo tipo, incluso políticas. No es exagerado decir que la ciudad se transformó en una plaza de oposición y sus habitantes votaron por la izquierda como una de las consecuencias políticas de aquel acontecimiento. Varios de los líderes que después encabezaron la irrupción del PRD en la capital se forjaron en las calles, en las tareas de atención a las víctimas, llamadas damnificados y en las tareas de reconstrucción.


El balance general de las carreras de esas figuras y el hecho de que el partido del sol azteca atraviese un interminable eclipse es otra cosa, pero lo que interesa destacar es que de la movilización ciudadana emergieron líderes naturales que después pasaron a ocupar posiciones de poder y en esas andan. El sismo abrió brecha para establecer una nueva relación entre los ciudadanos y las autoridades. Es uno de los momentos en los que pueden fecharse el nacimiento de lo que hoy se conoce como Sociedad civil, que no es otra cosa que los ciudadanos actuando sin la tutela de la autoridad. Se consiguió por el trabajo desplegado por la gente común y corriente. La que removió por impulso natural escombros para encontrar sobrevivientes o cuerpos sin vida, logró un espacio en el quehacer político de la ciudad.


Hoy en día, en todos los espacios de opinión se habla de la sociedad civil para describir a grupos de personas que tienen autoridad moral para actuar sin el permiso de la autoridad. Era de esperar que la movilización ciudadana se hiciera en contra del poder establecido y la hegemonía de la izquierda en la ciudad se origina en las calles devastadas, llenas de polvo. La sociedad civil se parece al concepto de pueblo, pero es otra cosa. La diferencia es que el pueblo es un ente pasivo sujeto a la buena voluntad de las autoridades que lo llenan de flores en los discursos, pero no asumen como órdenes sus demandas. La sociedad civil, en cambio, impone o trata de hacerles su agenda a las autoridades.


Los especialistas se asombraron ante la aparición de tantos jóvenes voluntarios, que además donaron sangre de manera masiva, dirigían el tránsito y colocaban señales en zonas de peligro. El presidente Miguel de la Madrid y el entonces regente Ramón Aguirre, quedaron, al menos los primeros días, rebasados por los acontecimientos. Es justo decir que días después se repusieron. No obstante, el germen opositor de los damnificados que se organizaron para demandar una vivienda digna quedó sembrado y se transformó con el paso del tiempo en el virtual aniquilamiento del PRI en la ciudad.

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