Se cumplió el rito de la entrega del Informe Presidencial. Ya pasamos la mitad de la administración de Enrique Peña Nieto. Del mensaje del Ejecutivo se desprende su certidumbre de que vamos en el camino correcto, de que entra a su cuarto año con más fuerza, como se demuestra con el decálogo de acciones a desarrollar en el futuro inmediato y en la ubicación del populismo como la bestia negra que acecha a la vuelta de la esquina.
ELEGIR ADVERSARIOS
Enrique Peña Nieto eligió al populismo como su antagonista. Lo hizo ante cámaras y micrófonos. En política es tan importante buscar aliados como elegir adversarios. Un enemigo funcional, creíble, que de veras asuste, justifica la naturaleza de las políticas públicas. El mensaje es: hacemos esto y aquello para evitar males mayores, apabullantes, como el populismo. Durante el mensaje con motivo de su Informe, lo planteó de manera inequívoca: en el ambiente de incertidumbre que impera a nivel global, el riesgo es que en su afán de encontrar salidas rápidas, las sociedades opten por salidas falsas. “Me refiero, dijo, al riesgo de creer que la intolerancia, la demagogia o el populismo, son verdaderas soluciones. De manera abierta o velada, la demagogia y el populismo erosionan la confianza de la población, alientan su insatisfacción y fomentan el odio en contra de instituciones o comunidades enteras. Donde se impone la intolerancia, la demagogia o el populismo, las naciones, lejos de alcanzar el cambio anhelado, encuentran división o retroceso”.
LA DEFINICIÓN
De manera simplista algunas definiciones de populismo lo establecen como la teoría y práctica políticas que se presentan como defensoras de los intereses del pueblo. Modo de obrar en política que busca gustar al pueblo.
Se afirma que se trata de un concepto político que permite hacer referencia a los movimientos que rechazan a los partidos políticos tradicionales y que se muestran, ya sea en la práctica efectiva o en los discursos, combativos frente a las clases dominantes.
El populismo apela al pueblo para construir su poder, entendiendo al pueblo como las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos. Suele basar su estructura en la denuncia constante de los males que encarnan las clases privilegiadas. Los líderes populistas, por lo tanto, se presentan como redentores de los humildes.
El término populismo tiene sentido peyorativo, ya que hace referencia a las medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias.
LA DOCTRINA POPULISTA
Según algunos politólogos expertos, las doctrinas populistas tuvieron orígenes “simultáneos” en Rusia y Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX, desarrollados en dos contextos históricos bastante diferentes, pero con una característica común: el ser una protesta formulada contra el capitalismo.
El populismo ruso, fue una corriente de pensamiento con muchos matices, que produjeron movimientos y organizaciones políticas de todo tipo; desde pacifistas hasta violentas. El populismo ruso nunca fue una ideología nativa del campesinado ruso, sino que representó una expresión a favor del campesinado de la intelectualidad rusa.
El Populismo, en los Estados Unidos, aunque nunca obtuvo un serio apoyo de las masas del proletariado industrial, se convirtió en el antecedente de la formación del Partido Socialista, que surgiría en la década de 1900.
El populismo en América Latina fue una alianza entre clases sociales antagónicas, en proceso de formación: burguesía, por un lado, y proletariado, campesinos y clases medias, por el otro, guiadas por el propósito de confrontar y derribar al Estado Oligárquico, heredero del colonialismo, desde el siglo XIX. A nivel externo se luchó contra un enemigo llamado “imperialismo norteamericano”.
El populismo histórico cree en el Estado como principal regulador económico y social. Trató de fortalecerlo a toda costa, llegando algunas veces a la exageración y produciendo efectos negativos como la excesiva burocratización. De todas formas, la idea de un Estado fuerte debe ser rescatada.
El populismo, entonces, no es, ni mucho menos una experiencia del pasado, una teoría pasada de moda, ni la caricatura que algunos políticos y medios de comunicación presentan, entresacando de este movimiento sólo sus aspectos más negativos y espectaculares: el tono populachero de los discursos, los gritos, los remedos de liderazgo carismático, el autoritarismo, etc. El populismo fue una lectura de una realidad concreta, y mientras ésta persista puede aparecer de nuevo.
PELIGRO REAL
El problema en México es que el populismo no genera la misma respuesta de miedo o análisis real. De hecho las nuevas generaciones de mexicanos, digamos menores de 30 años, no entienden las razones del miedo. Las políticas anti-populistas seguidas en México no han dado resultados para presumir en casa. El nivel de vida de la población mayoritaria es igual o peor que antes. Hoy día, por mencionar un dato que deja a todos helados, más de la mitad de la población mexicana vive en pobreza. De manera que para analistas, observadores, académicos y ciudadanos comunes, es más que pertinente plantear la siguiente pregunta:
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE POPULISMO?
La respuesta no es tan sencilla como pudiera pensarse. Se trata de un comportamiento que ha sido asumido en la historia por gobiernos progresistas y conservadores, de izquierda y de derecha, unidos por un afán de salvar al pueblo que confía en ellos con decisiones irresponsables en materia de política económica que después de un alivio breve, transitorio, terminan afectando todavía más al pueblo que desean rescatar.
La historia de América Latina está plagada de ejemplos de gobernantes populistas que, erigiéndose en caudillos redentores, casi santos, motivo de un culto cívico a sus poderes sobrenaturales, dejaron una huella de decepciones y desencantos. Son demagogos elevados a la quinta potencia. En los recuentos que hacen los historiadores sobre políticos populistas nunca falta el nombre de Juan Domingo Perón, quien intentó implantar en Argentina un régimen similar al de Benito Mussolini. En tiempos más modernos son populistas afamados con su cauda de alucinaciones, los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro que mantienen un contacto esotérico a través de pequeñas aves, que aparecen cuando menos se las espera portando mensajes del más allá para Caracas. La mejor defensa de su régimen es a través de discursos interminables.
VOZ DEL PUEBLO, VOZ DE DIOS
En un texto, el historiador Enrique Krauze afirma que el populismo fabrica la verdad y lleva hasta sus últimas consecuencias aquello de que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. Los populistas abominan la libertad de expresión, explica el historiador, porque sueñan con decretar una verdad única, la suya. Un dirigente populista maneja el erario público como patrimonio personal que usa a discreción, según las necesidades del momento. Casi todos los líderes populistas desconocen el manejo de la economía y de las finanzas públicas, lo que poco tiempo después se traduce en errores que ocasionan daños descomunales. El populista, dice el historiador, reparte directamente la riqueza al margen de burocracias, pero no la reparte gratis, focaliza su ayuda, la cobra con obediencia. El populista alienta el odio de clases.
EL ANTEPASADO POPULISTA
El PRI de nuestros días, a partir del análisis de la investigadora del Colegio de México, Soledad Loaeza, intenta reconciliar dos entidades contradictorias, ser heredero del partido histórico de la Revolución Mexicana, que generó una secuencia de regímenes populistas y, al mismo, tiempo ser enemigo jurado del populismo. Desde su perspectiva, las políticas del general Lázaro Cárdenas sirvieron al tricolor para construir una alianza popular. Hasta donde sabemos, escribió hace poco Loaeza, el populismo cardenista es uno de los episodios más ricos de la historia contemporánea; un momento intensamente vital, en el que obreros, campesinos y burócratas se sintieron miembros de pleno derecho de la comunidad nacional.
En el vocabulario político mexicano del último cuarto de siglo, el populismo se volvió una mala palabra. Se utilizó para bautizar una política económica de gasto público excesivo, endeudamiento desorbitado y decisiones presidenciales arbitrarias. Visto el populismo como una política económica, que así lo ven los jóvenes funcionarios hoy en el poder, los instrumentos que se han utilizado para remediar los males de nuestra economía únicamente han servido para acentuar tendencias sociales de largo plazo.
El populismo ofrece soluciones fáciles para problemas complejos. Supone que con la voluntad del líder carismático se superarán desafíos que requieren años de trabajo. Se gasta por un tiempo más de lo que se tiene y después las cuentas no cuadran.
¿ME ESTÁS OYENDO LÓPEZ OBRADOR?
A decir de diversos analistas, el mensaje del presidente tenía como destinatario principal, dentro del territorio mexicano, a Andrés Manuel López Obrador, dueño de Morena, a quien en diversas ocasiones sus adversarios han descrito como populista y demagogo. Lo dijo hace muy poco el perredista Jesús Ortega, quien afirmó que en México la visión de izquierda de Morena es populista, demagógica, fanática e intolerante. El grupo que encabeza el tabasqueño aprovecha los pobres resultados de la política económica para achacar los males del país a la “mafia del poder”. Si tal mafia se hace a un lado las cosas comenzarán a mejorar por arte de magia. Como hay muchos compatriotas excluidos de los beneficios, su clientela para los mensajes populistas es abundante.
Su clientela crece al mismo ritmo que su desprecio por las instituciones. El presidente de Morena, Martí Batres, declaró que hay una gran decepción nacional y el presidente de la República siente que López Obrador gana consenso entre la ciudadanía en un escenario de gran decepción nacional. Si el rival a vencer para el régimen en el 2018 es el populismo, la lucha apenas comienza, lo más fuerte está por venir.