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¿Hay lugar para el PRI en el México del siglo XXI?



“Con cariño y reconocimiento para
Marco Aurelio Carballo en su aniversario literario”

La unidad
El Partido Revolucionario Institucional celebró ayer una reunión llamada de “unidad” con la presencia del presidente Enrique Peña Nieto y miles de militantes de este partido, entre los que se encontraban gobernadores, diputados, presidentes municipales y funcionarios de todos los niveles. La reunión nos hace recordar tres grandes momentos históricos de este partido: su nacimiento, que logra unificar a todos los jefes revolucionarios en una sola corriente política; su consolidación y permanencia en el poder, dando paso a un México moderno e institucionalizado; y su debilitamiento y desgaste, que provocaron la alternancia y avance de los partidos de oposición.

Los generales sonorenses
En la actualidad una de las preguntas clave del quehacer político nacional, cuya respuesta está en proceso de elaboración, es si el PRI, el partido creado por el grupo triunfador de la Revolución Mexicana, el de los generales sonorenses encabezados por Plutarco Elías Calles en el año 1929 con el nombre de Partido Nacional Revolucionario, tiene un lugar en la historia del siglo XXI. La creación del partido obedeció al interés de Calles de contar con un espacio político en el cual se dirimieran los apetitos y ambiciones de los jefes revolucionarios que querían extender su triunfo armado. La idea era terminar con las asonadas o reducirlas a su mínima expresión, objetivo que se cumplió.

La dictadura perfecta
Fue, desde su nacimiento, un partido singular ya que no se creó para alcanzar el poder, sino que se creó desde el poder para conservarlo de manera institucional. Fue durante más de siete décadas un partido invencible, al grado que el escritor peruano nacionalizado español, Mario Vargas Llosa describió al sistema del partido hegemónico como la dictadura perfecta. “La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México. Es la dictadura camuflada”. “Tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible”. Eso lo dijo el Nobel a mediados de 1990, diez años antes de la primera transición. Todo parecía funcionar en la maquinaria tricolor, hasta que empezó el año 1994.

La tormenta perfecta
1994 fue el año no de la dictadura perfecta, sino de la tormenta perfecta. Todo lo que podía salir mal, salió peor de lo imaginado. Ni el más pesimista hubiera podido diseñar un escenario más adverso. Que el PRI haya salido adelante de esa crisis de dimensiones históricas es una proeza política, pues todas las señales apuntaban a su inminente extinción. En ese año, el PRI perdió a su candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y a su secretario general, ambos asesinados en un entorno de lucha por el poder que no ha terminado de dirimirse. En 1994 comenzó el declive que propiciaría la primera transición en la Presidencia de la República, la del año 2000. El año 1994 comenzó, imposible olvidarlo, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en las montañas de Chiapas, justo el día de inicio de operaciones formales del TLC que nos llevaría, se decía, a los linderos del primer mundo. Lo que ocurrió fue exactamente lo contrario, una guerrilla indígena se levantó en armas y retó al todopoderoso Estado mexicano. El estallamiento vino a complicar un panorama adverso para el candidato presidencial del PRI, el sonorense Luis Donaldo Colosio, que había sido elegido por Carlos Salinas para sucederlo, ante la rebeldía protagonizada por Manuel Camacho Solís que no aceptó ser hecho a un lado y rompió la primera regla no escrita de la estabilidad del régimen: la disciplina partidista.

La culebra
El jaloneo entre el Presidente Carlos Salinas y Manuel Camacho obstaculizó el despegue de la campaña de Colosio y enrareció el ambiente político. En eso estaban los priistas cuando el subcomandante Marcos y los suyos irrumpieron en el escenario y de inmediato tuvieron éxito mediático dentro y sobre todo fuera del país. Salinas nombró a Camacho comisionado para la paz con lo que alcanzó un protagonismo intenso que hizo palidecer la campaña de Colosio. Finalmente, después de varias semanas de tensión, Camacho y Colosio alcanzaron un acuerdo. Días después, el 23 de marzo, en colonia perdida de Tijuana, Baja California, mientras sonaban las notas de “La Culebra”, Mario Aburto le colocó un revólver Taurus en la sien a Colosio, disparó y le voló la tapa de los sesos. El magnicidio descarriló el sexenio y también a los priistas.
En la confusión imperante, emergió como candidato presidencial Ernesto Zedillo Ponce de León, que nunca fue priista y que estableció con el partido una sana distancia. Cuando el partido estaba intentando retomar el camino, su secretario general y seguro secretario de Gobernación, José Francisco Ruiz Massieu, también fue asesinado, ocasionando un maremágnum que anegó las oficinas del partido que desde entonces comenzó a hacer agua.

La sana distancia
El PRI presentó como candidato presidencial para la elección del año 2000 a Francisco Labastida, un político profesional, serio, responsable, quien hace pocos días reveló algo de lo que todo mundo hablaba en el año dos mil: Zedillo tenía interés en que el PRI perdiera las elecciones, como finalmente ocurrió. Labastida aceptó el resultado, asumió la derrota y el PRI pasó a la oposición por primera vez en su historia. Los augurios eran que el partido se desvanecería ante la competencia democrática real, pero no fue así. Las estructuras creadas por el partido resistieron y funcionaron, algunos gobernadores y legisladores conservaron su lealtad partidista y evitaron el desmoronamiento del PRI.

El tucom
En la elección del año 2006 el PRI no estuvo a la altura de las circunstancias, El empecinamiento de Roberto Madrazo de ser al mismo tiempo presidente nacional del partido y candidato presidencial generó rechazo amplio y explícito, como fue la formación del grupo Todos Unidos Contra Madrazo, en el que estaban personajes como Arturo Montiel, Enrique Jackson, Enrique Martínez y Martínez, entre otros, que sigue vigente. Pero eso no fue lo más grave, el presidente del partido, Roberto Madrazo se peleó de manera irreconciliable con la secretaria general, Elba Esther Gordillo, lo que auguró una catástrofe que finalmente se concretó el día de la elección presidencial que mandó al PRI a un muy lejano tercer lugar después del PAN y del PRD. Madrazo y Elba dinamitaron a su propio partido, que quedó a punto del colapso final, que no ocurrió.


Gobernador del Edomex
Desde antes de esa fallida elección para el PRI, la del 2006, ya despachaba en el Estado de México Enrique Peña Nieto, que había demostrado durante la campaña de proselitismo encarnar un fenómeno de popularidad, apoyado por los estrategas de la televisión comercial. Desde entonces muchos priistas sabían que tenían el germen de un candidato ganador en una competencia política real, con alta influencia de los medios masivos. La figura de Peña fue subiendo y para el año 2009, año de la elección federal intermedia, todo mundo sabía que Peña sería el candidato del PRI para el 2012. Lo fue y ganó por amplio margen a Andrés Manuel López Obrador y a Josefina Vázquez Mota, del PRD y del PAN respectivamente. Con el triunfo de Enrique Peña Nieto se concretó una segunda transición.


El partido que parecía destinado a desaparecer se mantuvo y volvió a Los Pinos desde la oposición. El PRI parecía listo para una edición Siglo XXI. La firma del Pacto por México y el ambicioso paquete de reformas estructurales pintaban a un partido moderno, aliado de la competencia, listo para ser protagonista global. Como todos saben no ha sido fácil hacer realidad las expectativas generadas por las reformas y aunque el PRI tuvo un buen desempeño en la elección de junio, lo cierto es que hay muchas dudas en el aire sobre su viabilidad en futuro cercano.

La lucha contra el populismo
Ayer César Camacho actual líder del PRI, organizó la reunión de la “unidad” en la que Enrique Peña Nieto retomó la liturgia priista tradicional y, entre especulaciones de quién debe ser el próximo presidente de este partido y quién puede ser su abanderado para el 2018, dirigió un mensaje como líder máximo del PRI a todos los militantes, acelerados y espectadores políticos; advirtió sobre el peligro del populismo y la demagogia como una amenaza que puede provocar el retroceso de los avances y transformaciones. “La historia nos ha enseñado que la visión populista, demagógica e irresponsable destruye en unos días lo que llevó décadas construir, México debe estar consciente de esto”. Ante una multitud de priistas también señaló que “es momento de que el PRI actualice sus organizaciones y su estructura para tener una nueva dinámica”; “el PRI tiene la obligación y la oportunidad de dar valor y prestigio a la política. Las autoridades emanadas del PRI deben ser ejemplo de integridad”.

El futuro
¿El PRI tiene un lugar en el México del Siglo XXI? La respuesta es afirmativa, sí lo tiene, siempre y cuando cumpla ciertas condiciones que son necesarias para cualquier organización política en los tiempos que corren: Que a su legendaria disciplina añada valores como la empatía real con la ciudadanía y una lucha verdadera a la corrupción. Estar más cerca de los ciudadanos es vital en el siglo XXI, sobre todo con una legislatura electoral que ya contiene la figura del candidato independiente. La lucha contra la corrupción incluye asuntos por demás espinosos como el conflicto de interés o el abuso del cargo. El caso de las casas del primer círculo del mandatario o el del helicóptero que usaba el jefe de la Comisión Nacional del Agua son tóxicos, equivalen a funcionar como “criptonita” verde para el partido, que tiene una maquinaria electoral eficiente pero que puede colapsar si está lejos de los ciudadanos o si es permeada por la corrupción. El reto no solo es la unidad, es la vigencia de una nueva ética política.

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