CÁNCER SOCIAL
La corrupción es un fenómeno que se ha presentado en todas las culturas y en todos los tiempos. En México es creciente y aparentemente generalizado en todos los niveles de nuestra sociedad. Se dice que México es un país corrupto, que casi todos los mexicanos de alguna forma estamos siendo partícipes de este problema.
La corrupción es un “cáncer” social, que destruye, debilita, desarticula, resquebraja, desintegra cualquier Proyecto Nacional de Estado y de Sociedad, “lesiona al ente social”.
El tráfico de influencias, el soborno, la extorsión y el fraude son algunas de sus prácticas, que se ven reflejadas en acciones de todos tamaños, desde pagar una dádiva, llamada también “moche” para conseguir contratos, evitar una clausura, agilizar un trámite e incluso la aplicación de sanciones incluyendo la cárcel.
La corrupción encadena necesariamente con otros delitos como el robo, hasta con, frecuentemente, la impunidad.
CORRUPCIÓN HISTÓRICA
Algunos historiadores afirman que la corrupción nace en México a partir de la conquista por parte de los españoles, quienes en un afán de enriquecimiento corrompen las creencias y los valores de los pueblos originarios. De esta manera los ahora llamados “mexicanos”, tenemos una larga historia de pérdida de valores que permiten la corrupción.
Agregan que la Colonia fue una época en la que, por una parte, estaba proscrita la religión, las leyes e instituciones del pasado; pero, al mismo tiempo, las coloniales impuestas por los españoles, resultaban totalmente inciertas y contradictorias. La Corona Española se caracterizó por su ineficiencia gubernamental, su incapacidad para impartir justicia, aun entre los propios españoles, y su pésima gestión administrativa. Ante la ambición del poder y riqueza, primero entre los mismos conquistadores y posteriormente entre la burocracia y la baja nobleza que llegó a la Nueva España, creando así el sistema colonial, alimentado por la corrupción de los propios españoles y marcando el inicio del nuevo proyecto civilizatorio.
A pesar de ello, algunos grupos indígenas sobreviven manteniendo normas incorruptibles: el derecho consuetudinario (a través de las tradiciones, usos y costumbres); sus instituciones (como las mayordomías, las cofradías, el compadrazgo, la familia, la amistad) y sus autoridades (tradicionales y religiosas), lo mismo en comunidades indígenas y campesinas. En este ámbito cuando se empeña la palabra, tiene mayor peso legal y moral que las leyes de la otra cultura, la dominante.
Desde la Colonia hasta nuestros días, en estos casi cinco siglos, el país ha sufrido varios cambios estructurales, siempre negando la cultura ancestral, y orientados a modelos extranjeros. El común denominador ha sido la corrupción de quienes los han tratado de imponer y de quienes se han resistido a asumirlos, por ello se ha llegado a afirmar que la “corrupción somos todos”.
COSTO POLÍTICO, ANTÍDOTO CONTRA LA CORRUPCIÓN
México no es el país más corrupto del mundo, pero sí es el más corrupto entre los integrantes de la OCDE. De un tiempo a la fecha se ha esparcido la idea de que la corrupción es entre nosotros un mal endémico, una fatalidad, algo que viene en la información genética del mexicano. Desde luego no lo es, pero es innegable que la percepción internacional del país tiene a la corrupción como rasgo dominante. La corrupción, se dice, es el aceite de la máquina gubernamental y el empujón que se necesita para que las cosas funcionen. Los profesionales que saben a quién, cómo y cuánto dinero dar de gratificaciones son muy cotizados, lo que supone un sobreprecio funesto para nuestra economía, que tiene una expresión en pesos y centavos equivalente a más del 8 por ciento del PIB.
Durante décadas, la clase política fue refractaria a las acusaciones de corrupción. Llegó a ser casi natural que un familiar, amigo, conocido o vecino que entraba a la política, que le daban un cargo público, pocos meses después comenzaba a presumir su prosperidad, en forma de nuevas casas, autos, ranchos, fiestas, novias. No es que sea un fenómeno restringido a los servidores públicos, es que ahí, en ese ámbito, tomó carta de naturalización. Dichos como “No me des, ponme donde hay”; “no importa que robe pero que salpique”; “Ayúdame a ayudarte; “Ponte guapo”; “ahí lo dejo a su criterio” o “la moral es un árbol que da moras”, reflejaban un cinismo grotesco del que participó la sociedad en su conjunto, con sus excepciones, claro, para no herir susceptibilidades y no incurrir en generalizaciones injustas. Los políticos corruptos no sólo no ocultaban su nueva riqueza inexplicable, la lucían y la sociedad lo aceptaba, diciendo que qué listo, sí la supo hacer.
LAS CONTRALORÍAS
Las cosas comenzaron a cambiar, surgieron las contralorías internas, una secretaría de vigilancia, hasta la moderna Auditoria de la Federación, para evitar la corrupción de los funcionarios públicos. Se presentó un avance y por su parte surgieron organismos ciudadanos de vigilancia y transparencia, con una opinión pública más robusta, informada, exigente que no quería sumarse a las hordas de cínicos. Aun así todavía pasaron varios años para que el hartazgo popular sobre la corrupción tuviera un reflejo electoral nítido, como el que quedó al descubierto en las pasadas elecciones de junio, cuando los votantes ajustaron cuentas con mandatarios corruptos en las urnas. Y entonces sí, la clase política apuró cambios, como la creación y aprobación de la Comisión Nacional Anticorrupción. Incluso partidos políticos han comenzado a replicar el modelo dentro de sus propias organizaciones.
Una cosa debe quedar clara: el abatimiento de la corrupción será posible mientras mayor sea su costo político. México es un país con un potencial de desarrollo colosal. Tiene ventajas comparativas muy atractivas. Las inversiones foráneas, que ya son considerables, pueden dispararse si se logran transparentar los procesos de licitación, si las empresas no tienen que calcular un diez por ciento de sobrecosto para pagar mordidas que inclinen la balanza a su favor. Si ser corrupto trae consecuencias negativas en el ámbito político o de los negocios, entonces habrá un cambio que por la misma razón tiene que tener a la propia ciudadanía como motor principal. No es lógico que los ciudadanos exijan honestidad si ellos en su vida cotidiana no lo son.
COMISIÓN ANTICORRUPCIÓN
La Comisión Nacional Anticorrupción tiene un área de oportunidad casi infinita, aunque también tiene riesgos de convertirse en un elefante blanco, un laberinto burocrático de fotocopias, sellos, supervisiones. Si puede abatir los índices de impunidad le hará un gran servicio al País. Corre el riesgo de ser desbordada por un problema de facetas múltiples. No sólo en el gobierno, sino en otros poderes, como el Legislativo y claro el Judicial que se mueven en zonas de penumbra, como eso de los moches en el caso de los legisladores o el misterio del elevado nivel de vida de jueces y magistrados. La cuestión, en la parte cultural, con la sociedad como protagonista, es que el corrupto deje de ser alguien ejemplar a quien se admire. Que el corrupto sea un apestado, no un benefactor. Se tienen que replantear principios y valores, que la sociedad califique de ejemplar al servidor público que vive de acuerdo al salario que cobra y no se le tache de menso por no hacer fortuna.
Los que tenemos edad suficiente recordamos el lanzamiento, durante el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, de una cruzada denominada “Renovación Moral de la Sociedad” que partía del supuesto de la voluntad del pueblo y gobierno de México para erradicar lo que corrompe los fundamentos de su convivencia,. Se realizaron algunos cambios legales y se registraron avances, pero demasiado discretos. Ya desde esos años se buscaba establecer normas que obligaran con efectividad a los servidores públicos con la sociedad a que el comportamiento honrado prevaleciera. De la Madrid pretendió, al menos formalmente, defender los valores del servicio público con cosas elementales, como que no era compatible servir en puestos públicos y simultáneamente tener negocios con actividades relacionadas con el gobierno. Era una dualidad inmoral: o se hacen negocios, o se gobierna. Se decía que los puestos públicos no deberían ser vistos como botín. Como aspiración resultó impecable, como realidad fue un petardo, pues los casos de corrupción de escándalo siguieron repitiéndose.
LA ACTUALIDAD
Se despliega estos días la persecución de dos ex gobernadores, el de Veracruz y el de Sonora, que son prófugos de la ley, pesan sobre ellos acusaciones graves. Son personas muy conocidas que no podrían pasar de incógnitos y sin embargo los dos, uno del PRI y el otro del PAN, pudieron escapar del brazo de la ley. Los van a detener cuando el hecho de que anden libres tenga un alto costo político, con lo que regresamos al principio y da pie para reafirmar el papel decisivo de la ciudadanía en la lucha contra la corrupción. Si la corrupción tiene un alto costo político puede ser derrotada con el voto o la denuncia, por tal motivo nadie puede quedar al margen de su combate.
RESPONSABILIDAD DE TODOS
Pero también hay que propiciar la legalidad en todas las acciones de la sociedad, la exigencia a que el policía cumpla, el inspector no soborne, la transparencia sea un común denominador en contratos y licitaciones públicas, en que la objetividad y oportunidad de las sentencias y actuaciones de los jueces sea una realidad, a que la ética y los valores sociales se reintegren al lugar que merecen dentro de nuestra vida social. Esto es tarea de todos, cada ciudadano debe asumir la responsabilidad de combatir la corrupción, no solamente en el ámbito político o en el medio empresarial, sino también cotidianamente, actuando de manera correcta, incluso en situaciones que parezcan menos relevantes.