La obligación
La finalidad del informe presidencial es que el pueblo en su conjunto, en quien recae la soberanía nacional, esté informado del estado que guarda la administración pública, para ello la Constitución de 1917, en su artículo 65 dispuso que “el Congreso se reunirá el día 1º de septiembre de cada año para celebrar sesiones ordinarias” y en el 69 señala que: “la apertura de sesiones del Congreso, sean ordinarias o extraordinarias, asistirá el Presidente de la República y presentará un informe por escrito; en el primer caso, sobre el estado general que guarde la administración pública del país, y en el segundo, para exponer al Congreso o a la cámara de que se trate, las razones o causas que hicieren necesaria su convocación y el asunto o asuntos que ameriten una resolución perentoria.”
Estos artículos constitucionales fueron modificados en tres ocasiones: en 1923, posteriormente en 1986, manteniendo la obligación del Presidente de la República de asistir y de presentar un informe escrito y fue hasta el 2008 que se suprime la obligación del presidente de la República de asistir a la apertura de las sesiones del Congreso.
Rendir el Informe de Gobierno, por tanto, es una obligación constitucional vigente para el Presidente de la República. El Ejecutivo debe anualmente presentar, al inicio del periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión, un informe del estado que guarda la administración pública. La idea es que ambas cámaras analicen el contenido del documento y citen a comparecer a los secretarios de Estado que conforman el gabinete presidencial, para que den detalles del trabajo realizado en su área específica de competencia. Pretende, de acuerdo a este esquema, ser un hecho que reconoce la división y equilibrio entre los poderes de la Unión.
El día del Presidente
Durante muchos años, a lo largo de la historia del País, el primero de septiembre se consideraba el Día del Presidente. El jefe de Estado era protagonista de un evento que ratificaba el dominio del modelo presidencialista. No sólo se daba a conocer el estado que guardaba la administración pública, sino que era la mejor oportunidad para ratificar el poder unipersonal del mandatario. Además servía para conocer la correlación de fuerzas al interior del gobierno. Los observadores seguían con detenimiento todos los eventos del día para, por ejemplo, desentrañar quién iba adelante en la carrera presidencial o quién había caído de la gracia del mandatario. El día estaba plagado de mensajes sutiles y crípticos.
Desde el amanecer, en la casa presidencial había —signo de tiempos por fortuna ya idos— cobertura con figuras de la televisión, la radio y la prensa para ver qué habían desayunado los integrantes de la familia presidencial, cuáles habían sido las actividades previas e ese gran día, el del Informe. Se establecía para su difusión, cadena nacional de radio y televisión. Fue el Presidente Lázaro Cárdenas, en 1936, quien leyó por primera vez en radio un informe presidencial; y en el cuarto informe de Gobierno de Miguel Alemán Valdés, el 1 de septiembre de 1950, cuando se realizó no sólo la primera ceremonia televisada de este tipo, sino la primera transmisión oficial de la historia de la televisión mexicana, la imagen, el mensaje del Presidente llegaba a todo México. Los informes se preparaban con semanas de anticipación y duraban largas horas. En las redacciones de los medios había gente con la asignación de contar las veces que el presidente era interrumpido por los aplausos de los asistentes.
Después del Informe, el traslado del Presidente del Congreso a Palacio Nacional era una verdadera fiesta, día de porras, de confeti, de matracas y el rito seguía en el salón principal de Palacio Nacional, en el acto conocido como El besamanos, que consistía en que todos los invitados y algunos colados hacían fila, larguísima, para darle un apretón de manos al Presidente. Alguien contó alguna vez tres mil personas en la fila. Posteriormente venía la fotografía con su gabinete y exhausto y para concluir las ceremonias del día, el Primer mandatario salía al final, al balcón presidencial para saludar a la muchedumbre que se congregaba en el Zócalo de la ciudad. Hoy esto suena surrealista, y tal vez lo haya sido, pero así funcionaba el régimen en el que los símbolos jugaban un papel importante.
El cambio
Acaso el Informe más recordado del antiguo régimen sea el último de José López Portillo, cuando anunció la nacionalización de la banca y el control de cambios. Fue el día en el que ofreció defender al peso como perro. La nacionalización bancaria fue la respuesta que encontró para hacer frente a lo que consideró un embate especulativo en contra de la moneda mexicana por parte de las instituciones de crédito. “Ya nos saquearon. No nos volverán a saquear”, dijo el mandatario con la voz semicortada, mientras todos en el recinto estaban de pie, incluso el presidente electo, Miguel de la Madrid, que aplaudía de manera parsimoniosa, pensando acaso que una de sus primeras tareas, ya en el poder, sería dar marcha atrás a la nacionalización.
La modernización del país, su apertura a los mercados internacionales, hablo de la década de los años 80, fue acompañada de la democratización de la lucha por el poder. Ante un escenario de competencia real el formato del evento mostró sus limitaciones. Era un evento para otras circunstancias. En el último informe de Miguel de la Madrid Hurtado, el senador Porfirio Muñoz Ledo, que ya había dejado al PRI para pasarse a la oposición de izquierda, lo interpeló e incluso trató de acercarse a él, lo que ocasionó un forcejeo, manotazos y patadas ante los ojos atónitos de los ciudadanos que nunca habían visto nada parecido. De la Madrid y Muñoz Ledo habían sido compañeros en la Facultad de Derecho de la UNAM y también colegas en el gabinete de José López Portillo.
A las puertas de la crisis
Es curioso el contraste, pero el PRD y el PAN, que hoy conforman una pareja política plagada de arrumacos, fueron enemigos mortales no hace mucho. Durante el último informe de gobierno del panista Vicente Fox, en el año 2006, los legisladores del PRD le impidieron entrar al Palacio Legislativo, por lo que el entonces Presidente tuvo que conformarse con llegar a la escalinata y ahí, en una ceremonia improvisada y por demás lamentable, entregó su Informe. Claro que esos diputados y senadores perredistas que bloquearon el paso del Presidente llegaron a las cámaras aprovechando el impulso provocativo de Andrés López Obrador que perdió la elección presidencial por un margen minúsculo, asegurando que le habían hecho trampa. Fue un hecho que colocó al país en el borde de una crisis constitucional. Panistas y perredistas se dieron con todo. En pocos años pasaron del odio al amor, por conveniencia. Fox se retiró con su comitiva y dio un mensaje por televisión. El Día del Presidente estaba muerto y enterrado.
El mensajero de lujo
A partir de entonces los presidentes siguientes, en este caso Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, tomaron la decisión, para evitar desengaños, de enviar un mensajero del más alto nivel, el Secretario de Gobernación, para hacer la entrega del documento con el Informe sobre el estado que guarda la administración pública y emitir un mensaje a la nación con modalidades diversas, desde discursos en el Auditorio Nacional, en el Museo de Antropología o en Palacio Nacional, con las variables controladas para evitar sobresaltos. Lo más lamentable es que el titular del Poder Ejecutivo y los legisladores de los diferentes partidos no puedan convivir de manera civilizada. En todo caso los responsables de cada área de la administración comparecen ante el Congreso y son cuestionados por los legisladores sobre su trabajo. Para dar apertura a la reunión se acordó que antes de la entrega formal del informe, los representantes de cada partido fijen su posición en relación al trabajo desarrollado por el Gobierno en turno, esto tuvo su trascendencia cuando el Presidente de la República asistía al evento.
Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho
Este año el mensaje con motivo del Informe será distinto. Peña Nieto sostendrá un encuentro con jóvenes de diferentes lugares del país, representantes de diferentes sectores con quienes sostendrá una conversación. La mecánica, hasta donde se conoce, es que el mandatario les compartirá lo que el gobierno ha venido haciendo en estos cuatro años. No es casual que se haya elegido como interlocutores a jóvenes, pues es claro que el gobierno requiere tender puentes de contacto y entendimiento con este sector de la población, utilizando las nuevas herramientas de comunicación.
Lo más importante, desde la óptica del mandatario, es haber logrado las reformas que durante décadas no había sido posible lograr. La difusión previa se realiza bajo el lema: “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”, que refleja al mismo tiempo una realidad y un reproche, pues es verdad que el grueso de las noticias que los medios de comunicación ponen en circulación son aspectos negativos del ejercicio de gobierno y las cosas buenas compiten por un lugar, pero casi siempre salen perdiendo. En Crónica, por cierto, buscamos un equilibrio que muestre también la realidad positiva del país.
La crítica es necesaria porque el ejercicio de gobierno requiere contrapesos, pero la descalificación sistemática, los insultos a granel, ofuscan sin esclarecer lo que nos está pasando. Se ha llegado, en la descalificación del trabajo presidencial a extremos de insolencia sin antecedentes. La línea es culpar al Presidente de todo lo malo que le pueda ocurrir a la gente, es tratar a los ciudadanos como menores de edad que no pueden asumir sus responsabilidades. Quienes supongan que eso es un avance de la democracia se equivocan. Al contrario, opera en contra de la visión democrática y alienta aventuras políticas opresivas. Los operadores de esta estrategia lo saben y aprietan. Por eso coincidimos “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”.