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Partidos políticos en problemas, ¿Aliados?



Despilfarro y moral relajada

Los partidos políticos nunca han gozado del beneficio de la buena reputación ante los ciudadanos. En cada estudio de opinión que se practica, los partidos aparecen de manera sistemática en el fondo de la tabla. Hay motivos, no se trata de un rechazo caprichoso. No hay que olvidar que la ley los considera organismos de interés público por lo que se autoriza el financiamiento estatal a sus tareas. Dicho de manera más clara, los partidos viven del dinero público y hay docenas de ejemplos con malos manejos, de gastos en comilonas, viajes, viejas, carros. Pero eso, el despilfarro y la moral digamos relajada con la que manejan los recursos es parte del problema. La otra parte surge del hecho de que su trabajo se percibe ineficaz, sin resultados.

El que no transa no avanza

Los partidos con registro se multiplican a nivel federal y estatal pero los problemas no se resuelven. No los grandes problemas nacionales como la pobreza, desigualdad, inseguridad, y tampoco problemas más locales relacionados con los servicios de limpia, bacheo o dotación de agua potable. La idea generalizada es que se mete a la política un individuo sagaz, ambicioso, sin escrúpulos, que pretende enriquecerse en el corto plazo haciendo negocios con el dinero público. La gente percibe que no están en los partidos los mejores mexicanos, sino aquellos que siguen la máxima de que el que no transa no avanza. Claro que se trata de un brochazo, de una impresión generalizada que tiene excepciones, pero lo cierto, lo que no está a discusión, es que los partidos políticos no tienen prestigio.

Partidos con criminales

Durante las negociaciones para sacar adelante el paquete de reformas que se presentó a través del Pacto por México, los partidos sorprendieron a tirios y troyanos, dentro y fuera del país, al procesar los cambios al interior del Congreso de manera expedita. Por unos días la política, como actividad colectiva del más alto nivel, se llevó aplausos de analistas y ciudadanos. No obstante, la larga sombra de los hechos de Iguala, de la captura y desaparición de los normalistas, fue un golpe devastador para la clase política en su conjunto y los partidos recuperaron la percepción de ser refugio de pillos, ya no solamente de sujetos que hacen tranzas sin fin, sino de criminales de la más baja estofa.

Desafío de legitimidad

En este contexto de fragilidad compartida, los partidos encaran el proceso electoral 2015 que diseñará, lo hemos dicho, un nuevo mapa político en el país para la segunda mitad de la administración del presidente Enrique Peña Nieto. El augurio es que los ciudadanos preparan un voto de castigo generalizado, ¿qué hacer para sortearlo? Las elecciones se realizarán. Habrá ganadores y perdedores, pero para el sistema en su conjunto se aproxima un desafío de legitimidad que abre las puertas a los aventureros. No es raro que renazcan las posibilidades de formar otra vez alianzas electorales y pensar, como ya está autorizado, en gobiernos de coalición, que aunque se parezcan los partidos nunca son lo mismo.

Gobiernos de coalición

En el país hay varios antecedentes de gobiernos surgidos de alianzas electorales que han dado resultados entre malos y catastróficos. La fórmula del gobierno de coalición es nueva. Apenas fue aprobada por el Legislativo, de manera que todavía no hay antecedentes para saber si funcionará o no, pero es una medida que mentes lúcidas del quehacer político y la academia han demandado desde hace tiempo. La fórmula se aplicará con respecto al gobierno federal en el 2018, cuando con toda seguridad se tendrá un gobierno surgido de esta fórmula que abre las puertas a que el gobierno tenga mayoría pero también aumenta las facultades del Senado que tendrá oportunidad de ratificar a los integrantes del gabinete, salvo los secretarios de Defensa y Marina. Desde hace tiempo el partido que gana la elección presidencial no ha podido hacerse de una mayoría legislativa en el Congreso, lo que genera jaloneos infinitos, que son reportados por la prensa nacional , pero no por los ciudadanos que cada vez se sienten más alejados del quehacer político, y  que obstaculizan el desempeño del gobierno.

Gobernar en conjunto

La mayoría se lograría gracias a compromisos adquiridos antes de la elección, firmados. Los gobiernos de minoría están condenados, por la aritmética, a la ineficacia. La idea es salvarlos de esta fatalidad. La clase política se protege, bajo la máxima de que más vale tener gobiernos compartidos que tener gobiernos divididos y débiles, como dijo hace poco el diputado del PRD, Silvano Aureoles. Los gobiernos surgidos de una alianza no lo consiguieron porque se trata de un acuerdo de coordinación de esfuerzos que tiene vigencia solamente durante el proceso electoral. Una vez conocido el resultado no hay obligaciones formales de gobernar en conjunto. El mismo legisladores michoacano, aspirante por cierto a ser candidato a gobernador de esa entidad, realmente convulsa, señaló que el signo de las democracias maduras es la inclusión por la cual las minorías no sólo deben tener voz y representación, sino también la posibilidad de asumir la responsabilidad en la toma de decisión y la conducción del gobierno. El propósito es evitar la parálisis parlamentaria. En caso de formarse un gobierno de coalición, éste deberá obedecer a un convenio y a un programa de gobierno que deberá ser aprobado por las legislaturas.

Derrotar al PRI

En el país hay varios ejemplos de gobiernos estatales surgidos de alianzas electorales. Hay de todo como en la venta de tamales, de chile, duce y manteca. Nos referimos a los casos de Oaxaca, Sinaloa, Guerrero y Puebla. En esos casos hay un denominador común: la estrategia para lograr derrotar al PRI, propiciar una alternancia, recurriendo a una figura política surgida del propio partido tricolor que por alguna razón rompe con el partido que lo apoyó en su carrera y se aventura a representar a la oposición.

Resultado nefasto

El ejemplo más ruidoso fue en su momento el de Oaxaca que lanzó a Gabino Cué, que no sólo traicionó al PRI, sino también a López Obrador, todo con tal de ganar los comicios.  La mezcla de agua y aceite fue efectiva para sacar al PRI del Palacio Oaxaqueño, pero ha resultado nefasta en el gobierno diario. De hecho, a las pocas horas de que Gabino tomara posesión afloraron las diferencias entre panistas y perredistas y quedó claro para todos que el nuevo poder real en la entidad era la coordinadora magisterial que desde entonces impone condiciones y asume decisiones.

Estabilidad sin romper

En Sinaloa, Mario López todavía tenía vigente la credencial de político priista cuando aceptó la candidatura a gobernador. Es un político profesional y en Sinaloa no hay poderes fácticos del tipo de los maestros. Además de que no rompió del todo con sus ex colegas del tricolor. No ha hecho un gobierno perdurable, pero la entidad funciona gracias a sus empresarios, productores y prestadores de servicios turísticos.

Frívolo, irresponsable y ambicioso

En Guerrero, con Ángel Aguirre Rivero, otro priista químicamente impuro, que aceptó ser candidato de la oposición. Aguirre a pesar de su amplia experiencia realizó un gobierno frívolo, irresponsable y ambicioso. Se equivocó de tal manera que intentó heredar el poder a alguno de sus hijos. Aguirre está en ojo del huracán por el caso Iguala. Todavía se desconoce su grado de participación o complicidad pero está frito en cuanto a su proyecto político y el PRD está muy arrepentido de haberle dado su apoyo.

Buena aceptación

El caso más afortunado de un gobierno surgido de una alianza con buenos resultados es el de Puebla, con Rafael Moreno Valle, que ha tenido problemas pero se mantiene con altos grados de aceptación e incluso con posibilidades reales de buscar la nominación presidencial del PAN, esto de acuerdo a las encuestas. Lo malo con los gobiernos surgidos de alianzas es que no son de aquí ni de allá.

Deseos para el 2015

Para tener éxito en las coaliciones, dicen los expertos, es necesario que las electorales se transformen en acuerdos legislativos y en auténticas coaliciones de gobierno. Construir una cultura democrática, con los valores de la tolerancia, la transparencia y rendición de cuentas; aceptar que los costos políticos que implican los acuerdos puedan ser asumidos por todos y pasar de una democracia representativa, a una democracia participativa.

Es indispensable, se agrega, que todos, partidos y clase política coloquen el bien común por encima de sus intereses particulares, que la contienda electoral se convierta en un debate de proyectos que concluyan en una agenda común, donde ganadores y perdedores sean corresponsables: tanto gobierno, partidos, academia y actores sociales y civiles.

A nuestros lectores les deseamos un mejor año 2015. Esta columna tomará un descanso hasta el próximo mes de enero… Felicidades.

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