“…los monumentos, en caso de que se considere conveniente retirarlos de la vía pública, deberían ser llevados a un museo en el que pueda explicarse por qué en su día a esas personas se les dedicó una estatua y por qué hoy pensamos que al menos una parte de lo que hicieron es atroz y resulta inaceptable” J.A.Piqueras.
Antes que nada, me tengo a precisar que, en lo personal como mexicana el monumento a Colón en el Paseo de la Reforma me incomoda menos que por ejemplo, el conjunto escultórico llamado, “Monumento Encuentro” en la colonia Tabacalera.
La tendencia a remover los denominados “monumentos incómodos” no es nueva. Y recientemente esa voluntad de revisión drástica del pasado y el intento de retirar de la vía pública estos innecesarios tributos a figuras históricas de méritos muy dudosos ha cobrado un ímpetu mayor en prácticamente todo el mundo, pero como considera el historiador José Antonio Piqueras : “es ingenuo pretender cambiar el presente destruyendo sin más los vestigios del pasado” (Piqueras, 2011).
Las estatuas han sido siempre parte de las ciudades. Están ahí como homenaje, pero también como lecciones de historia que deben permanecer. Son obras arquitectónicas con un valor artístico, histórico, social y cultural para la ciudad donde fueron erigidos. Son como en el caso del monumento a Colón testimonio de procesos de cambios socio-culturales, fuente de información y conocimiento. La historia en sí misma no se puede destruir. El remover o destruir un monumento es un debate complejo en el marco de lo que significan historia, memoria y simbolismo para el lugar donde fueron colocados originalmente.
Independientemente de la cuestionada personalidad del navegante genovés, almirante de la Mar Oceáno. El monumento a Colón en la glorieta de Paseo de la Reforma, representa parte de la historia de la Ciudad de México. Por ciento cuarenta y tres años ha estado ahí contemplando el crecimiento de nuestra metrópoli, hasta que la madrugada del 10 de octubre del año pasado, dos días antes de que se conmemorara el arribo de Colón a las costas americanas (llegada que cambiaría la historia de la humanidad). las autoridades locales ordenaron retirarlo, bajo la excusa de la restauración. Se dijo que los trabajos estarían a cargo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que los mismos concluirían en agosto, pero serían las autoridades quienes deberían decidir su vuelta. A inicios de septiembre, la jefa de Gobierno de la Ciudad Claudia Sheinbaum, anunció que en su lugar sería colocada Tlalli, una obra de reconocimiento a la mujer indígena. Dos semanas después, tras las diversas críticas recibidas, dio marcha atrás anunciando que Tlalli no sustituirá a la estatua de Colón y que será el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos el encargado de elegir la pieza que se colocará en ese lugar, pero que definitivamente Colón no regresa. En lo personal pienso que tal vez hubiera bastado con “contextualizarla”, es decir mantenerla en su ubicación, explicando a los ciudadanos por qué la biografía y el legado de Colón son controvertidos. Convirtiendo esa estatua en un instrumento pedagógico para ampliar y contrastar las versiones que hay sobre el personaje y ampliar el conocimiento histórico del monumento en sí, que pocos conoce y que me permito de compartir en estas líneas.
El primero que tuvo la brillante idea de colocar un monumento en la primera glorieta del Paseo del Emperador (nombre original del actual Paseo de la Reforma) fue un rey europeo, el padre de la emperatriz Carlota, Leopoldo I de Bélgica, por ahí de 1865.
Maximiliano agradeció el gesto de su suegro y comisionó a Ramón Rodríguez Arangoity, el Director de Obras del Imperio, para que se elaboraran tres propuestas y que fueran enviadas a la corte de Bruselas. Como dato curioso cabe señalar que Rodríguez Arangoity, fue un Niño Héroe de los sobrevivientes de la Batalla de Chapultepec. Que años después concluyo sus estudios en Europa.
El rey de los belgas murió en diciembre de ese mismo año, pero Maximiliano de Habsburgo, ya había elegido el trabajo de Manuel Vilar, que no pudo colocarse en la glorieta elegida por las de todos conocidas razones fúnebres ocurridas en 1867, en el Cerro de las Campanas, en Querétaro.
La estatua realizada por Vilar permaneció en la Academia de San Carlos ( la misma donde estudio entre otros Diego Rivera), durante algunas décadas, hasta que, en 1892, Don Porfirio Díaz la mandó vaciar en bronce y fue colocada en la Plazuela de Buenavista, donde sobrevive en el olvido, hasta el día de hoy.
Tras la muerte de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada retomó la construcción del Paseo del Emperador y aceptó l la generosa oferta del ferrocarrilero Antonio Escandón y Garmendia de financiar la elaboración de un monumento dedicado a Cristóbal Colón. Escandón lo quería poner en Buenavista, pero Lerdo insistió en Reforma.
Fue así que Antonio Escandón comisionó nuevamente a Arangoity para que realizara dos propuestas que fueron una fuente monumental y otra con pedestal y estatua. No sé qué movió al benefactor a rechazar el trabajo del Niño Héroe artista. Simplemente cubrió los honorarios y se llevó dibujos y planos a Paris donde radicaba.
Ya en Francia, Escandón contrató a Charles Cordier, quien elaboró el monumento que conocemos, el cual llego al puerto de Veracruz y trasladado con no pocas dificultades a la Cd de México, para ser inaugurado en agosto de 1877 por el recién electo presidente Porfirio Díaz. ( Guerra 2021).
Al igual que ahora, no todos estuvieron de acuerdo con el monumento y empezaron a publicarse en “La Voz de México”, en “El Siglo XIX” y en otros diarios, artículos que se quejaban del sitio donde fue colocado, o del porqué no se hacía una estatua dedicada a Netzahualcóyotl, es más hasta la inscripción de la placa en latín criticaron.
Majestuoso, melancólico testigo del crecimiento de nuestra ciudad capital, el monumento a Cristóbal Colón ha visto de todo. Desde a Madero en la Marcha de la Lealtad, a los primeros automóviles, los primeros edificios, los temblores. Quizás los que decidieron cambiarlo de lugar olvidaron que se trata, ni más ni menos que del monumento más antiguo de Paseo de la Reforma, más allá de lo que el personaje en sí pudiera representar para la historia, cuyo legado ha sido asociado en los últimos tiempos más con el sometimiento de los pueblos indígenas que con el “heroísmo” que se le atribuyó anteriormente, el monumento en sí mismo es parte importante del patrimonio cultural y artístico de otra historia…la de la Ciudad de México.
Bibliografía
PIQUERAS, J.A. (2011); La Esclavitud en las Españas. Un lazo trasatlántico. Catarata
GUERRA, F Patricia (2021); "El Monitor Republicano