Sin lugar a dudas, la captura de Joaquín Guzman Loera, “El Chapo” Guzman, el narcotraficante más buscado, ha sido la noticia del mes. Por el significado y relevancia de del suceso.
Esto no significa que hayan acabado los problemas asociados a sus negocios. Tampoco es que apenas comiencen. El tema es que ahora surgirán otros nuevos y, por lo que viví hace unos días en Culiacán, saldrán a escena algunos más que rayarán en lo inverosímil en un país surrealista como el nuestro en el cual todo es posible. Me explico.
A mi llegada a Culiacán me encontré con una movilización de ciudadanos y policías disolver una manifestación en apoyo al “Chapo” Guzman. Lo que no habla de otra cosa, que de la expresión de una sociedad desatendida por el Poder, que prefiere recurrir al que considera, de los males: el menor.
A “El Chapo” se le acusa de múltiples cosas. La mitología en torno a su persona está compuesta de mentiras, verdades y verdades a medias. Y nos guste o no, las historias en torno a el Chapo lo están convirtiendo en un personaje mítico. La marcha que tuve oportunidad de presenciar en Culiacán y en la que participaron más de 2 mil personas no me deja mentir.
La manifestación ensalzó a esa clase de héroes, extraños por su ambivalencia, que en una sola figura se conjuntan la impiedad, lo malévolo, lo retorcido, lo sanguinario, lo campechano, la alegría y la generosidad. “El Chapo es todo eso y mucho más.
Desconozco las motivaciones reales de los manifestantes (hay quien dice que hubo gente que recibió dinero por manifestarse, pero también se afirma que muchos eran sus amigos y algunos entusiastas). Pero lo que no deja de asombrarme es que algunos sinaloenses lo querían convertir en un héroe que será un mártir en el momento mismo que lo extraditen a los Estados Unidos. No nos engañemos “El Chapo” está muy lejos de las virtudes del héroe. Pero la sociedad al verse desatendida por el poder, recurre a a quien hace el mal. Es decir, quienes deben hacer el bien los desatienden (así me los manifestaron muchos al ser entrevistados), y no les queda más remedio que recurrir a quien hace el mal: esto es una extrema paradoja, y es de una violencia interior tremenda.
Condeno naturalmente al “Chapo” pero condeno también a las autoridades. Los ciudadanos consideran protector a quien aparentemente les demuestra apoyo. Se trata de una pérdida progresiva de valores humanos que finalmente se traduce en la pérdida total y absoluta de todos los valores. Queda la supervivencia como la ley del más fuerte. Y quienes nos dedicamos a la enseñanza, no preparamos contra ese nihilismo, contra esa ausencia total de valores. Solo damos cursos y cursos; pero luego no hacemos nada con ellos.
En este sentido, aquella otra parte de la sociedad, la que se considera en contra de manifestaciones a favor de los narcotraficantes, también debe salir a las calles y expresar su rechazo a esa forma de vida.
¿Por qué no salimos también a las calles, contra esa manifestación? Nosotros que somos, entre comillas, los buenos: los intelectuales, los profesores, la sociedad, digamos oficialmente católica: por qué no hacemos algo en el sentido contrario.
Solo sabemos criticar, eso es una hipocresía, pero no hacemos nada en contra de lo que criticamos. Y de alguna manera nos hacemos cómplices. Ante estos actos no queda más que la unión de los ciudadanos. Ya sé que esto puede ser grave e incluso riesgoso. YYa que si ese riesgo lo corres solo, te pueden pegar un tiro y no pasa nada. Pero un pueblo unido jamás será vencido. Tenemos que formar esa masa diacrítica. No solamente hay muertos. Hay muertos espiritualmente. Los alemanes les llaman: muertos vivos.
Poca gente tiene la alegría de crear, producir, de ser fértil, de traer a la vida cosas mejores que las que destruyen la vida. Se trata de cambiar de mentalidad, de hombres nuevos. Creo que hay en todo ser humano más cosa digna de admiración que de desprecio y eso hay que demostrarlo cambiando de vida.
El futuro no está en las estrellas, está en nuestras manos, pero si no somos capaces de atar nuestro arado a una estrella, de enamorarnos de una causa más grande entonces estaremos siempre cada vez peor.
Salgamos nosotros también a las calles y sumemonos a las causas positivas. No se trata de encerarse en casa y decir: ahí quedan los demás, yo me quedo en mi casa, pues es ese el procedimiento por el cual el mal se expande. Y escuchemos y atendamos las voces y reclamos de esos que llevan la imagen de “El Chapo” en el pecho, un personaje que más que orgullo, resulta una vergüenza para los mexicanos.