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Algunas formas de violencia contra las mujeres en el mundo durante la pandemia



Las pandemias empeoran las desigualdades a las que ya se enfrentan normalmente mujeres y niñas. Esta que estamos viviendo ahora no es la excepción. De hecho, las mujeres, hemos sido el grupo más endeble independientemente de nuestra edad, nacionalidad, condición social o etnia. Ya que el Covid-19 además de afectar la economía y la salud, en el caso de las mujeres, además se suma el cuidado de los “otros” (familia) y la violencia doméstica. Todo esto, aunado al confinamiento, ha provocado, la falta de atención a su salud y explotación y/o abuso sexual, entre otros efectos. Evidenciando así que la otra pandemia que debemos combatir se llama: la vulnerabilidad de las mujeres. 
 
Observando las circunstancias y situaciones que, durante esta terrible pandemia, han visto a las mujeres víctimas de violencia de diversa índole viene la pregunta espontánea ¿Cuáles son y en qué sectores tiene lugar más frecuentemente esta violencia? Antes que nada, hay que precisar que la violencia debe entenderse en un sentido general, es decir, no limitado a la violencia física o a los malos tratos (que no es raro) sino que también incluye aquellas formas concretas de restricciones u obligaciones que no pueden evitarse de manera efectiva. 
 
En el caso específico de esta pandemia tales formas de violencia han ocurrido especialmente en tres tipos de entornos:  el familiar, el laboral y el sanitario. Por lo que respecta al entorno familiar, resulta obvio referirse a aquellos períodos más o menos largos, y en general bastante extensos, por el prolongarse de la pandemia, en los que los miembros de la misma familia se han visto obligados a permanecer encerrados en sus hogares debido a la cuarentena o, de cualquier manera, a seguir algunas medidas para reducir la libertad de movimiento con el fin de prevenir la propagación del virus.  En estos casos, fueron principalmente las mujeres que, para satisfacer las necesidades de suministro de la familia, tuvieron que exponerse al salir a comprar o recibir proveedores en la entrada de la casa, lo que las convertía en las personas de toda la familia que estaban más directamente expuestas a los riesgos de contagio. Tampoco podemos subestimar el hecho de que especialmente las mujeres se han preocupado más por proteger a otras personas en riesgo al interno de sus familias, como los enfermos o adultos mayores de una posible infección, exponiéndose así más a un desgaste físico y emocional. 
 
Además, cuando se vieron obligadas a no poder ir al lugar de trabajo, recurriendo al trabajo remoto, on-line, realizado en casa, vieron duplicarse su carga laboral, teniendo que agregar a las tareas profesionales, las domésticas, que no siempre se pueden confiar a otra persona. Y en muchos casos, también existe el compromiso de apoyar a los hijos en edad escolar que, al no poder ir a la escuela, se han visto en la necesidad de utilizar procedimientos y herramientas informáticas para las cuales la ayuda de los padres y en particular de las madres, a menudo era indispensable. Esto implica el riesgo, también de perder el empleo o reducir los ingresos.  Todo esto sin mencionar la sensación de claustrofobia que ha producido la convivencia de muchas personas en espacios limitados y que ya ha sido objeto de estudios psicológicos. Es un hecho que la convivencia prolongada y forzada puede conducir a la acentuación de las diferencias de temperamento y al aumento de las tensiones que pueden llevar al maltrato físico real e incluso hasta llegar a convertirse en asesinatos, de los cuales las mujeres a menudo han sido víctimas. Este incremento de violencia contra la mujer física y psicoemocional perpetrada por la pareja o el esposo provocadas, como lo hemos ya señalado, por el contacto constante y continuado con el agresor y además favorecido por el aumento de consumo en bebidas alcohólicas y/o sustancias estupefacientes se ha dado tristemente en todo el mundo. Y es probable que el COVID-19 cause una reducción muy considerable en el progreso hacia el fin de la violencia contra la mujer. Resulta muy importante por ello no bajar la guardia, garantizando que los sistemas judiciales sigan procesando y castigando a los abusadores. Evitando como sucedió en algunos países por la amnistía, la liberación de prisioneros condenados por cualquier tipo de violencia contra la mujer y promoviendo el incremento de las campañas de concienciación pública, en particular las dirigidas a varones y niños. 
 
Pasando ahora a considerar el ámbito sanitario, en concreto las instalaciones de atención médica, debemos tener presente que una parte del personal médico directamente involucrado en las unidades para la atención de Covid-19 y sus terapias son mujeres. Además, la gran mayoría del personal de enfermería es femenino, al igual que el de servicio de limpieza de los hospitales y que, dicho sea de paso, no han sido suficientemente reconocidas. Y dado que las mujeres representan un alto porcentaje (globalmente el 70%) del personal en el sector sanitario, se debería prestar especial atención a cómo su entorno de trabajo puede exponerles a la discriminación, así como a su salud y sus necesidades psicosociales como trabajadoras sanitarias de primera línea. 
 
Es interesante notar que, entre las razones del aumento de la violencia contra las mujeres que se remonta a la emergencia producida por la pandemia del Coronavirus, se encuentra lo que ahora se denomina "violencia obstétrica", que es una forma de violación a los Derechos Humanos de las mujeres y en ella confluyen la violencia institucional y la de género. Este término indica todas aquellas carencias y limitaciones que muy a menudo acompañan al período de embarazo, parto y puerperio de la mujer en la situación actual: ecografías, controles, análisis en los servicios de salud —públicos y privados—que antes eran rutinarios hoy, no pocas veces se omiten por diversos motivos relacionados con la imposibilidad. practicarlos bien sea por motivos relacionados con la disponibilidad del personal, bien por las dificultades de las mujeres embarazadas para acceder a las estructuras asignadas a este. Se ha incrementado considerablemente la necesidad de racionalizar los partos y programarlos según un calendario preestablecido, produciendo un aumento anormal de cesáreas, mientras que las precauciones de aislamiento para evitar contagios han minimizado la posibilidad de admitir la presencia de familiares en torno a la gestante. Por lo que muchas mujeres están pariendo solas y en un contexto de miedo, casi pánico por estar en instituciones donde la circulación del virus es mayor y no hay un manejo claro, preciso y seguro con respecto a lo epidemiológico. Todo ello por no hablar de situaciones más excepcionales, como las de terapias fetales o asistencia a recién nacidos en condiciones de vida precarias que hoy encuentran dificultades particulares sin precedentes precisamente por las medidas impuestas por la pandemia que, una vez más, acaban siendo una forma de la violencia contra la mujer. 
 
Entre las razones que he mencionado hay al menos una de carácter muy general, que en mi opinión une a las mujeres del mundo con respecto a este rango de violencia y es el hecho de que incluso hoy en el mundo se considera que la posición social de las mujeres es de un nivel inferior a la de los varones. En muchos sectores profesionales, las diferencias salariales y los niveles jerárquicos privilegian claramente a los varones sobre las mujeres. A pesar de los esfuerzos mundiales para poner a la población femenina en situación de igualdad, en general, las mujeres son empleadas en formas de trabajo precario o "informal", es decir, no protegidas por contratos o compromisos que tengan reconocimiento legal. Los datos demuestran que, cerca del 60% de las mujeres del mundo trabaja de manera informal, gana menos, ahorra menos y está en mayor riesgo de caer en la pobreza. A esto se suma que el cierre de negocios ha dejado a millones de mujeres sin empleo. Lo que significa que una mujer que realiza uno de estos tipos de trabajo tiene más probabilidades de perderlo repentinamente, sin protección, ni indemnización, por lo que se ve obligada a adaptarse a cualquier trabajo para asegurarse un ingreso que, en muchos casos, es incluso el único y / o principal con el que puede contar la familia. No olvidemos que muchas son jefas de familia y hogares monoparentales, que en su mayoría son sostenidos por mujeres, que durante la pandemia se han empobrecidos de una forma acelerada. Basta pensar en la vasta población multiétnica de empleadas del hogar y cuidadoras que viven en estas condiciones y que, además, están más expuestas al riesgo de contagio porque normalmente suelen ser ellas las que se mantienen en contacto con el mundo exterior.  
 
Obviamente, que también en el caso de los varones conocemos prácticas de explotación y contratación ilegal que utilizan la mano de obra de inmigrantes indocumentados, pero en el caso de las mujeres este fenómeno se ha convertido ahora en una suerte de solución a una crisis social precisa presente en muchas sociedades europeas, es decir a la falta de personal de servicio doméstico y de personas enteramente dedicadas al cuidado de las personas mayores. 
 
Hay que destacar que esta inferioridad y precariedad de deberes se traduce fácilmente en abusos y malos tratos de diversa índole en los que se pueden caer fácilmente los "jefes" o "superiores", sean varones o mujeres. 
Habiendo sido vicepresidente de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía (FISP) y actualmente presidente de la Comisión de Bioética de la propia FISP, he tenido la oportunidad de entrar en contacto con muchas situaciones y personas en particular mujeres de diversas partes del mundo, he conocido sus experiencias, preocupaciones y reflexiones. Habiendo notado que en muchos casos estas formas de violencia se sufren con resignación, es decir, como precio a pagar para sobrevivir, para ayudar a la familia o para asegurar una pequeña base económica de independencia para ascender en la escala social o ayudar a los hijos a poder hacerlo. Por otro lado, noté un creciente sentido de rebelión contra la discriminación femenina y una especie de orgullo por pertenecer al "género" que quiere y puede reclamar sus derechos. La ideología del género nació de este impulso, según el cual los conceptos de hombre y mujer son simples construcciones sociales, negando las raíces biológicas, fisiológicas, psicológicas que de hecho caracterizan a los dos sexos, subrayando su complementariedad, sin construir discriminación contra cualquier ser humano. En particular, es parte de una perspectiva de este tipo considerar también las responsabilidades que tenemos con las generaciones futuras y resulta muy alentador el hecho de saberlas formadas por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos  en una continuidad en cuya visión podemos dar a nuestro futuro. el sabor de la esperanza, más que el de un regreso impensable a una situación previa a esta pandemia que nos ha marcado profundamente como, hasta ahora, sólo las grandes guerras y revoluciones habían podido hacer. 
 

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