México recuperó su independencia en el siglo XIX mediante una lucha de “liberación” contra sus antiguos colonizadores; pero desde el inicio se planteó el problema de como garantizar al país una identidad cultural que fuera diferente a la que la “conquista” había impuesto con violencia. Para poder alcanzar este objetivo no era suficiente redescubrir y valorar las riquezas de las antiguas culturas indígenas que nos heredaron nuestros viejos abuelos, porque estas no llevaban a una unidad; era también necesario tomar en cuenta los cambios profundos que los siglos de dominación colonial habían producido en la llamada civilización del Anáhuac. En pocas palabras, se necesitaba una compleja obra de reflexión histórica que fuera capaz de indicar el camino para conciliar tradición y modernidad. Este conjunto de problemas resulta más claro si lo analizamos con mayor atención.
En un cierto sentido dicha “liberación” implicaba la ruptura de una cierta “identidad”, es decir de aquella identidad que se expresa en la misma denominación de América “Latina” y que, concretamente hablando, resulta del hecho de que la mayoría de los pueblos latino-americanos pertenecen a una misma comunidad lingüística (son países de habla hispana) y profesan la mayoría, la misma religión ( la cristiana-católica) , además de haber adoptado muchos modelos hispanos en sus instituciones políticas, administrativas y educativas, y también del hecho de haber incorporado varias formas de vida, costumbres y elementos ideales de la cultura ibérica. Por otro lado, el hecho mismo de luchar por su independencia suponía que todos estos factores no constituían la verdadera identidad de estos pueblos, los cuales seguían siendo americanos y no se habían vuelto hispanos o ibéricos. Esta conciencia radicaba sin duda en el reconocimiento del hecho de que la “hispanización” había sido algo impuesto con la violencia de la conquista, una conquista que, lejos de limitarse a una dominación política, económica y militar, había sido caracterizada por el esfuerzo de extirpar las raíces de las culturas indígenas, de borrar sus tradiciones, creencias religiosas, cosmovisiones y conocimientos.
Una primera tarea para llegar a una “liberación” que fuera capaz de salvar una “identidad” mexicana y si vamos más allá también americana, podría pensarse que es la de recuperar las raíces autóctonas de estos pueblos y basar en ellas el nuevo sentido de su identidad nacional. Pero tres obstáculos se presentaban. En primer lugar la dificultad muy grande de recuperar las formas y los contenidos más “altos” de las viejas culturas, ya que casi tres siglos de dominación habían sido suficientes para eliminar los documentos e interrumpir
las formas de transmisión de esta herencia (que solo queda implícita y difícil de recuperar
en las tradiciones de la cultura “popular”). En segundo lugar, porque, de todas maneras la
influencia europea, durante los tres siglos, había profundamente modifcado la manera de
ser, de vivir, de pensar de estos pueblos que de hecho ya no eran los mismos que antes de
la conquista. En tercer lugar, una eventual recuperación de las raíces autóctonas habría
comportado para cada pueblo un reanudarse a sus orígenes particulares y esto hubiera
sido un obstáculo muy serio al proyecto de alcanzar una identidad común.
Todos estos problemas estaban muy presentes en el espíritu de los “padres” del
movimiento de independencia no solo de nuestro país, sino en general de los países
latino-americanos (basta con pensar en el “libertador” Bolivar). Pero son también los
problemas que han estimulado la reflexión de pensadores contemporáneos cuando, en
pleno siglo XX, se dieron cuenta que el hecho de haber alcanzado la dignidad de estados
soberanos, no había sido suficiente para asegurar a los pueblos de Latino-América una
clara identidad cultural, especialmente porque nuevas y más sútiles formas de
“colonización” (las representadas por la influencia dominadora de los Estados Unidos de
Norte América) habían sustituido a la vieja dominación española.
Elementos de reflexión histórica: el mosaico y el mestizaje
La manera correcta para plantear estos problemas complejos parece que no puede ser otra que la de considerarlos no desde un punto de vista abstracto, sino según una verdadera consciencia histórica. Esta consciencia se ha expresado en una imagen que varios autores han propuesto para caracterizar la realidad cultural de México y de nuestro continente, es decir la imagen de un mosaico, un mosaico en el cual se concentran
culturas, razas, cosmovisiones, filosofías y escalas de valores que se entrecruzan o mezclan, a lo largo de varios siglos. Los materiales más contrastantes del mosaico empezaron a mezclarse en el siglo XVI, durante la conquista, pero ellos eran a su vez el producto de otros mosaicos, ya que el mismo elemento ibérico era una mezcla de razas en la cual se habían fundido, por ejemplo, la germánica de los Visigodos, los diferentes grupos árabes, la rama judeo-sefardita y este elemento iba fundiéndose poco a poco con los elementos brindados por las etnias nativas del nuevo continente, distintas por características tan diferentes como las de los nómadas del Norte, de los Mexicas de Tenochtitlan y la de los mayas de la península de Yucatán. Con los colores de la piel se mezclaron también creencias, idiomas, costumbres, dietas alimenticias y muchas más. En
ese fraguado de tres siglos que fue la Nueva España se veían sobre el mosaico trazos muy definidos de idioma, religión, costumbre y folclor. Pero aquel mosaico inicial se han después agregado nuevas costumbres, varias creencias, nuevas cosmovisiones y se han
vivido, por ejemplo, movimientos como el Liberalismo, el Positivismo, el Romanticismo, el Modernismo, el Marxismo, el Socialismo, el Anarquismo, el Fascismo y otros más, en diferentes proporciones.
Los que defienden la idea del mosaico piensan que todos estos elementos se han integrado o, mejor aún, que están integrándose en lo que se podrá definir como un alma colectiva mexicana, a la cual corresponde también una memoria histórica muy profunda.
Aunque no sea fácil descubrir el diseño y las líneas según las cuales el mosaico está formándose, todo el conjunto toma siempre sentido. Según otros, la historia de México no es otro que una especie de collage construido con materiales frágiles, lleno de remiendos que podrían deshacerse en cualquier momento. Este punto de vista es afirmado por varios autores extranjeros y se reproduce en múltiples obras traducidas al español que por
temporadas ocupan los primeros lugares entre los libros más vendidos en México
Si podemos seguir considerando a México como a un mosaico viviente, cambiante en sus colores y en la combinación de sus elementos originarios, el mestizaje, es decir, el cruzarse de razas, sería entonces su tono de fondo más resistente, el que empreña toda la vida cultural, social y política. Sobre este fondo se presentan rasgos de tinta fuerte y claroscuros muy contrastados. Hay aquí el catálogo bien conocido de las paradojas mexicanas: la coexistencia de enormes riquezas y profundas miserias; la actitud
extremista hacia los extranjeros, que va del “malinchismo” a la xenofobia; la organización
político-constitucional como federación y la práctica del centralismo administrativo; la
tensión entre Estado e Iglesia en un continente particularmente religioso, entre muchas
otras paradojas. Todo esto debería llevarnos a tomar hacia algunos de los elementos de
nuestra historia que suelen ser considerados como los más positivos en un sentido
absoluto. Por ejemplo, tendríamos que ser a veces más críticos hacia la Independencia
que hacia la Conquista. La Independencia es nuestra primera afirmación, la negación –se
supondría- de los “conquistadores”, una mezcla de bellas utopías: independencia,
libertad, república, democracia, unidad americana. En práctica, como afirmo José Martí, la
independencia no dio a luz pueblos y repúblicas, sino engendró campamentos militares.
No disminuimos la grandeza histórica de los independentistas si discutimos las causas y las
razones por las cuales capataces y generales de segunda categoría alcanzaron el poder en
las recién nacidas republicas; se trata en realidad de nuevos “conquistadores”, disfrazados
de revolucionarios. La actitud crítica no debería tampoco ignorar ciertos aspectos
bastante generales de nuestro temperamento: nuestros pueblos actúan más que pensar,
la acción y el heroísmo cuentan más que las ideas. Se trata de una actitud primitiva,
machista de desprecio por la cultura y las ideas, por la cual nuestro continente sigue
siendo impregnado.
Somos un continente de buenos oradores fantasiosos, fanfarones y habladores más que
pensadores. Y no debemos olvidarnos que el dudar equivale a ser libres, dudar es pensar,
dudar es decir NO. Pienso que nuestro México necesita de muchos NO y de muy pocos y
raros SI. Necesita preguntarse, analizar, dudar, repensar cada cosa que se nos ha dicho a
lo largo de nuestra vida y de nuestra historia. Como bien decía Sócrates, la duda es la
madre del pensamiento, la duda es lo que nos puede conducir a la libertad. Considero que
los cambios futuros pasaran a través de la duda constante y no a través de la afirmación
que no se cuestiona.
Sin embargo un análisis crítico y riguroso no puede limitarse a descubrir los lados
negativos. En el caso de México dicho análisis no puede olvidar nuestras grandes luchas,
progresos y realizaciones, tiene que reafirmar nuestras culturas, nuestro Totecayotl,
nuestros grandes valores artísticos, literarios, científicos, musicales y poéticos. Somos una
nación con una historia muy antigua y una población muy joven. Según los indicadores
que se usen ocuparíamos jerárquicamente el décimo o decimotercero lugar entre los
países de la tierra.
Si queremos plantearnos lo que podríamos ser en un futuro, habría que plantearse la
interrogante en dos vertientes: hacia nosotros mismos y respecto del mundo exterior.
El solo poder plantear las interrogantes constituye una ventaja. Se ha señalado como
otra característica mexicana el fácil olvido o desconocimiento de su historia y asimismo su
poca capacidad de prever el futuro. Puede ser sin embargo que, si no en los individuos, la
memoria histórica pueda estar presente en eso que llaman “alma colectiva”. Puede estar
escondido ahí el Toltecayotl de algún docto tlamanini, el sabio entre los mexicas, al que
se presentaba en los códices con un espejo de obsidiana en la mano derecha . Una
perforación en el centro del espejo le permitía observar, al mismo tiempo que el pasado,
los tiempos venideros.