El tiempo ordenado del cosmos y su manejo
En el pensamiento maya, el tiempo es el movimiento del espacio, no un concepto abstracto, y ese movimiento sigue una ley cíclica. El dinamismo de la realidad espacial, el cambio cósmico, es producido, principalmente, por el transcurso de un ser sagrado que fue el eje de su cosmovisión: el Sol (K’in, palabra que también significa “día” y “tiempo”). El tránsito del Sol fue captado como un movimiento circular alrededor de la Tierra, que incluye un ciclo diario y un ciclo anual.
Los Equinoccios y los Solsticios puntos clave del ciclo anual del Sol, fueron exactamente precisados por ellos. El trayecto aparente del Sol determina los cambios que en la Tierra ocurren (día y noche, fertilidad y sequía, frío y calor, etcétera); por eso, el tiempo se concibió como movimiento cíclico y fue medido por los ortos y los ocasos del Sol y de otros astros: la Luna, Venus, Marte, Júpiter y tal vez Saturno.
La temporalidad, entonces, fue para los mayas el evidente y eterno dinamismo del espacio, que da a los seres cualidades y significaciones múltiples, a veces contradictorias, pues dependen de las influencias sagradas que se despliegan sobre el mundo en los distintos momentos. Pero ese movimiento no es arbitrario: sigue leyes estables, como se manifiesta en la regularidad de los ciclos naturales y de la propia vida humana; el tiempo es el orden móvil del cosmos.
En el llamado Periodo Clásico de la civilización maya (250 a 909 d.C.) se produjo, sobre todo en la región central, la profunda creatividad que ha dado a los mayas un lugar muy distinguido en la historia de la humanidad: su extraordinaria arquitectura, sus obras plásticas, sus inscripciones, sus códices y sus mitos, rescritos en la época colonial por ellos mismos, en sus propias lenguas, pero ya empleando el alfabeto latino, nos muestran que los mayas, por la necesidad de manejar el tiempo, cambio y movimiento inexorable del espacio, lo racionalizaron creando la matemática, con un sistema vigesimal.
Inventaron por primera vez en la historia el uso del cero y el valor posicional de los signos, que sólo fueron tres: el cero, el punto, con valor de 1 y la barra, con valor de cinco. La matemática fue el instrumento indispensable para medir los ciclos astrales. Y establecieron un complejo sistema calendárico que incluía el ciclo solar (de 365 días) y el ritual (de 260 días), cuyo engranaje constituía la Rueda Calendárica, ciclo de 52 años; y además crearon una “fecha” era o “día cero”, punto de partida del cómputo del tiempo, para establecer fechas con extraordinaria precisión. La “fecha” era se determinó al cerrar un Baktún 13, en el día 4 Ajaw 8 Cumkú, la cual corresponde, en el calendario gregoriano, al 13 de agosto de 3114 a.C. Esta fecha se inscribe en el tiempo del mito, que se entrelaza con el tiempo cronológico, pues al parecer registra el inicio de la era cósmica actual, según sus ideas religiosas acerca del origen del cosmos. Y la elección de esa fecha se debió a que el número 13 era para los mayas sagrado por excelencia, pues correspondía principalmente a los trece estratos del cielo.
A este sistema de fechar se le ha dado el nombre de Cuenta Larga o Serie Inicial, y se basa en periodos que van de un día o k’in, a un alautun, periodo de aproximadamente 64 millones de años, multiplicando siempre por 20, pues su sistema fue vigesimal. Pero por lo general las fechas registradas en los distintos monumentos, se inician con el Baktún, ciclo de 400 años, y el día se fija con la Rueda Calendárica.
Un ciclo de 13 Baktunes tiene aproximadamente 5126 años, y la terminación de ese ciclo, que se inició con la “fecha era”, corresponde al 23 de diciembre de 2012, fecha que se inscribió en el monumento 6 de la ciudad de Tortuguero, pero sin asentar, por supuesto, que se haría otro corte antes de completar el gran ciclo siguiente, de 20 Baktunes, que fue el Piktún, y que corresponde al año 4772 d.C. Esta otra fecha futura fue registrada por los mayas en el Templo de las Inscripciones de Palenque. Pero en ningún registro futuro que hayan hecho los mayas hay una profecía del fin del mundo. Esa fue una ocurrencia sensacionalista que mostró su falsedad con el hecho de que aquí estamos.
El gran logro de la cuenta larga da al tiempo un sentido que va más allá de un eterno retorno al mismo punto de partida, porque sin dejar de ser cíclico, el tiempo se puede medir hacia el pasado y hacia el futuro en una compleja espiral de ciclos que impide su repetición, gracias al anclaje en la fecha era.
Con la sistematización matemática del tiempo, éste queda en manos de los hombres, la fugacidad se controla, los grandes ciclos permiten el retorno periódico al momento mítico de los orígenes para regenerar el universo y prolongarlo hasta el infinito. Se controla incluso la propia muerte de los seres humanos, que no se consideró como un fin absoluto, sino como un paso a otra forma de existencia, pues sus espíritus, liberados del cuerpo, pueden transitar hacia el pasado y hacia el futuro e incluso situarse en una simultaneidad de los tres momentos. El tiempo se mide hacia adelante y hacia atrás de la fecha era, y se fijan sorprendentes fechas millones de años anteriores a la existencia de los hombres y del propio cosmos, lo que muestra que esos grandes sabios en verdad disfrutaban del dominio del devenir. Y hasta se pudo controlar el infinito, pues el concepto de ciclos temporales que se despliegan hacia el pasado y hacia el futuro conlleva la idea de un universo eterno. No habrá nunca un fin absoluto de los tiempos un fin de los mundos, sino una eterna recreación.
Esa asombrosa concepción del espacio-tiempo revela la extraordinaria capacidad de observación, de intuición, de conocimiento, de aquel pueblo, que sin aparatos, sin tecnología, pero con una insólita capacidad matemática, logró aprehender y manejar el devenir.
Una vez dueños del tiempo, los mayas se abocaron a registrar su propia historia, que fue concebida también como movimiento cíclico, inscrito en el movimiento cíclico del cosmos, pues una historia puramente lineal, aislaría al hombre de su mundo y tendría un fin irremediable. Los ciclos de la historia, como los de la naturaleza, permiten la regeneración de la vida y el triunfo sobre la muerte.
Según un sistema de fechar más simple, que se denomina “Rueda de los 13 Katunes” o periodos de 20 años, y que se usó para registrar hechos históricos desde el periodo Clásico hasta la época colonial, sabemos que los mayas creían que los sucesos humanos se repetirían, al recibirse las mismas influencias divinas que los habían determinado en el Katún anterior del mismo nombre, por ejemplo 1 Imix, que se repetía cada 260 años. En este sistema se advierte muy claramente la idea cíclica de la historia.
De este modo, más allá del hecho elemental de que la historia se registró para fortalecer, engrandecer y fijar en el tiempo total a los linajes gobernantes, se registró para conocer y predecir el futuro. En este sentido, la historia no se sustrae al mito del eterno retorno, pero queda fijada en su propio tiempo lineal, gracias al registro de los acontecimientos basado en la fecha era.
Pero un hecho sorprendente es que los mayas, aunque creyeron que el futuro estaba determinado, no se sometieron pasivamente al destino: tenían la convicción de que la acción humana podía modificar el porvenir a través del ritual, tornar benéficas las cargas maléficas que pudiera traer el ciclo que estaba por llegar. Esto revela una actitud creativa y libre ante el destino, para anticipar su futuro a fin de modelarlo.
Los otros tiempos
Pero los mayas manejaron también otras ideas del tiempo, incursionaron en otras temporalidades, en otros espacios del devenir, que escapaban al transcurso sistemático de los ciclos astrales. Esos otros tiempos fueron aquel en el que se desenvuelven las historias sagradas o mitos y la temporalidad de otros espacios de la realidad, donde residen los dioses y los ancestros deificados, y a la que los hombres vivientes pueden acceder en estados peculiares de conciencia. En el juego de los tiempos participan, así, el tiempo del mito y el tiempo de los sueños, los éxtasis y la muerte, que se entrelazan con el transcurrir cronológico, con el tiempo profano, o de la realidad cotidiana.
El tiempo del mito
Las historias sagradas, que nosotros denominamos mitos, se realizan en un tiempo distinto, en el que los personajes, aunque humanizados, pueden vivir largos periodos que rebasan la posibilidad de vida de un ser humano. Además, en el tiempo del mito coexisten pasado, presente y futuro, por lo que los protagonistas se mueven libremente en todos esos ámbitos temporales, que son uno solo.
El tiempo del mito es “otro” tiempo. Sin embargo, no es un tiempo eterno, “intemporal”, o sea estático, más que en el estado anterior a la creación del cosmos. En ese momento de completa quietud permanecían el cielo y el mar, como asienta el mito cosmogónico del Popol Vuh. Según este mito (que también se encuentra en los Anales de los cakchiqueles, y cuya estructura compartieron todos los mayas, expresándolo en distintas formas), los dioses decidieron crear el mundo con la finalidad de que hubiera seres que los veneraran y alimentaran; así, a través de la palabra, que actúa como fuerza mágica creadora, las deidades hacen emerger la tierra de las aguas primordiales y crean primero a las plantas y a los animales, que tendrán como misión alimentar a los hombres.
Después de varios intentos fallidos de los dioses, que son superiores, pero no perfectos, los hombres son formados de masa de maíz y sangre de tapir y de serpiente, materias sagradas que les dan la conciencia de los dioses, de sí mismos y de su misión sobre la tierra, la cual consiste en venerar y nutrir a los dioses, principalmente con su propia sangre. Con unos seres dotados de conciencia, los hombres de maíz, se cumple así la finalidad de la creación.
Al mismo tiempo, surge el Sol verdadero, después de la existencia de un falso Sol que, como los falsos hombres anteriores, fue destruido. Los distintos tipos de hombres y de soles, que en este mito fueron destruidos por un diluvio de agua y resina ardiente, corresponden a eras cósmicas que en un proceso cíclico de creación y destrucción se suceden al infinito, como lo relatan otros mitos.
Con la aparición del Sol y de la Luna, en el Popol Vuh, se completa la obra de creación, y cuando los astros se empiezan a mover, gracias a las ofrendas de sangre que les entregan los hombres, se inicia el tiempo profano, el devenir histórico, regido por el ciclo solar, el tiempo ordenado del mundo de los hombres.
En las historias sagradas, que nosotros llamamos mitos, el tiempo debía ser cíclico porque el retorno al origen del universo significaba una nueva creación que garantizaba la recreación y perennidad de la vida en general. Las grandes eras cósmicas que constituyen la historia del universo, terminaron por lo general con un gran diluvio, después del cual los dioses volvieron a ordenar el mundo. Ejemplo muy claro de ello es un fragmento del Chilam Balam de Chumayel, escrito por los mayas yucatecos, que relata cómo en un Katún Once Ahau, los Trece dioses de los cielos fueron atacados por los Nueve dioses del inframundo, quienes les robaron su Canhel, Serpiente de Vida o Serpiente emplumada, es decir, su energía vital. Al perderla, la deidad celeste es destruida y con ella, el mundo y los hombres, que perecieron bajo un gran diluvio. Luego, el texto narra la restructuración del mundo por obra de los cuatro Bacabes, deidades de los cuatro rumbos o sectores del cosmos. Ellos levantan el cielo, y sobre la Tierra colocan las cinco ceibas que lo sostienen: una en cada rumbo, y la ceiba verde o Gran Madre Ceiba en el centro, fungiendo como eje del mundo (axis mundi). Una vez reconstruido el cosmos, aparecen los “hombres amarillos”, es decir, los hombres de maíz. El mito relata, así, el origen del mundo actual, como el Popol Vuh.
Uno de los principales ritos en las distintas religiones es justamente la recreación del mito cosmogónico; éste se escenifica periódicamente pero no como un recuerdo o como una conmemoración, sino como una acción presente en la que se vuelve a crear el mundo, en la que se da la regeneración del tiempo. El rito transporta a la comunidad al tiempo sagrado de los orígenes, que irrumpe en el tiempo profano dejándolo en suspenso.
Entre los mayas, los ritos correspondientes a la recreación del mundo eran la renovación anual del fogón primordial de tres piedras para generar un fuego nuevo que alumbraría y calentaría a la nueva era cósmica; el acontecimiento mítico se registró en la estela C de Quiriguá, Guatemala, al lado de la fecha era. Las tres piedras del fogón eran tres tronos, que simbolizaban los tres estratos del cosmos: cielo, tierra e inframundo. Y la recreación del fogón primordial se escenificaba ritualmente en los cinco días Uayeb o sobrantes del calendario solar, y símbolo del caos primordial. Los mayas yucatecos apagaban los fogones de las casas y realizaban ayunos, penitencias y grandes borracheras, que simbolizaban la vuelta al caos (un vestigio actual de ese tipo de ritos de retorno al caos, que se realizaron en la mayoría de las culturas antiguas, es el carnaval). Al terminar esos días, se encendía un fuego nuevo y se repartía entre la gente el primer día del nuevo año: 0 Pop. Estos mitos y rituales nos apoyan para la comprensión de otros más antiguos, registrados en la escritura jeroglífica.
En la gran ciudad de Palenque (periodo Clásico: 250 a 900 d.C.) hallamos la expresión escrita de un extraordinario mito cosmogónico que revela claramente la concepción del tiempo mítico. Y en sus espacios sagrados, concebidos como centro del mundo y microcosmos, se revivía ritualmente la creación del mundo, asociada con el encendido y apagado de braseros rituales que representaban a las tres deidades regentes del cosmos; esos objetos se renovaban cada final de Katún. Un importante acto ritual era el encendido del horno y la cocción de los nuevos incensarios, en tanto que los braseros “muertos” eran enterrados ritualmente en los basamentos de los templos.
En los textos se registran cuidadosamente las fechas, pero ellas justamente dan a los relatos su carácter de tiempos suprahumanos. Parece mencionarse una escena de los mundos anteriores en la fecha: un millón 246 mil 826 años hacia el pasado, con la entronización de una primigenia deidad, al parecer celeste: la “Serpiente de nariz cuadrada”; este acto ritual fue sin duda modelo de ritos de entronización de los gobernantes.
Y en los templos del Grupo de las Cruces se registró el origen del mundo actual. El relato cosmogónico se inicia con la biografía sagrada de un personaje relacionado con el cormorán, cuyo nombre podría ser Ixiim Muwaan Mat. El cormorán se asocia con el cielo y con el agua, elementos de los que surgirá el mundo, lo que presenta al personaje como una deidad creadora.
Este ser sagrado nació el 2 de enero de 3120 a.C. seis años antes de la recreación del mundo, ocurrida en 3114 a.C. (“fecha era”). El 1° de marzo de 3112 a.C., cuando tenía 8 años, Ixiim Muwan Mat llevó a cabo la ceremonia de presentación del may(iij), un bulto ritual que contenía sangre sacrificial que se quemaba en honor de los dioses. Este rito era realizado por los jóvenes varones al llegar a la pubertad, por lo general a los 13 años, como lo revelan otras fuentes. Así, Ixiim Muwan Mat, claramente un personaje mítico por las fechas de su biografía, aparece como el paradigma de las ceremonias que debían realizar los jóvenes.
De igual modo, en los códices mayas se representa a los propios dioses ejecutando los ritos. Ello se debe a que la significación y el valor del rito residen en que es reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplar mítico, como asegura Mircea Eliade.
Y el acto primordial del rito se completa cuando dos días después, el 3 de marzo de 3112 a.C., el dios GI descendió desde el cielo para recoger la ofrenda que dos días antes había presentado Ixiim Muwaan Mat. La versión palencana de esta deidad celeste es también claramente un dios creador, pues se representó con diente de tiburón y agallas de pez, símbolos del mar primordial, y algunas características que lo asocian con el Sol naciente. Equivale, en mi opinión, a la deidad que los mayas yucatecos llamaron Itzamná K’inich Ajaw (Dragón del ojo solar).
El descenso del dios GI ocurrió en Matwiil, “Lugar donde abundan los cormoranes”, nombre del espacio sagrado de Palenque, donde estaban los templos de los tres dioses patronos. Luego la deidad regresó a las alturas, dice el texto, “por la Casa del Wak-Chan-Ajaw del Norte, la Casa de los Ocho dioses GI, (que es) el nombre de su Casa del Norte”.
Este lugar es el montículo natural o “montaña sagrada” sobre la cual fue erigido el Templo de la Cruz que, según la lógica del mito, fue concebida como un axis mundi en el que se reiteraba la creación del mundo por la deidad celeste suprema, llamada GI. El nombre “Casa de los ocho dioses GI” alude a un acto repetido ocho veces, lo cual sugiere ocho creaciones anteriores del mundo.
El texto asienta que 751 años después, el 10 de noviembre de 2360 a.C., aconteció el nacimiento de una nueva manifestación del dios GI, que fue, como dice el texto, “la Creación en la Oscuridad realizada por Ixiim Muwaan Mat”, lo cual significa que el personaje invocó a la deidad, a través de su sacrificio y ofrenda de sangre para que regresara a Matwiil, es decir, para que renaciera y recogiera la ofrenda que habría de renovar su existencia.
Ixiim Muwaan Mat es, así, un ser sobrenatural o un dios primordial que tuvo como misión procurar el renacimiento de las deidades y dar a los hombres los modelos de la veneración que debían rendirles. Por ello, su nacimiento se inscribe en el tiempo mítico, su edad lo sitúa en el ámbito de los dioses y sus acciones son los paradigmas sagrados que habrían de repetir los hombres para lograr el renacimiento y la aquiescencia de las deidades.
Este relato involucra, además, la idea de que las deidades no se manifiestan y actúan sin la invocación y la ofrenda de sangre de los hombres, lo que coincide con la idea del Popol Vuh de que sólo con la ofrenda de sangre humana el Sol y la Luna iniciaron su movimiento. Los dioses necesitan el reconocimiento y la veneración de los hombres para existir.
Y para confirmar la significación de dios creador que tuvo Ixiim Muwaan Mat está la presencia del día 9 Ik’, “9-Viento”, asignado a su entronización y al renacimiento de GI. Esa fecha del ciclo sagrado de 260 días tuvo, a nivel mesoamericano, una valencia simbólica relacionada con deidades recreadoras del mundo. En el altiplano mexicano, “9-Viento” fue el nombre calendárico (o sea, del día en que nació) de Ehécatl-Quetzalcóatl, Serpiente emplumada, que formó a los hombres del Quinto Sol. La imagen de la deidad creadora como Serpiente o Dragón Emplumado aparece en múltiples relieves del periodo clásico maya, asociada con el dios creador Itzamná; es el Gucumatz, Serpiente Quetzal, del Popol Vuh, nombre que asimila a todos los seres sagrados que participan en la cosmogonía, y es también el Kukulcán venerado en Chichén Itzá. Por tanto, el dios GI de Palenque corresponde a la misma deidad. La serpiente emplumada es el símbolo sagrado por excelencia del mundo mesoamericano.
Las inscripciones del Tablero del Templo del Sol continúan con el relato cosmogónico: registran el nacimiento de la deidad GIII o “Sol Jaguar del Inframundo”, regente de este edificio, acaecido el 14 de noviembre de 2360. GIII fue la segunda “Creación en la Oscuridad” que llevó a cabo Ixiim Muwaan Mat, y su llegada a Matwiil ocurrió 4 días después que la de GI. El dios GIII fue la deidad que personificó al Sol en su tránsito por el inframundo.
En el Tablero del Templo de la Cruz Foliada concluye el relato cosmogónico, con la llegada de la tercera deidad invocada por Ixiim Muwaan Mat: el dios Ch’ok Unen-K’awiil, “El Joven Bebé-K’awiil” (GII), nacido el 28 de noviembre de 2360 a.C., 14 días después de GIII. Con este suceso, Ixiim Muwaan Mat logró incorporar en la tierra sagrada de Palenque a las deidades que regían los tres niveles del cosmos, lo que implica una reconstrucción del universo: cielo, tierra e inframundo, temporalizados por los movimientos astrales.
Y al lado del mito cosmogónico, en los tres tableros se registran los acontecimientos históricos de los gobernantes palencanos; los dioses y los hombres participan juntos en los distintos eventos, entrelazándose el tiempo ilimitado de los dioses y el tiempo de los hombres, que es el devenir histórico.
Con el octavo o noveno advenimiento de las tres deidades principales (según la remota fecha que mencioné antes), patronas de los tres niveles del universo, se inicia una nueva era cósmica que, siguiendo el orden del tiempo mítico, terminará algún día para dar lugar a una nueva creación. En esta era surgió y se desarrolló la brillante dinastía palencana, encabezada por el gran k’uhul ajaw, “señor sagrado”, K’inich Janahb’ Pakal.
El tiempo del más allá
Paralelamente al tiempo astral, cronológico, en otros espacios de la realidad, “otros mundos” concebidos por los mayas, inaccesibles con los cuerpos visibles y tangibles se produce un transcurrir dinámico que involucra o unos cuantos segundos o miles de años de ese tiempo de profano. Sí como los personajes míticos, los espíritus de los ancestros deificados se mueven en esa temporalidad peculiar y pueden irrumpir en el tiempo profano y participar en los ritos de sus descendientes, como lo revelan múltiples textos del periodo Clásico.
Ejemplo notable de esa concepción del tiempo del “más allá” es el tablero del Templo XIV de Palenque, que el gobernante K’inich K’an Joy Chitam, quien accedió al mando el 30 de mayo de 702 d.C., mandó construir en honor de su hermano, K’inich Kan B’ahlam, y de la madre de ambos, la señora Tz’ak-b’u Ajaw, ya fallecidos. Dentro del templo hay un tablero esculpido que los representa. Él ejecuta una danza ritual, y ella, arrodillada, ofrece a su hijo una estatuilla de K’awiil, deidad de los linajes gobernantes. La escena se refiere a un rito de entronización de los gobernantes principales, que consistía en tomar posesión de la insignia de mando más importante, el llamado “cetro maniquí”, que representaba a dicha deidad. El primer pasaje del texto glífico presenta al rito como una acción ocurrida en el remoto pasado: 790,337 años antes de la fecha era. El personaje que recibió la imagen de K’awiil de manos de su madre, en aquel momento, fue el propio K’inich Kan B’ahlam, en su otro estado de existencia.
¿Qué significa esa representación?
Para los mayas, los espíritus de los seres humanos muertos transitan también por los otros espacios y pueden ubicarse en todos los tiempos. Esta representación plástica confirma la idea. En ella, ambos personajes están sobre tres bandas acuáticas. La segunda banda muestra tres cartuchos glíficos que denominan lugares. El cartucho central puede leerse como “la orilla del mar”. Esto expresa la creencia de que en esa época remota el Mar Primordial, que menciona el mito cosmogónico del Popol Vuh, todavía cubría la mayor parte de la superficie terrestre. Así, el sitio que ocupa Palenque había sido un litoral marino, en el cual el fallecido Kan B’ahlam volvía a entronizarse en su otro estado de existencia.
Y algo sorprendente es la realidad detrás del mito: los datos arqueológicos han confirmado que el sitio donde se construyó la ciudad fue en tiempos muy antiguos una costa de mar, poblada por fauna que después desapareció (peces, tiburones, rayas, corales, etc.), pues se han hallado innumerables restos fósiles de esos animales. Los palencanos colectaban esos fósiles, que seguramente consideraron como vestigios de ese tiempo sagrado, y solían depositarlos como ofrendas en algunos templos y tumbas. Evidencia de ello es una ofrenda de corales, hallada precisamente bajo el piso del santuario del Templo XIV.
Construido en el borde occidental de la gran plataforma del Grupo de las Cruces, el Templo XIV fue, por tanto, la reproducción arquitectónica de una especie de arrecife situado en la orilla del mar. Abriéndoles un umbral mágico que conducía a un tiempo y un espacio inmemoriales, la escena del tablero mostraba a todos los palencanos que K’inich Kan B’ahlam y la señora Tz’ak-b’u Ajaw no se habían desvanecido en las tinieblas del inframundo. Sus espíritus inmortales seguían habitando el espacio sagrado de la ciudad y, en los tiempos del origen del cosmos, simultáneos a la época del nuevo gobernante, K’inich K’an Joy Chitam, convivían con sus descendientes.
Así, los dos tiempos, el de los “otros mundos” y el de la realidad cotidiana, se yuxtaponen, coexisten, y a través del ritual se “viven” simultáneamente. La presencia de los antepasados ilustres en los ritos, que se encuentra plasmada en muchas ciudades mayas, no es, entonces, recuerdo, es presencia viva, es participación en la dinámica de la comunidad, porque ellos están en todos los tiempos: están en el tiempo en el que todavía existe el Mar Primordial y, a la vez, están en el momento de la consagración del templo en el que se los invoca.
Lo que he destacado hasta aquí confirma que los mayas, hermanando en un transcurrir cíclico al tiempo cósmico, al tiempo mítico y al tiempo del “más allá”, lograron encauzar el devenir y hacer frente a la finitud, el caos y la muerte. Pero ante la devastadora conquista española, todos sus tiempos se desintegraron.
Los autores del Chilam Balam de Chumayel expresaron su profunda desolación con las siguientes palabras:
Toda Luna, todo día, todo año, todo viento… camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono… Medido estaba el tiempo en que pudieran encontrar el bien del Sol. Medido estaba el tiempo en que miraran sobre ellos la reja de las estrellas, desde donde, velando por ellos, los contemplaban los dioses, los dioses que están aprisionados en las estrellas…
Así, aquellos extraordinarios hombres mayas, señores del tiempo, “habrían de llegar al fin de su tiempo”.
BIBLIOGRAFÍA
Cuevas García, Martha y Jesús Alvarado Ortega, Informe de la primera temporada de campo, 2008, del proyecto Estudio arqueológico y paleontológico de los fósiles marinos que proceden del sitio de Palenque, Chiapas, México, Archivo Técnico del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008.
De la Garza, Mercedes, Literatura maya, Prólogo, selección y notas, Caracas, Venezuela, 1980 (Biblioteca Ayacucho, 57).
De la Garza, Mercedes, Guillermo Bernal Romero y Martha Cuevas García, Palenque-Lakamha’, México: Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, (Fideicomiso Historia de las Américas), 2012.
Libro de Chilam Balam de Chumayel, Traducción Antonio Médiz Bolio, Pról. Introd. y notas Mercedes de la Garza, México: Secretaría de Educación Pública, 1985 (Serie “Cien de México”).
Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché, Traducción al español, introducción y notas, Adrián Recinos, México, 1960 (Colección Popular del Fondo de Cultura Económica).
Reimpresión en De la Garza, 1980.