En los próximos días, en diversas comunidades indígenas que van desde los rarámuris de Chihuahua, a los mixes de Oaxaca, pasando por los nahuas, purépechas y totonacas., existe el mismo común denominador de las celebraciones no de todos los santos, sino de “la fiesta de los muertos”. En la época precuahtémica esta fiesta se celebraba entre julio y agosto y duraba un mes completo, sin embargo con la llegada a América de la tradición criolla y española influenciada por la religión católica, se corrió al día primero y dos de noviembre para hacerla coincidir con la celebración de todos los santos. Dando lugar además a un sincretismo que mezcló ambas tradiciones (europeas y prehispánicas) creando así la actual festividad de los difuntos.
Existe la creencia arraigada entre los indígenas de que los muertos se resisten a marcharse y siguen vigilando a sus seres queridos. Incluso se cree que cuando una persona muere –tal como lo pensaban los toltecas, gana cierta ventaja sobre sus hermanos vivos ya que puede interceder por sus parientes al principio creador “Ometeotl”- y a sí ganar favores; de ahí que cuando llega todos santos el espíritu de los difuntos, como el de sus familiares, se llenan de gozo por el reencuentro.
Esta festividad desde hace al menos tres mil años, aunque en diferente época (como lo hemos señalado ) se celebraba ya en el Anáhuac y era presidida por Mictlantecihuatl, conocida como la Señora de la Muerte (identificada con el personaje de José Guadalupe Posadas,“la Catrina”) y esposa de Mictlantecuhtli, Señor de los muertos. Para los antiguos mexicanos la muerte no significaba el final de la vida, sino simplemente una transformación. En efecto, creían que las personas muertas se convertían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección. Mientras esto sucedía, Mictlantecuhtli y Mictlantecihuatl se llevaban a los muertos al Mictlán que significa “lugar de muertos” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.
Actualmente la fiesta de muertos en México comienza el 31 de octubre cuando se levanta un altar en cada casa, altar que básicamente se adorna con flores de Cempasúchil (Zempoalxochitl), cuyo significado literal es veinte flores o flores de una sola cuenta, quizá porque son flores que simbolizan lo mismo la vida que la muerte, es decir, la dualidad de la vida y muerte dicotomía que invariablemente se complementa, ya que no se puede hablar de una si no es por la existencia de la otra. Además de por ser flores que por su color representan la luz como los rayos del sol.
En el altar se colocan las prendas del ser fallecido a quien se espera que llegue. Así, si es una mujer, se le colocarán sus enaguas, su huipil, su mandil, su canasta. Si es hombre, su calzón de manta, su sombrero, su camisa, su machete…etc. También se les colocan los alimentos que les gustaron en vida. No pueden faltar las calaveras de azúcar con el nombre del difunto escrito en la frente que después serán consumidas por los familiares del fallecido. El pan de muerto es otro elemento básico de la ofrenda su forma más común es la redonda y al centro se imitan la forma de los huesos que se recubre con yema de huevo y espolvorean con azúcar o ajonjolí.
Según los relatos antiguos, trasmitidos en forma oral de generación en generación, desde una orilla de la cemicayotl (eternidad), los difuntos realizan un viaje a la tierra. Y este viaje se realiza en forma muy bien organizada: Mictlantecuhtli, el señor del reino de los muertos, primero concede permiso a los pequeños difuntos (niños) para que abandonen el paraje y puedan visitar a sus familiares. Esto sucede el día primero de noviembre, por ello en este día, en las casas de los mexicanos, en sus altares abundan las frutas, dulces, las piezas de pan en forma de muñequito, los juguetes, las ropitas infantiles y tamales de pequeño tamaño, como ofrenda hecha especialmente para niños.
El día dos de noviembre suena el caracol en un lugar del Mictlan, anunciando a los difuntos adultos que pueden emprender su viaje en dirección a la tierra para visitar a sus familiares y recibir las ofrendas que ansían encontrar. De manera que cada alma se dirige a la casa de su deudo para ver que encuentra. Y es este día cuando los altares de las casas se llenan de copal aromático, que significa la participación con la vida divina, pan, vasos de agua, tequila, mezcal chocolate, guisos, veladoras, flores, tamales…etc. Y objetos varios como sombreros, cigarros, ropa entre algunos otros que quizá en el más allá o en el más acá siga necesitando. Todo esto se coloca junto a los retratos de los difuntos rodeados de veladoras. Ya que no olvidemos que ese día los difuntos se convierten en los “huéspedes ilustres” a quienes hay que festejar y agasajar. También suele colocarse una estampa de las ánimas benditas del purgatorio para pedir permiso provisional de salida por si acaso se encontraran ahí y colocar cuatro cirios en cruz que representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el alma pueda orientarse y encontrar el camino a su casa.
Para la ofrenda se sigue todo un ritual ya que como hemos dicho implica la creencia de la visita de las almas: Temprano el casero llama a los difuntos familiares suyos para que pasen a la casa, para esto uno de los miembros de la familia sale a los caminos a regar pétalos de flor de Cempásuchil, para que no se pierdan y que es además una señal de que todo está listo en la mesa de los difuntos; se colocan objetos representativos de los cuatro elementos: tierra, agua, viento y fuego. Se encienden las veladoras, una por cada difunto y una más para el “invitado” a continuación se queman los cohetes en señal de júbilo ; un tlamatimine (conocedor de las cosas de la cultura y tradición) dice un pequeño mensaje de bienvenida a los que se supone “se encuentran de visita” y finalmente cuando el humo de los alimentos cesa de hacer formas caprichosas y se “enfrían”, señal de que las ánimas han gustado los alimentos , los familiares de los fallecidos también pueden probar los alimentos . El colocar el altar u ofrenda de muertos, se hace también en el caso de que no se pueda visitar la tumba del difunto ya sea porque esta no existe, o porque la familia se encuentra muy lejos para poder ir a visitarla.
Y en síntesis es esta la celebración que en la actualidad se tiene de la fiesta de los muertos. La cual ha sido declarada por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad con fecha, 7 de noviembre del 2003 en París, Francia. La Secretaría de Educación Pública (SEP), suspende las actividades educativas en México en ese periodo, para poder permitir a las personas honrar y festejar a sus difuntos, recordando lo expresado en la declaración de la UNESCO: "...una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país." y destaca: "Es un encuentro anual entre las personas que la celebran y sus antepasados, desempeña una función social que recuerda el lugar del individuo en el seno del grupo y contribuye a la afirmación de la identidad..."