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Reflexiones sobre la Fe: Lourdes Velázquez



Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty en tono apabullantemente despreciativo-, significa exactamente lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos.

Lewis Carroll, Al otro lado del espejo, 1872

¿Cómo definen los fieles la Fe (la mayúscula es de ellos, y no la entiendo). La fe, dicen, no es un método de conocimiento, sino el conocimiento mismo (la fe es saber, son sus palabras). Pero tal afirmación no me aclara las cosas, más bien me confunde. Volvemos al problema de la comunicación: ¿qué quieren decirme o qué me están diciendo cuando escriben que la fe es saber?

Quiero pensar, en principio, que hay un preciado tesoro por alcanzar o por encontrar, y que ese tesoro es el conocimiento o la sabiduría (aunque dichos términos no designan necesariamente la misma cosa); quiero pensar que, por su calidad de tesoro, los fieles lo convierten en el objeto inmediato (directo) del verbo ser cuando intentan glorificar a esa criatura suya que llaman Fe (y ahora entiendo la mayúscula: como es de ellos el sustantivo predilecto, lo vuelven nombre propio). Con esa misma lógica y con el deseo a flor de piel, Calixto habrá de gritar contra viento y marea que Melibea no es sólo la mujer amada, sino el amor mismo.

¡Pero, mi estimado! -le diremos- El decir que ella, la joya de tu corazón, es el amor mismo, nada nos dice sobre ella y sí mucho de ti. Menciona, por favor, que Melibea es blanca, de labios carnosos y piernas largas, porque tales palabras nos permitirán acercarnos a la realidad física de la muchacha; afirma, por favor, que ella es dulce, que controla su leve neurosis, que teme a la oscuridad, porque ello nos permitirá aproximarnos a su realidad psicológica... ¡Pero no nos digas que ella es el amor! Porque entonces sólo entenderemos que tú, Calixto, estás simple y llanamente enamorado, al grado de considerar a Melibea tu nueva religión (Melibeo soy y en Melibea creo).

¿De eso se trata? ¡Ah, bueno! Entonces, cuando los fieles afirman que fe es saber, quieren decir fe es mi saber, entendiendo por saber el non plus ultra de la experiencia humana. Vale. Pero ello no define la fe, sino a los fieles, quienes, en pocas palabras, han dicho: La Fe es mi máximo, pero aún no nos han dicho qué es la fe.

Decir que la fe es saber es afirmar que la fe es otro nombre del conocimiento. Entonces, podemos decir que el descubrimiento de la ley de la gravitación universal es un acto de fe, y que quien, al meter las manos al fuego, se quema, vive una experiencia religiosa.

¿No sientes, fiel lector, que estamos cayendo en un alucinante mundo donde las palabras ya no significan lo que buscan significar?

Sería bueno, en principio, aclarar las diferencias entre conocimiento y saburía, pues acaso estoy malinterpretando la frase fe es saber. Pero, bueno, no quiero extenderme demasiado, así que dejo la aclaración para otro momento. Volvamos, mejor, a la definición de fe.

Insisto: para entendernos y no envolvernos en alucinantes diálogos carrollianos, partamos de una misma definición de fe. Propongo, en beneficio del español, que volvamos al diccionario, donde dice que la fe es la adhesión a una proposición que no goza de evidencia ni puede ser demostrada. Dicha definición, como todas las que pueden encontrarse en un buen diccionario, no aplaude ni descalifica, sino que acota, pone límites, le da bordes a la palabra.

Si aceptamos tal definición de fe, los fieles habrán de admitir que lo dudoso, incierto e indemostrable puede muy bien servir de asidero contra la angustia existencial. El sufrimiento místico no niega esa posibilidad anestésica de la fe (me atrevo a decir, con respeto y admiración, que el misticismo tiene mucho de intoxicación espiritual). Algunos fieles dicen que santos y místicos, con todo y fe, sufrían mucho más que cualquiera de nosotros. No sé en qué estudios clínicos se basa tal afirmación, pero suponiéndola cierta hemos de entender su sufrimiento semejante al delirium tremens del alcohólico o al estado catatónico que produce el remanente de la marihuana. Y agotados de tanta crítica, algunos otros fieles dicen que los analgésicos de hoy son la razón, la lógica y el pensamiento científico, sucedáneos, según ellos, de la la piedra filosofal de los alquimistas. Veamos.

Siendo la piedra filosofal materia hipotética, materia nunca hallada (aunque la admirable búsqueda de los alquimistas permitió encontrar otras cosas, igualmente valiosas), mal hacen al considerar que la razón, la lógica y el pensamiento científico son sólo quimeras, sueños, deseos de encontrar la varita mágica. Mal hacen, porque la razón es, paradójicamente, el instrumento que ha permitido el diálogo entre fieles e infieles, es decir, el sano enfrentamiento de ideas.

Sin embargo y ciertamente, la razón y sus frutos (la lógica y el pensamiento científico) son muy buena medicina contra el dolor y la angustia de la existencia, como lo son la religión, el arte y el amor. La diferencia entre estas últimas experiencias humanas y el uso de la razón es que ella, la razón y no las otras, está consciente de sus causas: sabe que crece conforme el hombre se niega a sufrir el aturdimiento del espíritu. En cambio, las otras experiencias (amor, fe y belleza) son fenómenos psíquicos y no sistemas de pensamiento.

Pero no estoy segura
 

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