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Recordando a Pascal



Pascal es uno de estos filósofos abandonados en al margen del tiempo. Normalmente al escuchar su nombre pensamos en teorías matemáticas. Pero fuera de ser un matemático, Pascal es un filósofo; y fuera de filósofo, fue un genio. Nos sorprende el hecho de que sin estudiar en ninguna escuela o universidad, este joven, educado por su padre y por su propio deseo de conocer, logró alcanzar un amplio y profundo conocimiento. Como Descartes, Pascal reúne aún más todas las cualidades del hombre moderno.

Dejando a un lado sus dotes en matemáticas y física, a mí me interesa Pascal en calidad de filósofo y es precisamente aquí donde lo abandonamos y nos alejamos de él, escépticos e inseguros. El hecho de que murió joven, de que no tuvo un sistema á la Descartes –aunque en una medida es cartesiano- , el hecho de que su escritura es apasionada como su propia búsqueda; el hecho de que su pensamiento es su agonía, hace que Pascal se quede al margen de los filósofos profesionales. Pascal incomoda porque habla de la insuficiencia de la razón e invita al hombre escuchar su corazón, de aquí la idea de una “lógica del corazón”. En sus Pensamientos, el filósofo habla de dos tipos de mentes: las geométricas y las intuitivas; las que se reducen a conocer las evidencias de la razón y las que se atreven a escuchar el corazón porque éste “tiene sus razones que la razón no conoce”. 

Pero Pascal intriga en cuanto a esta capacidad que tuvo de entender con precisión la naturaleza humana. Antes que un Kierkegaard, un Nietzsche, un Dostoievski, Pascal nos habla de nuestra miseria, de nuestra debilidad cuando nos desenmascara y nos hace ver, con nuestros propios ojos, todas las inseguridades. Y, sí, Pascal habla de un hombre no abstracto, sino del hombre concreto, de carne y hueso, aquel hombre que por su propia debilidad se esconde tras una máscara. Tras la misma máscara esconde su egoísmo, su vanidad y el orgullo. Cómo todos estos males nos poseen y cómo nos aprovechamos de ellos para no enseñar nuestra inseguridad. En este sentido me sorprende el realismo de Pascal.

El hecho de que “el orgullo contrapesa todas las miserias”; de que “la vanidad está tan anclada en el corazón del hombre y que somos tan presumidos que queremos ser conocidos en toda la tierra”;  hace que el hombre viva su miseria. Porque miserable es esta naturaleza que odia la verdad que quiere disimular lo que no es.  Sin embargo el hombre, a pesar de estas debilidades es grande y su grandeza viene de la conciencia que tiene sobre su miseria. Es en este punto donde Pascal me sorprende por la simplicidad de la idea y por la profundidad. ¿Qué puede ser más real, más concreto, que esta idea; es decir que nuestra grandeza surge en el momento en el cual tomamos conciencia de nuestra condición y, junto con ella, de nuestra debilidades y defectos?

Me fascina Pascal cuando nos transmite claramente que el ser humano no es perfecto; el que se hace la ilusión de la perfección llega, sin duda alguna, al orgullo, a la vanidad, y por fin a enmascarar su propia condición imperfecta. Pero Pascal nos suplica tener la capacidad de reconocer nuestra imperfección y afirma: “Reconoce, pues, hombre soberbio, qué paradoja eres para ti mismo. Humíllate, razón impotente; calla, naturaleza imbécil. Aprende que el hombre supera infinitamente al hombre y escucha de tu maestro tu verdadera condición, que ignoras. ¡Escucha a Dios!”.

Y aquí entra el carácter religioso del pensamiento pascaliano. Pascal es, sin duda, un filósofo cristiano. ¿Cómo olvidar aquella vivencia que lo convirtió de un ser un matemático y físico a ser un filósofo; de ser una mente dedicada a los principios de la razón, a ser un hombre qué escucha su corazón y agoniza en la búsqueda de Dios? Era claro que las evidencias ya no satisfacían a Pascal, de aquí su crisis interior, su visión, su angustia frente a los espacios infinitos y frente al silencio profundo. Pero  frente a la angustia que surge de esta lógica del corazón, Pascal encuentra que para encontrar a Dios hay solo un camino: la fe.  Él no niega la razón pero reconoce la limitación de ésta en cuanto su intento de entender a Dios. De esta manera logra, como antes San Agustín, hacer que la razón y la fe no estén separadas, pero “el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan”. Y es aquí donde Pascal se aleja del que fue, hasta un punto, su inspiración, Descartes. En cuanto la idea sobre la existencia de Dios, la razón debe reconocer su límite, debe reconocer que tanto juicio y análisis de principios no sirven de nada; lo único que queda es la capacidad de elegir del hombre, su capacidad de decisión. 

Aquí recuerdo a Kierkegaard, admirador de Pascal, que en este sentido afirmaba que el problema no es si Dios existe o no; esta es una aberración, porque Dios existe. El problema surge en el momento en el cual nos preguntamos si existe para mi; y, en este sentido se trata de una decisión, de una elección.

Pienso que de esta manera se debe entender la apuesta de Pascal. Se trata de aquel famoso “o lo uno, o lo otro”, por lo cual de elección, de libertad. Y Pascal nos revela, a lo mejor sin intención, nuestra condición que es la libertad, de aquí la paradoja de qué es este ser humano: “¡Qué quimera es, pues, el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y excrecencia del universo”.

Catalina Elena Dobre

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