El crítico Harold Bloom ha escrito sobre Kafka (1995): «Desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos.
La obra de Kafka es una de las más estudiadas en literatura a nivel mundial pero aún así sigue siendo un enigma y es ese halo misterioso el que nos interna en su obra y nos hace vernos en la profundidad de nuestra interioridad con una precisión mayor que la de cualquier cirujano. Podríamos decir que Kafka es el escritor que nos adentra al misterio de nuestra existencia en el mundo, de nuestro anhelo de existir en un mundo que no nos pertenece o que hemos creado de tal forma que no encontramos caminos para el espíritu.Como dice José Rafael Hernández Kafka „es un espejo mágico que refleja el rostro del intérprete”(15)
Kafka, autor checo de habla alemana, de origen judío y de fugaz presencia en el mundo, es la conciencia reveladora de la contradicción inherente, irremediable y a la vez profunda de ser espíritus en el tiempo; nos revela el peligro para la interioridad de una sociedad que se ha formado en el confort y el consumismo sin ningún aprecio o valoración por lo que nos define en la existencia, si en Heidegger se habla del olvido del ser para recuperarlo por la filosofía, en Kafka tenemos el olvido de la existencia que tal vez sería recuperado por la literatura. ¿Será que en Kafka accedemos a lo que Eliade también llegó a señalar, que cuando el mundo se ha secularizado lo sagrado se revelará por la escritura como esa experiencia en donde acción y ser se confunden? Este es el caso de Franz Kafka su ser se confundió con su ser literario, haciendo de la literatura una obra con infinitos excedentes de sentido tan original, universal y siempre actual.
En Kafka accedemos a esa exploración íntima de los misterios humanos cuando éstos han perdido su sentido o se han desarraigado de la tradición en donde se vieron nacer; pero más profundamente, cuando se han desgajado por completo de las experiencias cotidianas de los seres humanos presentándonos el terror de la incomprensión de las masas, de la superficialidad, el confort y la mera diversión de las multitudes, que se han entronizado por encima del valor absoluto de cada ser humano. De ahí el tono pesimista, absurdo y a veces nihilista de sus obras, pero en realidad como dice José Rafael Hernández „Pero todo esto es en Kafka un amor insobornable a la verdad”(17), para desemascararnos y vernos de forma desnuda no como somos, sino como hemos sido creados y cómo hemos hecho de esta creación un lugar inhabitable.
Y es que para Kafka hemos sido creados como individuos singulares que anhelamos un amor absoluto. Pero hemos creado un mundo donde lo hemos hecho imposible: imposible el vivir de acuerdo a nuestros anhelos espirituales, imposible de realizar un equilibrio entre lo que nos quema interiormente y el trabajo cotidiano medido por el tiempo del mercado, siendo eternamente imposible conciliar el espíritu sagrado de cada individuo y la infinitud de su interioridad con el deseo de la mayoría de vivir sin conciencia, sin esfuerzo, en síntesis sin espíritu.
Kafka experimentaba esto con la colisión incesante entre su ser como escritor y todo aquello que lo hacía imposible, su existencia natural era la escritura y todo aquello que lo estorbaba para escribir lo desechaba, ¿será que la dignidad se nos presenta como esa colisión que se da entre estar y ese llegar a ser, que se presenta como imposible? Pero en el fondo es imposible porque no hay nada en el mundo que lo colme, lo condicione o sea su razón suficiente. Por ello „Kafka se definía como una existencia imposible que sólo adquiría sentido en la labor imposible de escribir”(18)
En Kafka vemos entonces siempre la dignidad del hombre como ese ser intermedio y la dificultad de realizar esa síntesis, delicada, frágil y sufrida al mismo tiempo.
Dentro de su vasta obra esto se ve muy claro en el cuento corto llamado El artista del hambre que fue escrito el 23 de mayo de 1922 (1883-1924) cuando Kafka padeció un colapso nervioso y empezó a escribir como una suerte de terapia, comenzó la novela El castillo y la interrumpió para escribir el artista del hambre. Cuando recibió el texto para hacer las correcciones Kafka estaba en un estado crítico no podía hablar y era incapaz de ingerir alimentos. Cuando acabo las correcciones, Kafka estaba bañado de lágrimas.
En este breve relato se nos habla de un ayunador, es decir, alguien cuya forma de vivir, arte, fuente de sentido, de alegrías y de tristezas consiste en ayunar. Pero su drama es que con el paso del tiempo, la admiración y asombro de los primeros tiempos de su arte se van transformando en una incomprensión de las masas que se hace cada vez más patente hasta el grado de la indiferencia y de convertirlo en un espectáculo de circo. Indiferencia que termina con su vida, extraña paradoja, no es el hambre lo que termina con él sino la absoluta incomprensión de su arte y del secreto de su arte. ¿cuál es el sentido de este relato y cuál el secreto del arte del ayunador?¿qué nos dice el artista del hambre sobre nuestra condición humana? ¿tiene que ver algo con la forma en que existimos o simplemente es un relato terapéutico para un escritor enfermo? Mi tesis es que en este relato se nos pone frente a frente con la condición misma de nuestra existencia.
Kafka inicia diciéndonos: „En los últimos años, el interés por los ayunadores profesionales ha remitido mucho. Mientras que antes merecía la pena realizar ese tipo de representaciones por cuenta propia, hoy es completamente imposible. Eran otros tiempos.”(333)
El relato inicia, entonces, con una mirada nostálgica hacía una forma de actividad o de representación que ya no tiene vigencia, es más, que es imposible en nuestro tiempo. ¿Cuál tiempo? Pues el único que existe para el lector: el suyo propio. En este sentido, esta mirada en retrospectiva a un tiempo no concreto (es decir a uno no determinado en espacio y tiempo, por tanto ficticio) tiene la posibilidad de actualizarse en el tiempo de la memoria concreta de cada lector. Y así nos hace ver con otra perspectiva no los propios recuerdos concretos, sino nuestro propio presente, como si esta mirada, tomara la forma de cualquiera de las vivencias que hayamos tenido de una situación similar. Esta es la magia de la literatura al llevarnos a un tiempo ficticio con una situación ficticia, permite que nos pongamos en la situación del que narra y así narrar nosotros mismo la propia existencia.
¿Qué situación nos narra el relato? Pues la de los ayunadores profesionales, algo muy extraño de poder considerar como una profesión, pero no nos damos cuenta que este aparente sin-sentido es el que abre nuestra capacidad de comprender a situaciones nuevas o a situaciones cotidianas pero con una mirada reflexiva. Reflexionemos entonces, ¿quién es y qué significa ayunar dentro y fuera del relato?
Fuera del relato, ayunar es una actividad de abstenerse de tomar alimento alguno por propia voluntad y en general de una actitud de abstención. Visto históricamente el ayuno siempre se relaciona con alguna práctica religiosa y en nuestros tiempos con manifestaciones políticas, pero ambas con algún carácter sagrado o con un significado que trasciende el acto mismo de ayunar. Pensemos en Mahatma Gandhi por ejemplo o en las palabras de Juan Pablo II „el sentido de ayunar es la de desprenderse de una actitud consumista...el hombre sólo es él mismo sólo cuando logra decirse así mismo no. No es la renuncia por la renuncia, sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para el dominio de sí mismo.” Es decir, el ayuno es una acción que demuestra que como seres humanos no estamos simplemente definidos por lo que nuestro impulsos nos ordenan o nuestras reacciones instintivas, el que ayuna demuestra que es él como individuo el que se abstiene y no lo es su razón o su sentimiento, sino él y sólo él.
Por ello para muchos ascetas, anacoretas o monjes el ayuno como acto de abstención de los bienes materiales del mundo significaba poner a prueba la fuerza de su voluntad o de su espíritu contra las condiciones del mundo que desequilibraban o atentaban contra ser en el mundo lo que ellos mismos determinaban, contra una actitud personal. Incluso en algunas doctrinas éticas del siglo II a.c. la felicidad se entendía como un acto de abstención total, no por que se despreciara el mundo y sus bienes, sino porque esa era la manera de tener un carácter moral propio.
En otras palabras, el ayuno es un acto por el cual lo que lleguemos a ser no se define por los bienes inmediatos, por lo que facilmente está a nuestro alcance, sino por la realización de nosotros mismos como dominio de nosotros mismos por nosotros mismos. El ayuno es así en Kafka , como veremos dentro del relato, un símbolo del que actúa en el mundo como un individuo singular y con carácter moral, porque sólo así demuestra que es él mismo. La felicidad por ello no está en vivir de todo sino una vez vivido saber abtenerse en relación a lo que de verdad me hace vivir.
Ahora bien, dentro del relato Kafka, nos muestra a un ayunador, es decir a alguien cuya profesión es mostrar su fuerza de voluntad, ser un testimonio del espíritu humano de estar por encima de lo mundano, lo simple, lo inmediato, lo fácil. Esto lo podemos ver desde dos perspectivas: 1. la perspectiva de la relación del ayunador con los que no ayunan (el público, los observadores, los pescadores, etc..) 2. El secreto del ayunador que daba sentido y fuerza a su ayuno. Analizando estos dos puntos podríamos ir haciendo alguna analogía con nuestro tiempo.
En sus primeros tiempos este acto despertaba en las multitudes una soberbia expectación, interés y asombro por los niños. Kafka nos relata como estos primeros públicos su asombro residía en ver y reconocer en el ayunador a alguien que podía realizar de forma extraordinaria lo que ellos no se podían imaginar que le fuera posible a un ser humano. Este público se interesaba en el ayunador no tanto por comprenderle en su secreto, sino en tanto que simplemente le reconocían como el testimonio vivo de que lo imposible era posible. Con este tipo de espectadores niños y vigilantes nocturnos que se acercaban a su celda para verlo de cerca como no pudiendo creer a sus ojos, con ellos el ayunador bromeaba, les tendía la mano y les contaba la historia de su peregrinaje.”Estaba encantado de velar toda la noche con esos vigilantes, estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias de su vida de peregrinaje, también a escuchar sus historias, todo para mantenerlos despiertos, para mostrarle una y otra vez que no tenía nada comestible en la jaula y que ayunaba como ninguno de ellos era capaz de hacerlo.”(334)
Pero había otros desinteresados, que lo vigilaban sin reconocerlo, sin deseo de comprender o de sentir, ante ellos el ayunador „le ponía triste, hacían de su ayuno algo terrible; algunas veces superaba su debilidad y cantaba durante la guardia para mostrar a esa gente lo injusta que era su sospecha.”(334)
Esto quiere decir que nadie podía saber por su propia experiencia si el ayunador había ayunado toda la noche o no solo él lo sabía solo el que lo sentia. Los actos que son propios del espíritu humano y de su voluntad espiritual aunque fueran vigilados día y noche por una cámara nadie podría tener una ciencia o una certeza exacta de ellos, este conocimiento le está reservado sólo al que lleva acabo el acto. Podríamos decir que es una analogía con las personas que tienen fe, o que estan enamoradas, u otros ejemplos similares, nadie lo sabe a ciencia cierta más que aquellos que lo llevan a cabo. Y nos sentimos como el ayunador agradecidos de aquellos que se sientan cerca con el deseo de aprender y de escuchar, se entabla un diálogo y una comunicación del acto, y nos sentimos tristes y a veces terriblemente solos y sin sentido cuando a nadie le interesa o nos vigilan por que tiene sospechas sobre nuestras convicciones, nuestro amor, nuestra fe o nuestro espíritu.
Lo que nos muestra con esto Kafka, es que paradójicamente, los actos que el día de hoy se han hecho imposibles son aquéllos que no pueden ser comprendidos por las masas, pues las masas o los que piensan como masa siempre sospechan de todos hasta de ellos mismos porque no son capaces de llevar a cabo el acto del ayunador, no hay mayor escarnio para una persona que el desprecio y la sospecha de su espíritu. Saber leer, escribir, sentir, apreciar, recordar, lo consideramos ajenos a nosotros como inútiles e inservibles y sólo es bueno y valioso lo que es fascinante, nos facilita la vida y nos embota los sentidos para no sentir la necesidad de ayunar.
Precisamente Kafka nos presenta al ayunador como un artista, pues no sólo ayuna, sino que conlleva toda una preparación, una visión de la vida y un constante realizar el acto de ayuno. En otras palabras ser humano como espíritu es todo un arte. Pero el artista lo es en la medida en que su arte expresa un secreto, el secreto de todo su impulso y la condición humana.
El texto nos señala todo el tiempo el conflicto irremediable entre: la vida del espíritu y la diversión, la libertad de carácter y el afán de confort y comodidad, el asombro contra la superficialidad, y sobre todo la incomprensión de las masas de un hombre con espíritu de un acto como el ayuno, cuyo sentido es el dominio de sí mismo, si ahora lo que se desea es no dominarse de ninguna manera y no se diga ese dominio en relación como acto meritorio ante Dios.
De la misma forma la idea de que no hay nada en el mundo que satisfaga el hambre espiritual del ayunador ante ello la analogía de otras actividades humanas que si no son revestidas el día de hoy con el halo del espectáculo, la contemplación apresurada, ruidosa, y sin compromiso no importan y no despiertan el interés. La tristeza del ayunador es la tristeza ante la mediocridad del mundo y de las masas.
El artista del hambre es el anhelo infinito del espíritu humano de ser más que el mundo y la sociedad que busca el confort en la masa y en la falta de personalidad.
El ayunador es visto como loco, como fuera de sí, cuando en realidad es el único cuerdo, nuestro espejo.
*Todas las citas textuales fueron tomadas de: Franz Kafka (2001) Cuentos Completos: Textos Originales, Editorial Valdemar, Madrid, España. Prólogo e introducción por José Rafael Hernández.