La estructura de los procesos económicos actuales, tanto del mercado libre con actores económicos de intereses privados, así como en el desarrollo de las finanzas sanas de los estados políticos, las instituciones financieras como los bancos y las casas de bolsa, son los mediadores por excelencia. Su servicio consiste en general de proveer los instrumentos y los servicios que les permitan a unos y a otros capitalizar sus activos, así como sus procesos productivos y en específico de permitir la circulación de las finanzas para la generación de riqueza, empleo y bienestar. Como dice Lester Thurow, el capitalismo con su sociedad de mercado no representa ningún estado de naturaleza original, sino la ruptura volcánica de la libertad humana en los procesos necesarios para vivir transformando todo en mercado y toda actividad u objeto en un factor de producción. Esto es un flujo regular de riqueza en la producción, de ahorros e inversiones, organizado a través de los bancos y las instituciones financieras, donde los prestatarios pagan intereses como recompensa por usar la riqueza de los prestamistas.
Las instituciones financieras son el centro de la actividad del mercado y por ende de la economía. En principio todo actor económico, desde una persona que ha acumulado un capital hasta organizaciones que producen capital pueden y tienen el derecho de acceder a los servicios de estas instituciones para darle movilidad al capital en los dos sentidos: como inversionistas o como beneficiarios de las inversiones.
Para ello ofrecen –como uno de los instrumentos más efectivos-los llamados fondos de inversión mutua. El fondo es formado por una serie de empresas financieramente sanas y rentables en las cuales se colocan o en las cuales se distribuye el dinero de los inversionistas, y de acuerdo con las tasas de rendimiento de las actividades productivas –para las cuales se supone se usa el dinero invertido- los inversionistas reciben su dinero con un plus a su inversión de capital. Las empresas pueden así capitalizar sus actividades y los inversionistas su dinero, de tal forma que es una relación ganar-ganar, con los beneficios sociales que a través del consumo y los servicios nos pueden ofrecer estas empresas. El día de hoy no solo han sido un buen instrumento para quien goza de capital o requiere de capital, sino para todo tipo de generación de capital del hombre corriente: las nóminas de las empresas, las pensiones, las donaciones a fundaciones, los impuestos, los recursos para la investigación, están en su mayoría destinados a ser manejados por alguna institución financiera en un fondo de inversión con el claro rendimiento de intereses.
Sin exagerar podríamos decir que hay una generalización en el uso de fondos de inversión para la operación de los mercados de la economía, tanto que su falta de operación, su modificación o sus indicadores se han vuelto en un buen diagnóstico de la salud de la economía actual, tanto que a algunos nos parece un proceso natural con cierto aire de misterio e inclusive mítico: no lo cuestionamos, lo usamos, operan, y pasivamente aceptamos su condiciones, como diría el filósofo y psicoanalista esloveno, Zizek, los aceptamos casi como un mandato divino.
EL PROBLEMA ÉTICO EN LOS FONDOS DE INVERSIÓN.
El crecimiento y desarrollo de estos instrumentos ha sido tan vertiginoso y en tan pocos años -comparado con el desarrollo de la humanidad o del pensamiento- potenciado con los medios tecnológicos que invaden hasta el último resquicio de nuestra intimidad sin percatarnos. Al mismo tiempo que hemos vivido un siglo y fracción de escándalos financieros, crisis financieras, magnos fraudes de cuello blanco, quiebras financieras de estados políticos, fusiones de empresas milenarias que desaparecen trabajos, tradiciones y vínculos de comunidad, desastres ecológicos, teniendo todos como común denominador el que algún intermediador financiero esté involucrado.
Esto nos hace pensar sobre la relación que ha tenido la intermediación financiera a través de estos fondos con los actores económicos. En general parecería que estos problemas no les corresponden porque ellos solo mueven los capitales pero no los usan de determinada forma, en otras palabras, que aunque el mal se produzca con el dinero que ellos distribuyeron, ni ellos ni el inversionista se hacen responsables de las malas acciones de las empresas del fondo.
Esta situación nos pone en medio de un problema ético, de filosofía moral, del pensamiento sobre las razones por las cuales ciertas acciones son o no valiosas, buenas y válidas para el pleno desarrollo, al menos como horizonte de posibilidad, de la vida humana y sus cualidades inherentes conceptualizadas en el término de dignidad humana. Nuestro modo de vida social se ve afectada por la manera en que estos fondos operan; las crisis no son catástrofes naturales, sino fallas estratégicas en la operación de los individuos, las organizaciones y también de forma sistémica, es decir no hay manos invisibles, sino manos muy concretas que son los responsables de estas acciones. Acciones que no sólo afectan nuestros ingresos sino nuestra forma de vivir y de comprender el sentido de la propia existencia. Como dicen Pedro Sasia y Cristina de la Cruz, es una llamada a mirar la actividad financiera desde las claves de la justicia, y añadiría del amor a los seres humanos.
La intermediación financiera debiera entre sus criterios estratégicos tomar en cuenta consideraciones éticas por dos razones: primero, porque su actividad no es de orden natural, sino humana, y por lo mismo implica no solo responsabilidad como sujetos de la acción, sino una afectación a la forma de ser de los que diseñan y operan estas instituciones, creando hábitos y cultura. Y segundo porque el alcance de las consecuencias de sus actos no son de orden privado, sino del orden del bien común y en casi todas las esferas de la vida de los individuos, afectando la forma de ser y de comprender. Finalmente las acciones de los inversionistas y de los intermediarios financieros, son acciones elegidas con ciertas intenciones y finalidades que involucran la forma de ser de las personas en cuanto a su comprensión y a su afectividad, es decir, a su forma de ser.
Este problema podría formularse en una serie de preguntas éticas: ¿Si el dinero que se invierte en un fondo se distribuye en empresas que proveen de armamento nuclear, tiene el fondo o el inversionista responsabilidad sobre ello?¿Si las empresas del fondo son rentables pero tienen políticas laborales contrarias a los derechos humano (caso Posadas) es el inversionista o el fondo responsable de las malas prácticas?¿Existe colaboración con el desarrollo de lo males humanos por malas prácticas de las empresas por parte de los fondos que proveen el préstamo y el inversionistas?¿Moralmente qué puede hacer un inversionista o un fondo para no colaborar con el mal o proponer buenas prácticas?
Sin embargo, con frecuencia tanto los intermediarios financieros y los inversionistas, dan argumentos para tranquilizar su conciencia moral y evadir la responsabilidad, sustituyendo el bien moral de los actos por los intereses de mercado legítimos. Estos son tres, que los podríamos clasificar como niveles del desarrollo de la conciencia moral del inversionista y del intermediario financiero.
El primer tipo de argumentos es de orden meramente económico y utilitarista, en el cual tanto el inversionista como el banco se comprenden solo como agentes económicos dentro del sistema de mercado, pero no como personas afectadas por estas actividades, sus acciones solo son responsables de cumplir con los indicadores macroeconómicos. Podríamos decir que es una conciencia ignorante de su carácter moral.
El segundo tipo de argumentos es el de transferencia de la responsabilidad por ignorancia del destino final de los fondos. Los inversionistas transfieren la responsabilidad de sus elecciones a los intermediarios financieros porque dicen ignorar el destino final de su inversión, ya que su criterio fundamental, e interés legítimo es darle un valor de capital a su inversión, así la responsabilidad la tiene el fondo del banco por falta de alcance en el conocimiento de los integrantes del fondo.
Los bancos por su parte transfieren la responsabilidad a los sujetos directos de la acción, a las empresas en donde se distribuyen las inversiones, argumentando que ellos solo son responsables del tipo de empresa pero no de las acciones concretas que lleven a cabo las mismas, y que no tienen manera de saber muchas veces el destino final de la inversión. Es decir, la inversión se destina a la empresa en función de su actividad principal y no de sus actos concretos. En este sentido puede haber tres tipos de casos: A. como el reciente de British Petroleum en el Golfo de México, donde las inversiones fueron destinadas a acciones de extracción de crudo sin los requerimientos de seguridad específicos causando un accidente ecológico y humano de proporciones muy graves. B. El caso de empresas que realizan componentes electrónicos y que parte de su mercado son piezas para instrumentos militares, más no es su mercado principal. C. Empresas que pueden estar involucradas en la inversión y producción de bombas de racimo, pero no hay forma de saber si la inversión del banco va directamente relacionada con esa actividad.
Este argumento tiene que ver con la idea de que los fondos en sí son un cúmulo de posibilidades indiferenciadas que pueden tener destinos o transformaciones concretas muy diversas, por lo cual la institución financiera sólo es responsable de saber que a la empresa que se le destina la inversión sea rentable económicamente y no se dedique de manera directa a acciones ilícitas. Digamos que en este sentido hay una conciencia moral que despierta ante los posibles problemas pero no asume la responsabilidad justificándose en al ignorancia, es decir es una conciencia moral incompleta del acto.
El tercer tipo de argumentos es el de impotencia para actuar moralmente. Los inversionistas son conscientes de que tienen un grado de responsabilidad en las malas o buenas acciones de las empresas que pertenecen al fondo en el cual invierten, por lo que se sienten con la necesidad de exigirle al banco llevar a cabo acciones para tener mayor información del destino de los fondos, peor en muchos casos no saben cómo discernirlo por falta de instrumentos o porque los procesos de los intermediarios provee suficientes pasos para diluir el conocimiento. Las bancos por su parte pueden tener conciencia de su responsabilidad en el destino final de las inversiones, pero no tiene forma de justificar ante las empresas sus decisiones por lo que se arriesgan a la perdida de elementos racionales para el fondo. En este argumento se denota en muchos casos una legítima y clara conciencia moral, pero una ignorancia o falta de herramientas para discernir justificadamente.
LOS FONDOS ÉTICOS DE INVERSIÓN.
Frente a estos argumentos el problema ético presenta varias aristas en las cuales se requiere una investigación filosófica e interdisciplinar más a fondo en tres niveles, de acuerdo al nivel de conciencia moral de los tres actores que llevan a cabo el círculo del flujo de capitales: las empresas, los intermediarios financieros y los inversionistas. En el primer nivel lo que se requiere es un proceso de sensibilización moral, en el segundo nivel un proceso de comprensión de los actos morales y formas de discernirlo, y en el tercero instrumentos específicos para discernir y clarificar los matices de la acción moral, la responsabilidad, valores y virtudes que se adquieren en determinadas acciones. Y cada una de estas investigaciones tiene una serie de implicaciones éticas para el investigador y/o consultor.
En relación al tercer nivel se han existidos desde hace más de dos décadas los fondos de inversión con algún adjetivo moral: ético, ético cristiano, religioso, etc. Los cuales surgen como consecuencia de los paradigmas de pensamiento generados por la contracultura de los años de la guerra fría y posteriores a ella.
La mayoría de estos fondos responden a la preocupación conjunta de empresarios e inversionistas sobre su responsabilidad del poder tecnológico para modificar las formas de la vida humana y su vida social, me refiero a cuestiones como la ecología y los derechos humanos, además del surgimiento junto con la ONU de organizaciones del tercer sector o sociedad civil que si bien ejercen diferentes tipos de presión en algunos casos hay una conciencia e interés legítimo de que el dinero que se mueve por los intermediarios financieros sea sustentable y no viole los derechos humanos. Así los primero fondos éticos en general fueron fondos ecológicos o comprometidos con derechos humanos en el ámbito laboral y político.
Posteriormente, ante el crecimiento de las fundaciones de origen religioso que necesitaban capitalizar sus donativos para la operación de los programas de asistencia o de filantropía, surgen fondos que tratan de asegurarles que las empresas en las que se invertirá no contravienen los principios fundamentales de sus fundaciones o de sus congregaciones, digamos una congregación bautista no estaría dispuesta invertir en empresas que se dediquen exclusivamente a la producción de licores.
ÉTICA Y FONDOS DE INVERSIÓN ÉTICOS.
De tal forma que el día de hoy existe un mercado de fondos de inversión con adjetivos morales particulares, lo cual implica un incremento de la conciencia moral colectiva en la cultura en donde operan y un conflicto inherente a la naturaleza del fondo: por un lado pretende un interés económico de mercado legítimo y por otro pretende ser coherente con los principios del adjetivo moral, esto ha creado no pocos problemas.
Se han justificado como una forma o estrategia de presionar por medio del poder del inversionista a las instituciones financieras y por ende a las empresas a llevar a cabo prácticas o mejorar sus prácticas con ciertos valores o razones éticas, pero en muchos de los casos el mismo intermediador financiero no es coherente con las prácticas del propio fondo que ofrece. Este problema inclusive algunos filósofos lo han tematizado como inherente a la estructura del capitalismo global que homologa la naturaleza de todas las realidades en su transformación en productos listos para ser consumidos sin daños y sin consecuencias con etiquetas morales: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, sexo sin sexo, etc..
Por lo que parecería que la cuestión ética debiera afectar sólo al empresario y a los inversionistas, pero no al intermediario; pero es aquí en donde se encuentra el mayor problema, porque si los intermediarios no pretenden ser coherentes con los principios morales en su propias prácticas de los fondos que ofrecen, en realidad es una instrumentalización de la ética o de la religión para seguir satisfaciendo sus propios intereses económicos, pero no para realmente ofrecer un servicio comprometido con las posibilidades éticas de su servicio y de las obligaciones morales inherentes a sus acciones, en función del reconocimiento de los otros como dignos de los mismos valores.
Este problema ético denotaría una hipocresía fundamental de los intermediarios financieros que cerraría el espacio al ejercicio auténtico de acciones con valores morales, es decir, provenientes de la conciencia, razonamiento y convicción personal y autónoma de los inversionistas, y más bien se propondrían como un instrumento para hacerlos igualmente hipócritas, como se dice comúnmente, para lavar sus conciencias, pero no porque realmente con ese acto económico estén pretendiendo ser buenos moralmente. Dicho de otra manera, bancos hipócritas generan inversionistas hipócritas y servicios o productos hipócritas generan consumidores hipócritas.
La intención principal seguiría siendo el consumo financiero y no un consumo realmente responsable. Para que pueda haber un verdadero ámbito de realización moral de los actores económicos es necesario que las razones y valores éticos que se ofrecen en los servicios de intermediación sean una fuente de inspiración, autocrítica y de finalidad para los intermediarios financieros para sus propias prácticas; fuente de responsabilidad igualmente para los inversionistas pues como dice Zygmunt Bauman: “los conceptos de responsabilidad y de elección responsable, que se ubicaban en el campo semántico del deber ético y el interés moral por el otro, se han trasladado (o han sido movidos) al terreno de la autorrealización y del cálculo de riesgos. En ese proceso el otro (entendido como el desencadenante, el destinatario y la vara de medir de una responsabilidad aceptada, asumida y realizada) casi ha desaparecido de nuestra vista, apartado a empujones o eclipsado por el propio yo del actor.” En este sentido no habría una auténtica y comprometida responsabilidad moral o social como el adjetivo de los fondos ofrecidos o la intención de los inversionistas pretenden.
¿Es posible entonces que un instrumento creado como motor central del capitalismo y la economía de mercado armonice con las razones y los valores éticos de la dignidad de las personas? Mi fe es seguir pensando que es posible pero para lo cual requerimos que la filosofía moral no abandone su reflexión sobre ella y no calle su discurso, y que los economistas y financieros tomen la filosofía moral como un discurso válido de decir verdad sobre sus prácticas, es decir el diálogo.
Rafael García Pavón